Las Tres Hojas de la Serpiente

Cuentos de Los Hermanos Grimm: Las tres hojas de la Serpiente

Medicina ofidia

A pesar de que las serpientes no son vegetarianas, a veces se las puede ver con hojas mágicas en la boca que les sirven para curarse. Este relato servirá para demostrar que su medicina es más avanzada que la nuestra.
Ocurrió hace mucho tiempo que el soberano de un reino lejano pidió a sus súbditos que lucharan en la guerra contra el país vecino. En una de las batallas, caído el general, uno de los campesinos ayudó de tal manera a los sobrevivientes, que consiguieron la victoria. Cuando el rey lo mandó llamar para recompensarle, el joven pidió la mano de la princesa. - ¿Estás seguro? - Preguntó el rey - Pues has de saber que mi hija exige como prueba que quien la despose debe enterrarse en su tumba cuando muera ella. - Acepto las condiciones - contestó el muchacho - pues de poco me serviría vivir si no es con mi amada. Y después de celebrar la boda, vivieron felices durante varios años. Pero quiso la desgracia que la princesa cayera enferma. Ni médicos ni doctores conseguían hallar la cura y poco después, moría. Su marido, afligido, consintió en cumplir la promesa realizada a la difunta y fué sepultado junto a ésta en la cripta real. Tras largas horas encerrado allí, cuando casi se habían apagado las antorchas que portaba, vió salir de una oquedad a una serpiente. - ¡No te acercarás a mi amada mientras yo viva! - Exclamó nuestro héroe. Y usando su espada partió al reptil en tres trozos. Al poco rato observó cómo una segunda serpiente aparecía por donde la primera. Al ver a su compañera despedazada, volvió al agujero y emergió de nuevo con tres hojas en la boca. Frotando con ellas el cuerpo de la primera serpiente, unió sus trozos y la hizo revivir. Las dos serpientes se fueron por donde habían venido, dejándo sobre el suelo las tres hojas. Esto llenó de júbilo al muchacho, pues pensó que tan prodigioso remedio quizá sirviera para revivir a su amada. Con sumo cuidado, colocó dos hojas sobre cada uno de los ojos del cuerpo de su mujer y una tercera en los labios. La princesa despertó como si hubiera estado dormida. Es indescriptible la alegría que sintieron el rey y toda la corte cuando conocieron la noticia, y el joven encargó a su criado que guardara en lugar seguro aquellas mágicas hojas, pues a buen seguro les resultarían útiles en el futuro. Sin embargo, esta alegría duró poco, pues la princesa parecía ahora transformada y su amor por el que la había rescatado de la muerte no parecía tan intenso como antes. Durante un viaje en barco, la princesa se enamoró del capitán de la nave, y acordó con él tirar a su marido al mar en medio de la travesía. Mientras el joven dormía lo echaron por la borda sin advertir que el fiel criado les había visto. El hombre botó una pequeña embarcación, y provisto de las tres hojas de la serpiente salvó al marido de la princesa de morir ahogado. Ambos se dirigieron a ver al rey a toda prisa, y el monarca decidió esperara a que su hija regresara del viaje para comprobar que la traición era cierta. Días después, cuando la princesa compareció ante su padre, le habló así: - Mi querido marido enfermó y murió durante la travesía. El capitán de la nave ha cuidado de mí desde entonces y ha venido para pedirte mi mano. El rey hizo entonces traer a la sala un lecho donde el agraviado marido se hacía el muerto. - Ahora, - dijo el rey - reviviremos a tu marido igual que él hizo contigo. La princesa creyó morir de vergüenza al ser descubierta su mentira. Y el rey, al comprobar que su hija no era digna de su estirpe decidió enviarla al mar en una nave perforada, junto al que había sido cómplice de su treta. Pero el joven, cuyo amor por ella siempre había sido puro y sincero, intercedió por ella ante su padre, consiguiendo que la desterrara lejos de las fronteras del reino, donde tendría que aprender a ganarse el pan a costa de su trabajo. Por esta acción, y por muchas otras, el joven llegó a ser un monarca querido y apreciado por sus súbditos, pero ésa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.
Ocurrió hace mucho tiempo que el soberano de un reino lejano pidió a sus súbditos que lucharan en la guerra contra el país vecino. En una de las batallas, caído el general, uno de los campesinos ayudó de tal manera a los sobrevivientes, que consiguieron la victoria. Cuando el rey lo mandó llamar para recompensarle, el joven pidió la mano de la princesa.

– ¿Estás seguro? – Preguntó el rey – Pues has de saber que mi hija exige como prueba que quien la despose debe enterrarse en su tumba cuando muera ella. – Acepto las condiciones – contestó el muchacho – pues de poco me serviría vivir si no es con mi amada. Y después de celebrar la boda, vivieron felices durante varios años.

Pero quiso la desgracia que la princesa cayera enferma. Ni médicos ni doctores conseguían hallar la cura y poco después, moría. Su marido, afligido, consintió en cumplir la promesa realizada a la difunta y fué sepultado junto a ésta en la cripta real. Tras largas horas encerrado allí, cuando casi se habían apagado las antorchas que portaba, vió salir de una oquedad a una serpiente.

– ¡No te acercarás a mi amada mientras yo viva! – Exclamó nuestro héroe. Y usando su espada partió al reptil en tres trozos. Al poco rato observó cómo una segunda serpiente aparecía por donde la primera. Al ver a su compañera despedazada, volvió al agujero y emergió de nuevo con tres hojas en la boca. Frotando con ellas el cuerpo de la primera serpiente, unió sus trozos y la hizo revivir.

Las dos serpientes se fueron por donde habían venido, dejándo sobre el suelo las tres hojas. Esto llenó de júbilo al muchacho, pues pensó que tan prodigioso remedio quizá sirviera para revivir a su amada. Con sumo cuidado, colocó dos hojas sobre cada uno de los ojos del cuerpo de su mujer y una tercera en los labios. La princesa despertó como si hubiera estado dormida.

Es indescriptible la alegría que sintieron el rey y toda la corte cuando conocieron la noticia, y el joven encargó a su criado que guardara en lugar seguro aquellas mágicas hojas, pues a buen seguro les resultarían útiles en el futuro. Sin embargo, esta alegría duró poco, pues la princesa parecía ahora transformada y su amor por el que la había rescatado de la muerte no parecía tan intenso como antes.

Durante un viaje en barco, la princesa se enamoró del capitán de la nave, y acordó con él tirar a su marido al mar en medio de la travesía. Mientras el joven dormía lo echaron por la borda sin advertir que el fiel criado les había visto. El hombre botó una pequeña embarcación, y provisto de las tres hojas de la serpiente salvó al marido de la princesa de morir ahogado.

Ambos se dirigieron a ver al rey a toda prisa, y el monarca decidió esperara a que su hija regresara del viaje para comprobar que la traición era cierta. Días después, cuando la princesa compareció ante su padre, le habló así: – Mi querido marido enfermó y murió durante la travesía. El capitán de la nave ha cuidado de mí desde entonces y ha venido para pedirte mi mano.

El rey hizo entonces traer a la sala un lecho donde el agraviado marido se hacía el muerto. – Ahora, – dijo el rey – reviviremos a tu marido igual que él hizo contigo. La princesa creyó morir de vergüenza al ser descubierta su mentira. Y el rey, al comprobar que su hija no era digna de su estirpe decidió enviarla al mar en una nave perforada, junto al que había sido cómplice de su treta.

Pero el joven, cuyo amor por ella siempre había sido puro y sincero, intercedió por ella ante su padre, consiguiendo que la desterrara lejos de las fronteras del reino, donde tendría que aprender a ganarse el pan a costa de su trabajo. Por esta acción, y por muchas otras, el joven llegó a ser un monarca querido y apreciado por sus súbditos, pero ésa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.