Si cuentas los dientes que tienes en la boca, y tienes más de 12, TEN CUIDADO, eso quiere decir que tienes alguna muela. Y si no usas dentífrico, corres el peligro de que venga a visitarte el fantasma de Tía Dolor de Muelas.
Os contaré la historia que leí en un manuscrito que envolvía los peces que iban a servirme de almuerzo. Decía así:
Desde muy pequeño, adoraba a mi Tía Mille porque siempre tenía caramelos preparados cuando iba a verla, y cada vez que venía de visita a casa traía exquisitos dulces y pasteles comprados en las mejores confiterías. Además, me halagaba diciendo que de mayor me convertiría en un gran poeta.
La Tía Mille influía en mis dientes, pues a causa de las golosinas que ella me traía, éstos se veían afectados por la caries y las infecciones con frecuencia, al contrario que los suyos, blancos y perfectos, que cuidaba con esmero aunque nunca se iba a dormir con ellos. La Tía Mille también influía en mi mente, pues alentándome a ser poeta excitaba mi imaginación y afán de conocimiento:
- Escribe todos tus pensamientos, - me decía - pues algún día la gente querrá conocerlos.
Cierta mañana, Tía Mille me contó que había tenido un sueño en el que se le caía un diente.
- Significa sin duda que perderé un amigo. - Comentó. Pero un amigo suyo que asistía a la conversación comentó:
- Si es un diente postizo, ¡sin duda se tratará de un falso amigo! - Y fue entonces cuando comprendí que mi Tía Mille había perdido hacía mucho su dentadura.
Cada vez que hablaba con ella, cada vez que entablábamos una conversación o terminaba un relato, ella me agasajaba con dulces y me repetía:
- Eres un poeta, y siempre serás un poeta. ¡Serás el mejor poeta del mundo!
Y me recalcaba que estaba muy orgullosa de mi y que se sentía muy dichosa por tener un sobrino con tales cualidades.
Llegó la navidad e invité a mi Tía Mille a pasar esas fechas en casa. Hacía un tiempo horrible, la tempestad soplaba con fuerza y el hielo y la nieve se asentaban en las calles y sobre las casas. Por la noche, el viento aullaba en las rendijas y el frío se colaba por las grietas de la pared. Tumbado en la cama, tuve la peor pesadilla que recuerdo. Tal espanto sufrí que mi vida cambió para siempre. Os relataré lo que soñé y sentí.
La luz que se filtraba por la ventana de mi cuarto revelaba en el suelo una figura parecida a la que dibujan los niños pequeños cuando quieren representar a una persona, con el cuerpo formado por una línea, un círculo a modo de cabeza y apenas dos trazos formando las extremidades. Poco a poco tomó apariencia humana y me habló con una voz que hacía que cada pelo de mi cuerpo se erizara como si éste fuera el último susto que recibiera en mi vida:
- Soy la Tía Dolor de Muelas, acabo de llegar y debo afilar mi aguijón en la dentadura humana. Necesito dientes blancos como la nieve para saciar mi apetito, y eso es lo que veo en tu boca de poeta. Dientes resistentes al calor y al frío, al dulzor y a la
- Además - prosiguió Tía Dolor de Muelas - Eres poeta, ¿No? Entonces te ayudaré en tus propósitos, pues el sufrimiento es mayor musa que la alegría. Prometo concederte el dolor más agudo, aquel que tocará tus nervios desde la raíz como si fuera un hierro
- ¡No! Déjame ser un poeta insignificante, quiero un dolor de muelas imperceptible. Puedo incluso simplemente, tener accesos poéticos, accesos de dolor de muelas. ¡Ten piedad! - Insté al espectro.
- ¿Reconoces ahora que soy más importante que la poesía,
- ¿Renuncias entonces a escribir un sólo verso más? - Dijo Tía Dolor de Muelas.
- Renuncio incluso a pensarlos y escucharlos, pero ¡vete ya!
No sé si mi Tía Mille estaba relacionada con la pesadilla, pero en lo sucesivo, no volví a verla por miedo a que
Os contaré la historia que leí en un manuscrito que envolvía los peces que iban a servirme de almuerzo. Decía así:
Desde muy pequeño, adoraba a mi Tía Mille porque siempre tenía caramelos preparados cuando iba a verla, y cada vez que venía de visita a casa traía exquisitos dulces y pasteles comprados en las mejores confiterías. Además, me halagaba diciendo que de mayor me convertiría en un gran poeta.
La Tía Mille influía en mis dientes, pues a causa de las golosinas que ella me traía, éstos se veían afectados por la caries y las infecciones con frecuencia, al contrario que los suyos, blancos y perfectos, que cuidaba con esmero aunque nunca se iba a dormir con ellos. La Tía Mille también influía en mi mente, pues alentándome a ser poeta excitaba mi imaginación y afán de conocimiento:
– Escribe todos tus pensamientos, – me decía – pues algún día la gente querrá conocerlos.
Cierta mañana, Tía Mille me contó que había tenido un sueño en el que se le caía un diente.
– Significa sin duda que perderé un amigo. – Comentó. Pero un amigo suyo que asistía a la conversación comentó:
– Si es un diente postizo, ¡sin duda se tratará de un falso amigo! – Y fue entonces cuando comprendí que mi Tía Mille había perdido hacía mucho su dentadura.
Cada vez que hablaba con ella, cada vez que entablábamos una conversación o terminaba un relato, ella me agasajaba con dulces y me repetía:
– Eres un poeta, y siempre serás un poeta. ¡Serás el mejor poeta del mundo!
Y me recalcaba que estaba muy orgullosa de mi y que se sentía muy dichosa por tener un sobrino con tales cualidades.
Llegó la navidad e invité a mi Tía Mille a pasar esas fechas en casa. Hacía un tiempo horrible, la tempestad soplaba con fuerza y el hielo y la nieve se asentaban en las calles y sobre las casas. Por la noche, el viento aullaba en las rendijas y el frío se colaba por las grietas de la pared. Tumbado en la cama, tuve la peor pesadilla que recuerdo. Tal espanto sufrí que mi vida cambió para siempre. Os relataré lo que soñé y sentí.
La luz que se filtraba por la ventana de mi cuarto revelaba en el suelo una figura parecida a la que dibujan los niños pequeños cuando quieren representar a una persona, con el cuerpo formado por una línea, un círculo a modo de cabeza y apenas dos trazos formando las extremidades. Poco a poco tomó apariencia humana y me habló con una voz que hacía que cada pelo de mi cuerpo se erizara como si éste fuera el último susto que recibiera en mi vida:
– Soy la Tía Dolor de Muelas, acabo de llegar y debo afilar mi aguijón en la dentadura humana. Necesito dientes blancos como la nieve para saciar mi apetito, y eso es lo que veo en tu boca de poeta. Dientes resistentes al calor y al frío, al dulzor y a la
– Además – prosiguió Tía Dolor de Muelas – Eres poeta, ¿No? Entonces te ayudaré en tus propósitos, pues el sufrimiento es mayor musa que la alegría. Prometo concederte el dolor más agudo, aquel que tocará tus nervios desde la raíz como si fuera un hierro
– ¡No! Déjame ser un poeta insignificante, quiero un dolor de muelas imperceptible. Puedo incluso simplemente, tener accesos poéticos, accesos de dolor de muelas. ¡Ten piedad! – Insté al espectro.
– ¿Reconoces ahora que soy más importante que la poesía,
– ¿Renuncias entonces a escribir un sólo verso más? – Dijo Tía Dolor de Muelas.
– Renuncio incluso a pensarlos y escucharlos, pero ¡vete ya!
No sé si mi Tía Mille estaba relacionada con la pesadilla, pero en lo sucesivo, no volví a verla por miedo a que
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