No te puedes imaginar la vida interior que puede llegar a tener una simple aguja de zurcir. Los psicólogos de la Universidad de Benyhacklef están estudiando los pensamientos de una de ellas, reflejados en el cuento de Andersen para ver si pueden aprender a coser ellas solas.
Hubo una vez una aguja de zurcir tan vanidosa, que todo le parecía poco para ella:
- Soy tan delgada y tan fina, -comentaba a los alfileres- y vosotros tan vulgares...no comprendo cómo puedo aguantar a vuestro lado.
Y se deslizaba por la tela luciendo orgullosa el hilo que la acompañaba.
Un día se rompió la aguja y la costurera, después de aplicarle lacre la prendió en la solapa de su vestido:
- Mira qué alta estoy, ¡Cómo luce mi esbelta figura sobre este terciopelo! Soy un broche magnífico, un prendedor espléndido.
Pero de tanto estirarse para parecer más atractiva, se cayó de la solapa y por el desagüe, fue a parar al arroyo:
- Qué adecuado para mi rango, viajar y conocer mundo. Así todo el mundo podrá verme y admirar mi belleza. ¡Soy tan bonita!
Desde el fondo, veía todo tipo de ramitas y hojas pasar flotando en la superficie corriente abajo:
- ¡Qué ordinarios! ¡Cómo se bambolean! Está visto que la clase no se estila por las alturas, en cambio, el fondo donde yo estoy es tan elegante y exquisito...
Un trozo de cristal de botella que había a su lado escuchó sus comentarios y se interesó por ella:
- Conocí a cinco dedos -le contó ella-, eran simplemente mediocres, corrientes, sin ningún brillo ni distinción.
Llegaron unos niños al arroyo, y se entretuvieron en buscar piedrecitas. Pero dio la casualidad de que uno se pinchó con la aguja, y tras quitársela del dedo la pinchó en una cáscara de huevo. La aguja había ennegrecido por el óxido, pero aún así decía:
- Cómo me favorece este nuevo color, y cómo resalta mi línea el blanco de la cáscara.
El niño arrojó la cáscara por los aires y ésta, después de dar varias vueltas, cayó en medio del camino:
- Qué lugar tan ideal, todos los que vengan por este camino tendrán la fortuna de poder contemplar mi atractiva silueta.
En ese momento pasó un carro y una de las ruedas pisó la cáscara de huevo donde estaba pinchada la aguja:
- ¡Crac! -Hizo la cáscara de huevo al romperse bajo el peso.
- ¡Oh, me rompo, me rompo! -Dijo la aguja. Pero no se rompió, siguió allí hablando sólo de sí misma, y si me preguntáis, allí puede seguir hasta que se calle.
Hubo una vez una aguja de zurcir tan vanidosa, que todo le parecía poco para ella:
– Soy tan delgada y tan fina, -comentaba a los alfileres- y vosotros tan vulgares…no comprendo cómo puedo aguantar a vuestro lado.
Y se deslizaba por la tela luciendo orgullosa el hilo que la acompañaba.
Un día se rompió la aguja y la costurera, después de aplicarle lacre la prendió en la solapa de su vestido:
– Mira qué alta estoy, ¡Cómo luce mi esbelta figura sobre este terciopelo! Soy un broche magnífico, un prendedor espléndido.
Pero de tanto estirarse para parecer más atractiva, se cayó de la solapa y por el desagüe, fue a parar al arroyo:
– Qué adecuado para mi rango, viajar y conocer mundo. Así todo el mundo podrá verme y admirar mi belleza. ¡Soy tan bonita!
Desde el fondo, veía todo tipo de ramitas y hojas pasar flotando en la superficie corriente abajo:
– ¡Qué ordinarios! ¡Cómo se bambolean! Está visto que la clase no se estila por las alturas, en cambio, el fondo donde yo estoy es tan elegante y exquisito…
Un trozo de cristal de botella que había a su lado escuchó sus comentarios y se interesó por ella:
– Conocí a cinco dedos -le contó ella-, eran simplemente mediocres, corrientes, sin ningún brillo ni distinción.
Llegaron unos niños al arroyo, y se entretuvieron en buscar piedrecitas. Pero dio la casualidad de que uno se pinchó con la aguja, y tras quitársela del dedo la pinchó en una cáscara de huevo. La aguja había ennegrecido por el óxido, pero aún así decía:
– Cómo me favorece este nuevo color, y cómo resalta mi línea el blanco de la cáscara.
El niño arrojó la cáscara por los aires y ésta, después de dar varias vueltas, cayó en medio del camino:
– Qué lugar tan ideal, todos los que vengan por este camino tendrán la fortuna de poder contemplar mi atractiva silueta.
En ese momento pasó un carro y una de las ruedas pisó la cáscara de huevo donde estaba pinchada la aguja:
– ¡Crac! -Hizo la cáscara de huevo al romperse bajo el peso.
– ¡Oh, me rompo, me rompo! -Dijo la aguja. Pero no se rompió, siguió allí hablando sólo de sí misma, y si me preguntáis, allí puede seguir hasta que se calle.