Piñoncito

No te comas a mi amigo

Un nuevo caso de canibalismo hace que las autoridades de PequeNet alerten a la población sobre el peligro de ser comidos por una bruja. Más información en el cuento de los Hermanos Grimm.
Érase una vez, en un lejano país, un leñador que vívía con su pequeña hija, Lenita. Cierto día en el bosque, el hombre escuchó el llanto de un niño que provenía de lo alto de una rama: un ave de rapiña lo había colocado en su nido después de arrebatárselo a su madre. - Lo llevaré a casa y crecerá con mi hija. Lo llamaré piñoncito, pues lo encontré en un pino. - Decidió el cazador. Los dos niños, gracias a los cuidados del padre de Lenita y de la cocinera que con ellos vivía, crecieron como inseparables amigos. Una tarde, Lenita pudo observar cómo la cocinera acarreaba cubos del pozo sin cesar. - ¿Para qué necesitas tanta agua? - Le preguntó. - Te lo diré si prometes no revelar el secreto a nadie - Contestó la vieja. Y así fue como Lenita se enteró de que la horrible mujer pretendía cocer a Piñoncito por la mañana, cuando su padre se hubiera ido a trabajar. Pero la niña, que quería a Piñoncito más que a nada en el mundo, le despertó bien temprano y le reveló el secreto que había conocido la noche anterior. - Si tu no me abandonas - terminó el relato, - yo jamás te dejaré. Y haciendo un hatillo con algunas ropas, partieron hacia el bosque para escapar de la mala mujer. Ésta, al darse cuenta de que los niños faltaban, envió a tres mozos para que les dieran alcance. Pero Lenita, advirtiendo que eran perseguidos, instó a Piñoncito: - ¡Rápido! Conviértete en rosal, y yo seré tu rosa. Cuando los mozos volvieron a la casa del leñador, comentaron a la vieja cocinera: - No les hemos encontrado, sólo vimos un rosal con una sola rosa. - ¡Tontos! - gritó la mujer enfurecida - ¡Sin duda se trataba de ellos! ¡Debíais cortar el rosal y traerme la rosa! ¡Partid de nuevo en su busca!. Y de nuevo salieron los mozos tras de los niños. De nuevo llegaron a oidos de Lenita las pisadas inquisidoras de sus perseguidores y ésta pidió a Piñoncito: - ¡Aprisa! Transfórmate en iglesia, y yo seré una corona dentro de ella. Los mozos llegaron corriendo, vieron la iglesia vacía y sin siquiera entrar, volvieron a contar a la malvada cocinera lo que habían visto. - ¡Necios! - gritó la vieja fuera de sí - ¡Tendríais que haber destruído la iglesia y haber traído la corona! Esta vez os acompañaré para que no cometáis más errores. Y partieron a la carrera en busca de Lenita y Piñoncito, pues el leñador no tardaría en Lenita, que había oído ruidos tras ellos, dijo a Piñoncito: - ¡Nos siguen muy de cerca! ¡Rápido! Conviértete en estanque y yo seré el pato que nada en sus aguas. Y cuando la cocinera y los tres mozos llegaron al lugar donde habían visto a los niños no hallaron más que un montón de agua con un avecilla disfrutando de su baño. - Esta vez no me engañaréis. - Amenazó la bruja. Se arrodilló en el borde del estanque y comenzó a beber de sus aguas con la intención de dejarlo seco y cazar al pato. Pero el pato se acercó, y de un picotazo le hundió la cabeza en el agua hasta que la cocinera se ahogó. de vuelta a casa, contaron la historia al leñador y desde entonces, debéis creerlo, ¡han aprendido a cocinar!  

Érase una vez, en un lejano país, un leñador que vívía con su pequeña hija, Lenita. Cierto día en el bosque, el hombre escuchó el llanto de un niño que provenía de lo alto de una rama: un ave de rapiña lo había colocado en su nido después de arrebatárselo a su madre.

– Lo llevaré a casa y crecerá con mi hija. Lo llamaré piñoncito, pues lo encontré en un pino. – Decidió el cazador.

Los dos niños, gracias a los cuidados del padre de Lenita y de la cocinera que con ellos vivía, crecieron como inseparables amigos.

Una tarde, Lenita pudo observar cómo la cocinera acarreaba cubos del pozo sin cesar.

– ¿Para qué necesitas tanta agua? – Le preguntó.

– Te lo diré si prometes no revelar el secreto a nadie – Contestó la vieja.

Y así fue como Lenita se enteró de que la horrible mujer pretendía cocer a Piñoncito por la mañana, cuando su padre se hubiera ido a trabajar.

Pero la niña, que quería a Piñoncito más que a nada en el mundo, le despertó bien temprano y le reveló el secreto que había conocido la noche anterior.

– Si tu no me abandonas – terminó el relato, – yo jamás te dejaré.

Y haciendo un hatillo con algunas ropas, partieron hacia el bosque para escapar de la mala mujer. Ésta, al darse cuenta de que los niños faltaban, envió a tres mozos para que les dieran alcance.

Pero Lenita, advirtiendo que eran perseguidos, instó a Piñoncito:

– ¡Rápido! Conviértete en rosal, y yo seré tu rosa.

Cuando los mozos volvieron a la casa del leñador, comentaron a la vieja cocinera:

– No les hemos encontrado, sólo vimos un rosal con una sola rosa.

– ¡Tontos! – gritó la mujer enfurecida – ¡Sin duda se trataba de ellos! ¡Debíais cortar el rosal y traerme la rosa! ¡Partid de nuevo en su busca!.

Y de nuevo salieron los mozos tras de los niños.

De nuevo llegaron a oidos de Lenita las pisadas inquisidoras de sus perseguidores y ésta pidió a Piñoncito:

– ¡Aprisa! Transfórmate en iglesia, y yo seré una corona dentro de ella.

Los mozos llegaron corriendo, vieron la iglesia vacía y sin siquiera entrar, volvieron a contar a la malvada cocinera lo que habían visto.

– ¡Necios! – gritó la vieja fuera de sí – ¡Tendríais que haber destruído la iglesia y haber traído la corona! Esta vez os acompañaré para que no cometáis más errores.

Y partieron a la carrera en busca de Lenita y Piñoncito, pues el leñador no tardaría en

Lenita, que había oído ruidos tras ellos, dijo a Piñoncito:

– ¡Nos siguen muy de cerca! ¡Rápido! Conviértete en estanque y yo seré el pato que nada en sus aguas.

Y cuando la cocinera y los tres mozos llegaron al lugar donde habían visto a los niños no hallaron más que un montón de agua con un avecilla disfrutando de su baño.

– Esta vez no me engañaréis. – Amenazó la bruja. Se arrodilló en el borde del estanque y comenzó a beber de sus aguas con la intención de dejarlo seco y cazar al pato.

Pero el pato se acercó, y de un picotazo le hundió la cabeza en el agua hasta que la cocinera se ahogó. de vuelta a casa, contaron la historia al leñador y desde entonces, debéis creerlo, ¡han aprendido a cocinar!