Las Tres Hilanderas

Cuentos para niños: Las tres hilanderas

Afortunadamente, hoy en día las máquinas se hacen cargo de algunas de las labores más pesadas: ¿Te imaginas tener que hilar el lino contenido en tres habitaciones en sólo tres días?

¡Sólo Las Tres Hilanderas podrían hacerlo!
Cuentan que en aquel tiempo, los gobernantes de un lejano lugar buscaban una doncella para desposar a su hijo. - Habrá de ser muy bella - Decía el rey. - Y saber hilar muy bien, debe ser una chica hacendosa - Exigía la Reina. Cierto día en que paseaban por la aldea de incógnito, los reyes se fijaron en la hija de una mujer muy pobre. Tan pobre era la anciana, que siempre temía que les faltase de comer. - Realmente es una chica muy linda, ¿Sabe hilar? - Se dirigió la reina a la aldeana. - Hila como los ángeles, majestad - mintió la pobre mujer, pues pensó que, una vez en el castillo no la dejarían morir de hambre, pues siempre habría trabajo que hacer y podría ayudar o aprender alguna tarea. - Si accedes, la llevaremos al castillo para que el príncipe la conozca. Quien sabe, quizá puedas verla convertida en princesa. Tras darse un fuerte abrazo, madre e hija se separaron. La comitiva real llegó a palacio y la reina condujo a la joven a una de las torres más altas. Había allí tres estancias llenas hasta el techo del más fino y suave lino que jamás se vio: - Hilarás cada noche el lino de una habitación, volveré a la tercera noche y tu habrás hilado todo el lino. Si lo consigues, te casarás con mi hijo, de lo contrario, serás desterrada y no volverás a estas tierras. Después la dejó a solas, con el lino y la rueca. Tan triste estaba, pensando en su madre y su hogar, que no podía dejar de llorar. - ¡Ni aunque hilara durante trescientos años sin parar podría hilar todo este lino! - se lamentaba la joven. Dos noches con sus días pasó llorando. La tercera, alguien llamó su atención bajo la ventana: - ¡Eh, eh! ¡Ahí arriba! ¿Quién está llorando tan amargamente? Al asomarse vio a tres extrañas mujeres mirándola desde abajo. La primera tenía el labio inferior tan grande como la rueda de una rueca, le colgaba sobre la barbilla. La segunda tenía el dedo pulgar grande como una berenjena, ni siquiera podía cerrar la mano. La tercera tenía uno de los pies tan ancho y plano que lo llevaba vendado por no haber encontrado un zapato tan grande. - Te ayudaremos a cambio de que nos invites a la boda, nos sientes a tu mesa y digas que somos tus primas. Accedió la joven y en un abrir y cerrar de ojos todo el lino estuvo hilado. A la mañana siguiente el rey, la reina, el príncipe y varios sirvientes comprobaron con alegría que la tarea ordenada por la reina estaba terminada. Comenzaron rápidamente los preparativos de la boda, que se celebró poco después. Durante el descomunal banquete que se sirvió a continuación, el novio observó con extrañeza a las desconocidas invitadas y preguntó: - Dime, esposa mía, ¿quiénes son estas mujeres sentadas a nuestra mesa? - Son mis primas, Señor. - ¿Y cuál es la causa de vuestro aspecto? - Se interesó el príncipe. La primera dijo: - Largos años de humedecer la hebra para pasarla por la rueca han deformado mi labio hasta dejarlo así. Dijo la segunda: - Retorcer el lino con el pulgar ha hecho que el dedo me crezca, por eso lo tengo así. Y la tercera explicó: - Ha sido mucho tiempo haciendo girar la rueca con el pie, por eso se me ha quedado tan ancho y plano. El príncipe miró a la princesa, y luego pasó la mirada por las extrañas mujeres y concluyó: - No será mi mujer la que pierda su belleza por hilar, así que no tocarás nunca más una rueca ni hilarás. La muchacha comenzó así su vida como princesa, y siempre hubo en su palacio lugar para acoger a Las Tres Hilanderas.

Cuentan que en aquel tiempo, los gobernantes de un lejano lugar buscaban una doncella para desposar a su hijo. – Habrá de ser muy bella – Decía el rey. – Y saber hilar muy bien, debe ser una chica hacendosa – Exigía la Reina. Cierto día en que paseaban por la aldea de incógnito, los reyes se fijaron en la hija de una mujer muy pobre. Tan pobre era la anciana, que siempre temía que les faltase de comer.

– Realmente es una chica muy linda, ¿Sabe hilar? – Se dirigió la reina a la aldeana. – Hila como los ángeles, majestad – mintió la pobre mujer, pues pensó que, una vez en el castillo no la dejarían morir de hambre, pues siempre habría trabajo que hacer y podría ayudar o aprender alguna tarea. – Si accedes, la llevaremos al castillo para que el príncipe la conozca. Quien sabe, quizá puedas verla convertida en princesa.

Tras darse un fuerte abrazo, madre e hija se separaron. La comitiva real llegó a palacio y la reina condujo a la joven a una de las torres más altas. Había allí tres estancias llenas hasta el techo del más fino y suave lino que jamás se vio: – Hilarás cada noche el lino de una habitación, volveré a la tercera noche y tu habrás hilado todo el lino. Si lo consigues, te casarás con mi hijo, de lo contrario, serás desterrada y no volverás a estas tierras.

Después la dejó a solas, con el lino y la rueca. Tan triste estaba, pensando en su madre y su hogar, que no podía dejar de llorar. – ¡Ni aunque hilara durante trescientos años sin parar podría hilar todo este lino! – se lamentaba la joven. Dos noches con sus días pasó llorando. La tercera, alguien llamó su atención bajo la ventana: – ¡Eh, eh! ¡Ahí arriba! ¿Quién está llorando tan amargamente? Al asomarse vio a tres extrañas mujeres mirándola desde abajo.

La primera tenía el labio inferior tan grande como la rueda de una rueca, le colgaba sobre la barbilla. La segunda tenía el dedo pulgar grande como una berenjena, ni siquiera podía cerrar la mano. La tercera tenía uno de los pies tan ancho y plano que lo llevaba vendado por no haber encontrado un zapato tan grande. – Te ayudaremos a cambio de que nos invites a la boda, nos sientes a tu mesa y digas que somos tus primas. Accedió la joven y en un abrir y cerrar de ojos todo el lino estuvo hilado.

A la mañana siguiente el rey, la reina, el príncipe y varios sirvientes comprobaron con alegría que la tarea ordenada por la reina estaba terminada. Comenzaron rápidamente los preparativos de la boda, que se celebró poco después. Durante el descomunal banquete que se sirvió a continuación, el novio observó con extrañeza a las desconocidas invitadas y preguntó: – Dime, esposa mía, ¿quiénes son estas mujeres sentadas a nuestra mesa? – Son mis primas, Señor.

– ¿Y cuál es la causa de vuestro aspecto? – Se interesó el príncipe. La primera dijo: – Largos años de humedecer la hebra para pasarla por la rueca han deformado mi labio hasta dejarlo así. Dijo la segunda: – Retorcer el lino con el pulgar ha hecho que el dedo me crezca, por eso lo tengo así. Y la tercera explicó: – Ha sido mucho tiempo haciendo girar la rueca con el pie, por eso se me ha quedado tan ancho y plano.

El príncipe miró a la princesa, y luego pasó la mirada por las extrañas mujeres y concluyó: – No será mi mujer la que pierda su belleza por hilar, así que no tocarás nunca más una rueca ni hilarás. La muchacha comenzó así su vida como princesa, y siempre hubo en su palacio lugar para acoger a Las Tres Hilanderas.