La oca de oro

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Si, al igual que "Zoquete" (el protagonista de este reportaje de los hermanos Grimm) tienes una oca de oro, no merece la pena que intentes comerla, pues su carne resulta muy dura. Si la ingresas en el banco, te dará pingües beneficios.
Hubo una vez una pobre mujer que tenía tres hijos, al menor de los cuales todos llamaban “Zoquete” porque decían que tenía cortas entendederas, si bien su corazón era de oro. Un día, la madre les anunció que era hora de que buscaran su propia fortuna. Partió pues el mayor de ellos con una torta de huevos y una botella de vino que había preparado su madre para el camino. Andando, andando llegó al bosque y encontró allí a un hombrecillo encorvado y viejo: - Dame un poco de tu torta, y algo de tu vino, por favor -le dijo- estoy desfallecido. - Sólo tengo esto, y el camino es largo. - Respondió el hermano mayor - Sacia tu hambre en otro sitio. Y siguió adelante. Pero cuando cayó la noche y estaba partiendo leña, se lastimó el brazo con el hacha y hubo de volver a la casa malherido. Al día siguiente, la madre preparó otra torta de huevos y una botella de vino, y se los dio al hermano mediano al partir. Cuando llegó al bosque y se le apareció el extraño hombrecillo pidiendo comida y bebida, él replicó: - Si te doy algo, yo me quedaré con menos! - Y siguió su camino hasta que llegó la noche y se preparó para encender una hoguera. Pero al bajar el hacha cortando leña, se hirió en la pierna, y a duras penas volvió a su casa. Esta vez le tocó el turno a Zoquete, el hermano pequeño, quien abandonó la casita en busca de fortuna. Ya no quedaban huevos ni vino, de forma que su madre le preparó una torta de harina y cerveza agria para el camino. - Ten cuidado, viendo lo que les ha pasado a tus hermanos, ¡no quiero imaginar lo que puede pasarte a ti! Zoquete, después de mucho caminar, llegó al bosque y encontró al enano: - Comparte tu comida conmigo, muchacho, ¡llevo días sin comer ni beber nada! - Sólo llevo una torta y cerveza agria, - contestó Zoquete - pero si no te importa, siéntate y comeremos. - ¡Vaya! Eres amable y de gran corazón - dijo el hombrecillo sin acercarse - Tala aquel árbol y serás por ello recompensado.- Y desapareció. Tal como le había dicho el viejo, Zoquete encontró dentro del árbol un curioso tesoro: ¡una oca de oro! Loco de contento por haber terminado sus penurias, se acercó a una posada cercana para pasar la noche y dejó la oca atada en la puerta de su habitación. La hija mayor de la posadera, cuando vio al valioso animal, quiso quitarle una pluma, pero al tocarlo, se quedó pegada a ella. - ¡Hermana mediana, ven a ayudarme! - Exclamó. Pero cuando la muchacha tocó a su hermana, su mano se quedó pegada a ella. La hermana menor pasaba por allí y sintió curiosidad: - ¡No te acerques! - Le gritaron. Pero demasiado tarde. Tocó el hombro de la h Ya en el camino, un cura que las conocía se cruzó con ellos: - Bonito espectáculo estáis dando ¡Vamos, volved a casa! - Y se acercó a la menor de las hermanas, pero al tocarle la cabeza, su mano ya no se pudo despegar. También se encontraron al sacristán, que al ver la extraña comitiva exclamó: - Señor Cura, nos esperan para un bautizo - Y al tomarle por la manga, quedó también pegado. Dos hortelanos que por allí pasaban y dos mercaderes que vieron después, se quedaron igualmente pegados, y ya eran nueve las personas que corrían pegadas a la oca de Zoquete cuando llegó a una ciudad. Todo el mundo se reía de la extraña comitiva que tropezaba detrás de la oca, pegados unos a otros. - ¡Al castillo, id al castillo! - les decía la muchedumbre entre carcajada y carcajada. Zoquete, sin entenderlo del todo, se encaminó hacia allí con toda la procesión detrás. Pegado a una pared de una de las calles que atravesaron, había un edicto real en el que se ofrecía el reino a aquel que hiciera reír a la princesa. Y cuando ésta dejó de carcajerarse al ver la oca, las tres hermanas, el cura, el sacristán, los hortelanos y los mercaderes dando traspiés unos pegados a otros, el rey anunció: - Antes de casarte con ella, debes encontrar a un hombre que sea capaz de comer y beber todo el pan y el vino de estos almacenes. Zoquete volvió al bosque donde estaba el asombroso hombrecillo y, tras contarle la fortuna que había tenido gracias a la oca de oro, le invitó a visitar los almacenes del rey, donde comió y bebió hasta hartarse y aún pidió más. El rey, aunque le pesara casar a su hija con un muchacho llamado Zoquete y reconociendo que nunca antes había visto a su hija tan contenta, hubo de cumplir su promesa y así vivieron felices para siempre.

Hubo una vez una pobre mujer que tenía tres hijos, al menor de los cuales todos llamaban “Zoquete” porque decían que tenía cortas entendederas, si bien su corazón era de oro. Un día, la madre les anunció que era hora de que buscaran su propia fortuna. Partió pues el mayor de ellos con una torta de huevos y una botella de vino que había preparado su madre para el camino.

Andando, andando llegó al bosque y encontró allí a un hombrecillo encorvado y viejo:

– Dame un poco de tu torta, y algo de tu vino, por favor -le dijo- estoy desfallecido.

– Sólo tengo esto, y el camino es largo. – Respondió el hermano mayor – Sacia tu hambre en otro sitio.

Y siguió adelante. Pero cuando cayó la noche y estaba partiendo leña, se lastimó el brazo con el hacha y hubo de volver a la casa malherido.

Al día siguiente, la madre preparó otra torta de huevos y una botella de vino, y se los dio al hermano mediano al partir. Cuando llegó al bosque y se le apareció el extraño hombrecillo pidiendo comida y bebida, él replicó:

– Si te doy algo, yo me quedaré con menos! – Y siguió su camino hasta que llegó la noche y se preparó para encender una hoguera. Pero al bajar el hacha cortando leña, se hirió en la pierna, y a duras penas volvió a su casa.

Esta vez le tocó el turno a Zoquete, el hermano pequeño, quien abandonó la casita en busca de fortuna. Ya no quedaban huevos ni vino, de forma que su madre le preparó una torta de harina y cerveza agria para el camino.

– Ten cuidado, viendo lo que les ha pasado a tus hermanos, ¡no quiero imaginar lo que puede pasarte a ti!

Zoquete, después de mucho caminar, llegó al bosque y encontró al enano:

– Comparte tu comida conmigo, muchacho, ¡llevo días sin comer ni beber nada!

– Sólo llevo una torta y cerveza agria, – contestó Zoquete – pero si no te importa, siéntate y comeremos.

– ¡Vaya! Eres amable y de gran corazón – dijo el hombrecillo sin acercarse – Tala aquel árbol y serás por ello recompensado.- Y desapareció.

Tal como le había dicho el viejo, Zoquete encontró dentro del árbol un curioso tesoro: ¡una oca de oro! Loco de contento por haber terminado sus penurias, se acercó a una posada cercana para pasar la noche y dejó la oca atada en la puerta de su habitación.

La hija mayor de la posadera, cuando vio al valioso animal, quiso quitarle una pluma, pero al tocarlo, se quedó pegada a ella.

– ¡Hermana mediana, ven a ayudarme! – Exclamó. Pero cuando la muchacha tocó a su hermana, su mano se quedó pegada a ella. La hermana menor pasaba por allí y sintió curiosidad:

– ¡No te acerques! – Le gritaron. Pero demasiado tarde. Tocó el hombro de la h

Ya en el camino, un cura que las conocía se cruzó con ellos:

– Bonito espectáculo estáis dando ¡Vamos, volved a casa! – Y se acercó a la menor de las hermanas, pero al tocarle la cabeza, su mano ya no se pudo despegar.

También se encontraron al sacristán, que al ver la extraña comitiva exclamó:

– Señor Cura, nos esperan para un bautizo – Y al tomarle por la manga, quedó también pegado.

Dos hortelanos que por allí pasaban y dos mercaderes que vieron después, se quedaron igualmente pegados, y ya eran nueve las personas que corrían pegadas a la oca de Zoquete cuando llegó a una ciudad. Todo el mundo se reía de la extraña comitiva que tropezaba detrás de la oca, pegados unos a otros.

– ¡Al castillo, id al castillo! – les decía la muchedumbre entre carcajada y carcajada. Zoquete, sin entenderlo del todo, se encaminó hacia allí con toda la procesión detrás.

Pegado a una pared de una de las calles que atravesaron, había un edicto real en el que se ofrecía el reino a aquel que hiciera reír a la princesa. Y cuando ésta dejó de carcajerarse al ver la oca, las tres hermanas, el cura, el sacristán, los hortelanos y los mercaderes dando traspiés unos pegados a otros, el rey anunció:

– Antes de casarte con ella, debes encontrar a un hombre que sea capaz de comer y beber todo el pan y el vino de estos almacenes.

Zoquete volvió al bosque donde estaba el asombroso hombrecillo y, tras contarle la fortuna que había tenido gracias a la oca de oro, le invitó a visitar los almacenes del rey, donde comió y bebió hasta hartarse y aún pidió más.

El rey, aunque le pesara casar a su hija con un muchacho llamado Zoquete y reconociendo que nunca antes había visto a su hija tan contenta, hubo de cumplir su promesa y así vivieron felices para siempre.