Los siete cuervos

Cría Cuervos... y se convertirán en humanos?

Esa es la cuestión más importante que se plantean los magos después de que los Hermanos Grimm presentaran este informe en el que se demuestra que un hechizo puede convertir humanos en cuervos (pero tienen que ser siete, si no, se convierten en cigalas).
Cuentan que hace mucho tiempo vivió un matrimonio que a pesar de tener siete hijos, anhelaba un hija. Cuando al fin nació la niña, tan débil y enfermiza parecía, que su padre decidió bautizarla enseguida por miedo a que muriera. Para ello, encargó a uno de sus hijos que trajera el agua del pozo necesaria para llevar a cabo el ritual, pero el resto quisieron acompañarlo y con el alboroto, al llegar al manantial se les rompió el cántaro. Los siete hermanos, afligidos por haber roto la vasija y temerosos de volver a la casa sin el agua requerida, permanecieron largo rato en el bosque buscando una solución. En la cabaña, el padre se impacientaba cada vez más por la tardanza de sus hijos, y su miedo a que la recién nacida muriera sin cristianar se acrecentaba por minutos: - ¡Qué estarán haciendo esos holgazanes! ¡Ojalá se conviertan en cuervos! Y antes de lo que se tarda en decir ¡pío! los siete quedaron convertidos en cuervos y echaron a volar. A pesar de que la niña creció sana y fuerte, la pérdida de sus hijos siempre produjo una gran tristeza en los padres. Cuando la pequeña creció y se enteró de lo ocurrido a sus hermanos, no pudo evitar sentir un fuerte deseo de anular la maldición que sobre ellos recaía. Así pues, tomó una hogaza de pan y una sortija que le dió su madre y partió. Anduvo la niña por campos y prados, cruzó montañas y valles, atravesó ríos y mares, pero por ningún lado aparecían sus siete hermanos convertidos en cuervos. Intentó buscar en el Sol: - ¡Aquí no puede vivir nadie! - Contestó éste, - Cualquiera que lo intentara, moriría abrasado. Triste y afligida, pero sin cejar en su empeño, la niña trató de encontrar a sus hermanos en la luna, mas cuando llegó allí, ésta le dijo con voz misteriosa: - ¡No creo que quieras saber lo que ocurriría si permanecieses aquí más tiempo! - Pues era cruel y fría como el hielo. Asustada, la niña echó a correr tan rápido como sus piernas le permitían. Cansada por la carrera, la pequeña pidió refugio a las estrellas, preguntándoles también acerca de sus hermanos: - Los siete cuervos en que fueron convertidos tus hermanos habitan en la Montaña de Cristal - Respondió el Lucero del Alba - Lleva contigo esta astilla de madera que te permitirá abrir la puerta. Cuando al fin llegó la niña a la puerta de la Montaña de Cristal, descubrió con alarma que había perdido el trocito de madera. - ¡Qué fatalidad! Tanto camino recorrido en vano. - Pero de pronto, pensó que su dedo índice era aproximadamente del tamaño de la astilla que le entregaran las estrellas, y probó a abrir la puerta con él. ¡Y funcionó! Una vez dentro, un enanito la recibió: - Los señores cuervos vendrán dentro de poco, - le dijo - podéis cenar mientras los esperáis. La niña probó un poco de cada plato y de cada copa, dejando caer el anillo de sus padres en la última. Cuando los siete cuervos volvieron a la Montaña de Cristal, y terminaron de cenar, uno de ellos advirtió el anillo en el fondo de su copa, y al reconocerlo...uno a uno, los pájaros fueron recuperando su anterior forma humana. Pero mayor fue su alegría cuando apareció en la sala su hermana: - Regocijáos y volved a casa, - dijo el enano sonriendo - pues el amor de vuestra hermana ha roto el encantamiento y ¡vuestros padres se alegrarán al saberlo!
Cuentan que hace mucho tiempo vivió un matrimonio que a pesar de tener siete hijos, anhelaba un hija. Cuando al fin nació la niña, tan débil y enfermiza parecía, que su padre decidió bautizarla enseguida por miedo a que muriera. Para ello, encargó a uno de sus hijos que trajera el agua del pozo necesaria para llevar a cabo el ritual, pero el resto quisieron acompañarlo y con el alboroto, al llegar al manantial se les rompió el cántaro.

Los siete hermanos, afligidos por haber roto la vasija y temerosos de volver a la casa sin el agua requerida, permanecieron largo rato en el bosque buscando una solución.

En la cabaña, el padre se impacientaba cada vez más por la tardanza de sus hijos, y su miedo a que la recién nacida muriera sin cristianar se acrecentaba por minutos:

– ¡Qué estarán haciendo esos holgazanes! ¡Ojalá se conviertan en cuervos!

Y antes de lo que se tarda en decir ¡pío! los siete quedaron convertidos en cuervos y echaron a volar. A pesar de que la niña creció sana y fuerte, la pérdida de sus hijos siempre produjo una gran tristeza en los padres. Cuando la pequeña creció y se enteró de lo ocurrido a sus hermanos, no pudo evitar sentir un fuerte deseo de anular la maldición que sobre ellos recaía. Así pues, tomó una hogaza de pan y una sortija que le dió su madre y partió.

Anduvo la niña por campos y prados, cruzó montañas y valles, atravesó ríos y mares, pero por ningún lado aparecían sus siete hermanos convertidos en cuervos. Intentó buscar en el Sol:

– ¡Aquí no puede vivir nadie! – Contestó éste, – Cualquiera que lo intentara, moriría abrasado.

Triste y afligida, pero sin cejar en su empeño, la niña trató de encontrar a sus hermanos en la luna, mas cuando llegó allí, ésta le dijo con voz misteriosa:

– ¡No creo que quieras saber lo que ocurriría si permanecieses aquí más tiempo! – Pues era cruel y fría como el hielo.

Asustada, la niña echó a correr tan rápido como sus piernas le permitían.

Cansada por la carrera, la pequeña pidió refugio a las estrellas, preguntándoles también acerca de sus hermanos:

– Los siete cuervos en que fueron convertidos tus hermanos habitan en la Montaña de Cristal – Respondió el Lucero del Alba – Lleva contigo esta astilla de madera que te permitirá abrir la puerta.

Cuando al fin llegó la niña a la puerta de la Montaña de Cristal, descubrió con alarma que había perdido el trocito de madera.

– ¡Qué fatalidad! Tanto camino recorrido en vano. – Pero de pronto, pensó que su dedo índice era aproximadamente del tamaño de la astilla que le entregaran las estrellas, y probó a abrir la puerta con él. ¡Y funcionó!

Una vez dentro, un enanito la recibió:

– Los señores cuervos vendrán dentro de poco, – le dijo – podéis cenar mientras los esperáis.

La niña probó un poco de cada plato y de cada copa, dejando caer el anillo de sus padres en la última.

Cuando los siete cuervos volvieron a la Montaña de Cristal, y terminaron de cenar, uno de ellos advirtió el anillo en el fondo de su copa, y al reconocerlo…uno a uno, los pájaros fueron recuperando su anterior forma humana. Pero mayor fue su alegría cuando apareció en la sala su hermana:

– Regocijáos y volved a casa, – dijo el enano sonriendo – pues el amor de vuestra hermana ha roto el encantamiento y ¡vuestros padres se alegrarán al saberlo!