Los seis cisnes

¿Cuentos o cuentas?

Las 3 hilanderas, los 4 músicos de Bremen, las 7 cabritillas,...ahora presentamos los 6 cisnes y nos preguntamos si habrá alguna simbología numérica detrás de los cuentos.
En un lejano país vivió hace mucho tiempo un rey cuya mujer había muerto después de darle seis hijos y una hija, y los siete eran lo que amaba el monarca por encima de todo. Cierto día de cacería, el rey persiguió a un cervatillo hasta el corazón del bosque donde, llevado por el frenesí de la persecución, se perdió. Ya desesperado, alcanzó a ver a una mujer que le ofreció: - Te ayudaré a salir del bosque con la condición de que desposes a mi bella hija. - Y el soberano, viendo que no tenía otra alternativa, accedió. La hija de aquella mujer, que en realidad era una bruja, era hermosa, pero debido a su origen no podía evitar inspirar temor a quienes la rodeaban. El rey, temeroso de que pudiera causar algún mal a sus hijos, los llevó a un apartado castillo. Tan oculto estaba, que sólo era posible acceder a él siguiendo la hebra de un ovillo mágico. Cada vez que el rey iba a visitar a sus hijos, dejaba que la madeja se desenredara, y le mostrara el camino hasta el castillo. Y por supuesto, al volver dejaba el mágico ovillo escondido y a buen recaudo. Pero la hija de la bruja, ahora convertida en reina, sentía curiosidad por las extrañas incursiones al bosque del rey, y decidió investigar: encontró el ovillo, siguió el camino marcado por éste y encontró a los hijos del rey en el castillo. Enfurecida, encantó las camisas de seda blanca que solían llevar los muchachos de forma que cuando se las pusieron, quedaron convertidos en cisnes. Sólo la hija menor, que no estaba en aquel momento junto a sus hermanos, consiguió escapar de la maldición. Cuando el padre empleó de nuevo el ovillo para visitar a sus hijos, la pequeña le contó lo que había sucedido, pero no quiso regresar con el rey a su palacio, por temor a su madrastra. - Déjame seguir aquí escondida, padre. - Pues en realidad tenía en mente buscar a sus hermanos y romper el hechizo que pesaba sobre ellos. Cuando el rey partió, ella comenzó a caminar buscando los seis cisnes. Anduvo y anduvo, traspasó los límites del reino y siguió buscando. Estaba a punto de desistir en su búsqueda cuando dio con una pequeña cabaña en la que había seis camitas. Se escondió debajo de una de ellas y con gran alegría contempló cómo seis cisnes se desprendían de las seis camisas que llevaban: - ¡Hermanos míos! - Exclamó la muchacha feliz - Qué alegría encontraros. Decidme, ¿cómo se puede romper la maldición? - No creemos que se pueda, las condiciones son muy duras: deberías estar seis años sin hablar ni reír y tejer para nosotros seis camisas de velloritas. A continuación, los hermanos volvieron a convertirse en cisnes y levantaron el vuelo, alejándose. La niña, dispuesta a librar a sus hermanos del hechizo que pesaba sobre ellos, inició su largo silencio mientras iba recogiendo las prímulas para hacer las camisas de sus hermanos. Habían pasado casi cinco años cuando cierto día un cazador la descubrió en el bosque: - ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? - Pero sólo obtuvo silencio. El cazador llamó al rey, al que servía, para que la conociera. A pesar de que no consiguieron arrancar una sola palabra de los labios de la muchacha, el rey la encontró tan encantadora que decidió casarse con ella. Y cuando una vez en palacio fue vestida con ricos ropajes, quedó patente su hermosura y distinción. Pero estas cualidades atrajeron sobre ella las envidias de la madre del rey, que no tardó en maquinar un plan para deshacerse de ella. Cuando, transcurrido un año, la muchacha dio a luz su primer hijo, la madre del rey lo mató y manchó de sangre los labios de la muchacha. - ¡Se ha comido a su propio hijo! - Acusó la madre del rey. Aunque el rey no daba crédito a sus palabras, y confiaba plenamente en su mujer, no podía desestimar las pruebas, y condenó a la muchacha a la hoguera. Quiso la fortuna que el día señalado para Justo cuando el fuego iba a prender la hoguera, aparecieron seis cisnes volando que se convirtieron en muchachos al ponerse las camisas de velloritas. La niña les abrazó, dichosa de verles de nuevo. Aclaró la situación ante el rey y su madre y envió un emisario a su padre, con el que celebraron una gran reunión familiar que compensó los seis años de separación y auguró toda una vida de felicidad.

En un lejano país vivió hace mucho tiempo un rey cuya mujer había muerto después de darle seis hijos y una hija, y los siete eran lo que amaba el monarca por encima de todo. Cierto día de cacería, el rey persiguió a un cervatillo hasta el corazón del bosque donde, llevado por el frenesí de la persecución, se perdió.

Ya desesperado, alcanzó a ver a una mujer que le ofreció:

– Te ayudaré a salir del bosque con la condición de que desposes a mi bella hija. – Y el soberano, viendo que no tenía otra alternativa, accedió.

La hija de aquella mujer, que en realidad era una bruja, era hermosa, pero debido a su origen no podía evitar inspirar temor a quienes la rodeaban.

El rey, temeroso de que pudiera causar algún mal a sus hijos, los llevó a un apartado castillo. Tan oculto estaba, que sólo era posible acceder a él siguiendo la hebra de un ovillo mágico. Cada vez que el rey iba a visitar a sus hijos, dejaba que la madeja se desenredara, y le mostrara el camino hasta el castillo. Y por supuesto, al volver dejaba el mágico ovillo escondido y a buen recaudo.

Pero la hija de la bruja, ahora convertida en reina, sentía curiosidad por las extrañas incursiones al bosque del rey, y decidió investigar: encontró el ovillo, siguió el camino marcado por éste y encontró a los hijos del rey en el castillo. Enfurecida, encantó las camisas de seda blanca que solían llevar los muchachos de forma que cuando se las pusieron, quedaron convertidos en cisnes.

Sólo la hija menor, que no estaba en aquel momento junto a sus hermanos, consiguió escapar de la maldición.

Cuando el padre empleó de nuevo el ovillo para visitar a sus hijos, la pequeña le contó lo que había sucedido, pero no quiso regresar con el rey a su palacio, por temor a su madrastra.

– Déjame seguir aquí escondida, padre. – Pues en realidad tenía en mente buscar a sus hermanos y romper el hechizo que pesaba sobre ellos.

Cuando el rey partió, ella comenzó a caminar buscando los seis cisnes. Anduvo y anduvo, traspasó los límites del reino y siguió buscando.

Estaba a punto de desistir en su búsqueda cuando dio con una pequeña cabaña en la que había seis camitas. Se escondió debajo de una de ellas y con gran alegría contempló cómo seis cisnes se desprendían de las seis camisas que llevaban:

– ¡Hermanos míos! – Exclamó la muchacha feliz – Qué alegría encontraros. Decidme, ¿cómo se puede romper la maldición?

– No creemos que se pueda, las condiciones son muy duras: deberías estar seis años sin hablar ni reír y tejer para nosotros seis camisas de velloritas.

A continuación, los hermanos volvieron a convertirse en cisnes y levantaron el vuelo, alejándose. La niña, dispuesta a librar a sus hermanos del hechizo que pesaba sobre ellos, inició su largo silencio mientras iba recogiendo las prímulas para hacer las camisas de sus hermanos.

Habían pasado casi cinco años cuando cierto día un cazador la descubrió en el bosque:

– ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? – Pero sólo obtuvo silencio. El cazador llamó al rey, al que servía, para que la conociera.

A pesar de que no consiguieron arrancar una sola palabra de los labios de la muchacha, el rey la encontró tan encantadora que decidió casarse con ella. Y cuando una vez en palacio fue vestida con ricos ropajes, quedó patente su hermosura y distinción. Pero estas cualidades atrajeron sobre ella las envidias de la madre del rey, que no tardó en maquinar un plan para deshacerse de ella.

Cuando, transcurrido un año, la muchacha dio a luz su primer hijo, la madre del rey lo mató y manchó de sangre los labios de la muchacha.

– ¡Se ha comido a su propio hijo! – Acusó la madre del rey.

Aunque el rey no daba crédito a sus palabras, y confiaba plenamente en su mujer, no podía desestimar las pruebas, y condenó a la muchacha a la hoguera. Quiso la fortuna que el día señalado para

Justo cuando el fuego iba a prender la hoguera, aparecieron seis cisnes volando que se convirtieron en muchachos al ponerse las camisas de velloritas.

La niña les abrazó, dichosa de verles de nuevo. Aclaró la situación ante el rey y su madre y envió un emisario a su padre, con el que celebraron una gran reunión familiar que compensó los seis años de separación y auguró toda una vida de felicidad.