La rosa más bella del mundo

La reina en peligro

Durante la Navidad es muy común la exhaltación de sentimientos y emociones como el amor. Pero ¿qué entiendes tu por amor? Una cuestión de este tipo estuvo a punto de costarle la vida a la reina. Más información en el reportaje de Hans Christian Andersen.
Érase una vez que se era, en una apartada tierra, una reina amante de las rosas. Por todo el castillo y los jardines que lo rodeaban, podían verse los ejemplares más delicados y bellos de esta flor. Cubrían los muros y se enredaban en las columnas, algunas colgaban desde las almenas y los aromas que desprendían llenaban el ambiente y animaban a todo aquel que por allí pasase. Cierto día la reina cayó enferma. Su estado iba empeorando a medida que pasaban los días y ni los remedios de los médicos, ni los cuidados que recibía parecían aliviarla. Se hizo llamar a los sabios más brillantes del reino y fue uno de ellos quien propuso: - Sólo existe una forma de sanarla: es preciso encontrar la rosa más bella, aquella que crece al calor del amor y a la luz de la verdad, la rosa más bella del mundo. Al instante se enviaron mensajeros a los cuatro confines del reino, e incluso más allá para difundir la noticia. Los exploradores se pusieron en marcha hacia lejanas tierras. Era preciso encontrar la rosa más bella del mundo para salvar a la reina. Una gran cantidad de gente, ansiosa por ayudar a la magnánima soberana que había traído la paz al reino, desfiló junto a su lecho con los mejores ejemplares de la bella flor. Traían rosas desde China, rosas que habían crecido en los jardines de Francia, rosas de te maravillosamente perfumadas, rosas negras como el cielo aterciopelado de una noche de invierno y rosas níveas como la cumbre de las montañas más elevadas, pero ninguna de ellas surtía el efecto deseado. - ¡No!, ¡No!, ¡No! - Exclamó el sabio que había propuesto la cura - ¡No habéis entendido nada! - La enfermedad de la reina no es algo superficial, sino que afecta a su alma. - Continuó el erudito - No es una flor de bella apariencia lo que buscamos, sino una rosa cuidada con ternura, amada desde su nacimiento, expresión del amor más puro y sublime. Ésta es la que debéis buscar.Un murmullo recorrió la sala del trono, donde se encontraban, y de nuevo comenzó el ir y venir de la gente buscando el remedio a la enfermedad de la reina. Un joven se acercó para apuntar al médico: - ¿Podrían ser las rosas cárdenas de la tumba de Romeo y Julieta? Pues su amor es legendario y sobrepasó las fronteras de la muerte. - Yo conozco la rosa roja de la sangre vertida por los guerreros cuando luchan defendiendo todo aquello que aman - Añadió un joven soldado. - Vamos mejor encaminados, pero la rosa que buscamos es fuente de vida. Un científico se abrió paso entre los presentes y habló así: - Quizá se trate de la rosa blanca que indica el camino de la ciencia, lleva la luz que ilumina el camino de los hombres. - O de la rosa sonrosada de los niños al reir, la que hace que los corazones se inunden de alegría. - Intentó ayudar una joven madre. Pero pasaba el tiempo y ninguna de las rosas parecía ser la adecuada. La reina empeoraba por momentos y los ánimos comenzaban a decaer. No parecía posible su salvación. De repente, el príncipe, hijo menor de la reina, irrumpió en sus aposentos llorando a lágrima viva y portando un bonito libro. Todo el mundo se volvió para mirarle e intentar consolarle mientras se abría paso hacia la cama que ocupaba su mamá. - ¿Qué tienes, hijo? - Preguntó ella - ¿Cuál es tu pena, mi vida? - Mamá, he estado leyendo este libro donde cuenta cómo el Hijo de Dios dio su vida por salvar a la humanidad, y ahora tengo muchas ganas de llorar sin saber muy bien porqué. Y al instante, las mejillas de la reina recobraron su rosada apariencia y las fuerzas volvieron a su cuerpo. ¡Estaba curada! Grande fue la alegría que les invadió en aquel momento, y rápidamente se dispuso una celebración para festejar la recuperación de la soberana. - Efectivamente, - dijo el sabio - ésta debe ser la rosa más bella del mundo, pues como pone en el libro, nunca morirá quien contemple el sacrificio de aquel que eligió renunciar a la vida en la tierra a cambio de la eternidad para todos nosotros.

Érase una vez que se era, en una apartada tierra, una reina amante de las rosas. Por todo el castillo y los jardines que lo rodeaban, podían verse los ejemplares más delicados y bellos de esta flor. Cubrían los muros y se enredaban en las columnas, algunas colgaban desde las almenas y los aromas que desprendían llenaban el ambiente y animaban a todo aquel que por allí pasase.

Cierto día la reina cayó enferma. Su estado iba empeorando a medida que pasaban los días y ni los remedios de los médicos, ni los cuidados que recibía parecían aliviarla. Se hizo llamar a los sabios más brillantes del reino y fue uno de ellos quien propuso:

– Sólo existe una forma de sanarla: es preciso encontrar la rosa más bella, aquella que crece al calor del amor y a la luz de la verdad, la rosa más bella del mundo.

Al instante se enviaron mensajeros a los cuatro confines del reino, e incluso más allá para difundir la noticia. Los exploradores se pusieron en marcha hacia lejanas tierras. Era preciso encontrar la rosa más bella del mundo para salvar a la reina.

Una gran cantidad de gente, ansiosa por ayudar a la magnánima soberana que había traído la paz al reino, desfiló junto a su lecho con los mejores ejemplares de la bella flor.

Traían rosas desde China, rosas que habían crecido en los jardines de Francia, rosas de te maravillosamente perfumadas, rosas negras como el cielo aterciopelado de una noche de invierno y rosas níveas como la cumbre de las montañas más elevadas, pero ninguna de ellas surtía el efecto deseado.

– ¡No!, ¡No!, ¡No! – Exclamó el sabio que había propuesto la cura – ¡No habéis entendido nada!

– La enfermedad de la reina no es algo superficial, sino que afecta a su alma. – Continuó el erudito – No es una flor de bella apariencia lo que buscamos, sino una rosa cuidada con ternura, amada desde su nacimiento, expresión del amor más puro y sublime.

Ésta es la que debéis buscar.
Un murmullo recorrió la sala del trono, donde se encontraban, y de nuevo comenzó el ir y venir de la gente buscando el remedio a la enfermedad de la reina.

Un joven se acercó para apuntar al médico:

– ¿Podrían ser las rosas cárdenas de la tumba de Romeo y Julieta? Pues su amor es legendario y sobrepasó las fronteras de la muerte.

– Yo conozco la rosa roja de la sangre vertida por los guerreros cuando luchan defendiendo todo aquello que aman – Añadió un joven soldado.

– Vamos mejor encaminados, pero la rosa que buscamos es fuente de vida.

Un científico se abrió paso entre los presentes y habló así:

– Quizá se trate de la rosa blanca que indica el camino de la ciencia, lleva la luz que ilumina el camino de los hombres.

– O de la rosa sonrosada de los niños al reir, la que hace que los corazones se inunden de alegría. – Intentó ayudar una joven madre.

Pero pasaba el tiempo y ninguna de las rosas parecía ser la adecuada. La reina empeoraba por momentos y los ánimos comenzaban a decaer. No parecía posible su salvación.

De repente, el príncipe, hijo menor de la reina, irrumpió en sus aposentos llorando a lágrima viva y portando un bonito libro. Todo el mundo se volvió para mirarle e intentar consolarle mientras se abría paso hacia la cama que ocupaba su mamá.

– ¿Qué tienes, hijo? – Preguntó ella – ¿Cuál es tu pena, mi vida?

– Mamá, he estado leyendo este libro donde cuenta cómo el Hijo de Dios dio su vida por salvar a la humanidad, y ahora tengo muchas ganas de llorar sin saber muy bien porqué.

Y al instante, las mejillas de la reina recobraron su rosada apariencia y las fuerzas volvieron a su cuerpo. ¡Estaba curada!

Grande fue la alegría que les invadió en aquel momento, y rápidamente se dispuso una celebración para festejar la recuperación de la soberana.

– Efectivamente, – dijo el sabio – ésta debe ser la rosa más bella del mundo, pues como pone en el libro, nunca morirá quien contemple el sacrificio de aquel que eligió renunciar a la vida en la tierra a cambio de la eternidad para todos nosotros.