La suerte puede estar en un palito

Peras de la suerte

Gracias a una revolucionaria idea para reutilizar las peras de madera, este empresario ebanista conseguirá que su negocio cotice en bolsa a finales del año que viene. Más información en el cuento de Hans Christian Andersen: La suerte puede estar en un palito
Algunos dicen que la manzana que inspiró a Newton su teoría de la gravedad fue un golpe de suerte. Hay gente que tiene suerte a menudo, otros la tienen de vez en cuando, y algunos sólo la tienen una vez en la vida. La suerte puede estar en muchas partes, pero nunca se sabe en qué lugar. Esta es la historia de un hombre que encontró la suya en un palito. Este hombre se dedicaba a hacer paraguas, en concreto, las empuñaduras y anillas de los mismos, pues era tornero. A pesar de vivir en un país muy lluvioso, el negocio no iba bien: la pobreza acechaba en cada casa, y antes de comprar uno nuevo, se reparaba el anterior para ahorrar. El tornero apenas ganaba para vivir, y siempre murmuraba: “Nunca encontraré la suerte”. Una noche se produjo una enorme ventisca en la ciudad. Tan fuerte fue la ventisca que a la mañana siguiente, todos los periódicos traían en portada la noticia de una diligencia que volcó, quedando herido parte del pasaje. Y quiso la fortuna que el viento quebrara una rama del peral de su jardín: - Definitivamente, la suerte me esquiva - se quejó el hombre al verla en el suelo. Llevó la rama al interior de la cabaña. Al calor del hogar torneó dos peras grandes, y tres más pequeñas, y varias peritas de distintos tamaños. El peral nunca había dado fruto, y el tornero no pudo evitar pensar: - ¡Por fin este árbol dará peras! - Exclamó - ¡Aunque sean de madera! Y repartió algunas de ellas entre los niños para que jugaran. Una señora se acercó a la casa del paragüero para que le arreglara una varilla, y también el cierre. No era algo difícil, ni mucho menos, pero el hombre no podía encontrar un botón para el cierre: - ¡Esto sí que es mala suerte! - Se lamentó, y tomando una de las peritas más pequeñas, añadió: Haciendo un pequeño agujerito servirá para cerrarlo. A la dueña del paraguas, el botón con forma de perita le pareció un detalle muy bonito: - El paraguas se cierra perfectamente con este adorno, y además lo convierte en un objeto distinguido y original - Dijo al tornero mientras le pagaba con una sonrisa. - Voy corriendo a enseñárselo a mis amigas - Añadió. No sólo las amigas de aquella señora decidieron colocar una perita en su paraguas, sino que la fama de su creador se extendió más allá de los límites de la ciudad, más allá de las fronteras del país, cruzando los mares y los continentes, y pronto, tiendas de todo el mundo pedían peritas de paraguas al tornero. Toda la madera del peral acabó convertida en pequeñas peritas para cerrar paraguas. Los beneficios del negocio aumentaban día a día, y se hizo necesario contratar a aprendices para ayudar al hombre en su tarea. Pronto no tuvo ningún problema para vivir holgadamente, y cuando alguien le preguntó por el secreto de su éxito, contestó: - Quién me lo iba a decir: ¡Mi suerte estaba en un palito!

Algunos dicen que la manzana que inspiró a Newton su teoría de la gravedad fue un golpe de suerte. Hay gente que tiene suerte a menudo, otros la tienen de vez en cuando, y algunos sólo la tienen una vez en la vida. La suerte puede estar en muchas partes, pero nunca se sabe en qué lugar. Esta es la historia de un hombre que encontró la suya en un palito.

Este hombre se dedicaba a hacer paraguas, en concreto, las empuñaduras y anillas de los mismos, pues era tornero. A pesar de vivir en un país muy lluvioso, el negocio no iba bien: la pobreza acechaba en cada casa, y antes de comprar uno nuevo, se reparaba el anterior para ahorrar. El tornero apenas ganaba para vivir, y siempre murmuraba: “Nunca encontraré la suerte”.

Una noche se produjo una enorme ventisca en la ciudad. Tan fuerte fue la ventisca que a la mañana siguiente, todos los periódicos traían en portada la noticia de una diligencia que volcó, quedando herido parte del pasaje. Y quiso la fortuna que el viento quebrara una rama del peral de su jardín:

– Definitivamente, la suerte me esquiva – se quejó el hombre al verla en el suelo.

Llevó la rama al interior de la cabaña. Al calor del hogar torneó dos peras grandes, y tres más pequeñas, y varias peritas de distintos tamaños. El peral nunca había dado fruto, y el tornero no pudo evitar pensar:

– ¡Por fin este árbol dará peras! – Exclamó – ¡Aunque sean de madera!

Y repartió algunas de ellas entre los niños para que jugaran.

Una señora se acercó a la casa del paragüero para que le arreglara una varilla, y también el cierre. No era algo difícil, ni mucho menos, pero el hombre no podía encontrar un botón para el cierre:

– ¡Esto sí que es mala suerte! – Se lamentó, y tomando una de las peritas más pequeñas, añadió: Haciendo un pequeño agujerito servirá para cerrarlo.

A la dueña del paraguas, el botón con forma de perita le pareció un detalle muy bonito:

– El paraguas se cierra perfectamente con este adorno, y además lo convierte en un objeto distinguido y original – Dijo al tornero mientras le pagaba con una sonrisa. – Voy corriendo a enseñárselo a mis amigas – Añadió.

No sólo las amigas de aquella señora decidieron colocar una perita en su paraguas, sino que la fama de su creador se extendió más allá de los límites de la ciudad, más allá de las fronteras del país, cruzando los mares y los continentes, y pronto, tiendas de todo el mundo pedían peritas de paraguas al tornero.

Toda la madera del peral acabó convertida en pequeñas peritas para cerrar paraguas. Los beneficios del negocio aumentaban día a día, y se hizo necesario contratar a aprendices para ayudar al hombre en su tarea. Pronto no tuvo ningún problema para vivir holgadamente, y cuando alguien le preguntó por el secreto de su éxito, contestó:

– Quién me lo iba a decir: ¡Mi suerte estaba en un palito!