Los chanclos de la suerte

¡Magia peligrosa!

Una de las primeras lecciones que se enseñan en las escuelas de magia es que hay que tener cuidado con lo que se desea. En el relato de Andersen recogemos una ocasión en la que no se sabe muy bien si ganó la Preocupación o la Fortuna.
Hace mucho, mucho tiempo, una dama de la corte ofreció una cena en su casa. Entre los invitados figuraban dos hadas: una Dama de la Fortuna y la Señora de la Preocupación. La conversación que mantenían entre ellas trataba sobre unos chanclos de la suerte: - Me los han regalado por mi cumpleaños - comentaba la Fortuna - Aquella persona que los calce podrá ver sus deseos cumplidos y será muy feliz. - ¿Dices que será muy feliz? - Hizo notar la Preocupación - Yo creo que aquel que los utilice será muy desgraciado y bendecirá el momento en que se los pueda quitar. Y ambas acordaron dejarlos en la puerta y observar a quien acertara a ponérselos. El sujeto fue un escribiente que había asistido a la reunión y se quería retirar pronto a descansar. Tan cansado estaba que no se dió cuenta de que se equivocaba de calzado. Apenas puso el pie en la calle le dió por pensar cómo serían las cosas hacía algunos años, cuando aún no había coches, cuando la vida era más tranquila: - Me gustaría conocer los tiempos del Rey Hans en esta tierra. Dicho y hecho, los chanclos de la suerte le transportaron a la época en que las calles no estaban aún empedradas, ni iluminadas por los faroles. Al no conocer el detalle de que había cambiado sus zapatos por los chanclos mágicos, creyó estar enfermo, pues no reconocía la calle en que se encontraba. Había mucho barro en el suelo y muy poca luz. Intentó encontrar el camino a su casa, pero en aquella época aún no había sido construída. Tan perdido se hallaba que creía que la locura había hecho huella en él: - ¿Se deberá este desconcierto al vaso de ponche que tomé con la cena? ¡Cómo deseo estar en mi cama! Dicho y hecho, los chanclos hicieron que al instante se hallara confortablemente instalado en su alcoba: - ¿Qué está ocurriendo? ¿Me habré dormido y ha sido todo un sueño? - Y, con los chanclos a su lado, descansó hasta la mañana siguiente. Al levantarse calzó de nuevo los mágicos zapatos y salió a la calle en dirección a su trabajo. - Es una mañana realmente bella, si pudiera volar como esos pajarillos y disfrutar así del viento... Dicho y hecho, estaba volando por los aires, recorriendo la ciudad a gran altura, por encima de los tejados y las chimeneas: - Es preocupante lo que me está pasando, ¿será que me vuelto a quedar dormido? Es natural que, no conociendo los poderes del calzado que llevaba, el escribiente no pudiera dar crédito a sus sentidos, pues la situación era increíble. - Espero poder recordar esto cuando despierte, pues lo cierto es que es un fantástico sueño, aunque me está entrando hambre. Ahora me gustaría estar en casa, enfrente de un buen plato caliente de sopa. Dicho y hecho, en un instante se encontró sentado a la mesa de su casa. Mientras saboreaba el reconfortante caldo, se puso a pensar en los extraños sucesos que le estaban ocurriendo: - No entiendo nada, tan pronto me parece haber retrocedido en el tiempo, como me encuentro sobrevolando la ciudad como un pajarillo. Por más vueltas que le doy, no consigo encontrar explicación alguna. - Aunque no es extraño que no pueda dar con la clave del enigma - continuó, - pues hay muchas cosas que escapan a mi entendimiento. Por ejemplo, las estrellas. Sabemos tan poco sobre ellas...¡sería fantástico poder visitarlas! Dicho y hecho, los chanclos de la suerte actuaron de nuevo y el escribiente se encontró recorriendo el espacio exterior a la velocidad de la luz. En la tierra, su cuerpo yacía inerme, pues los viajes siderales no pueden realizarse con los cuerpos humanos. Las dos hadas flanqueaban el cuerpo y la Preocupación decía a la Fortuna: - ¿Compruebas ahora que tus chanclos no dan la felicidad? - No opino como tu, - contestó ésta, - pues al menos este hombre, descansa en paz eterna.
Hace mucho, mucho tiempo, una dama de la corte ofreció una cena en su casa. Entre los invitados figuraban dos hadas: una Dama de la Fortuna y la Señora de la Preocupación. La conversación que mantenían entre ellas trataba sobre unos chanclos de la suerte:

– Me los han regalado por mi cumpleaños – comentaba la Fortuna – Aquella persona que los calce podrá ver sus deseos cumplidos y será muy feliz.

– ¿Dices que será muy feliz? – Hizo notar la Preocupación – Yo creo que aquel que los utilice será muy desgraciado y bendecirá el momento en que se los pueda quitar.

Y ambas acordaron dejarlos en la puerta y observar a quien acertara a ponérselos.

El sujeto fue un escribiente que había asistido a la reunión y se quería retirar pronto a descansar. Tan cansado estaba que no se dió cuenta de que se equivocaba de calzado.

Apenas puso el pie en la calle le dió por pensar cómo serían las cosas hacía algunos años, cuando aún no había coches, cuando la vida era más tranquila:

– Me gustaría conocer los tiempos del Rey Hans en esta tierra.

Dicho y hecho, los chanclos de la suerte le transportaron a la época en que las calles no estaban aún empedradas, ni iluminadas por los faroles.

Al no conocer el detalle de que había cambiado sus zapatos por los chanclos mágicos, creyó estar enfermo, pues no reconocía la calle en que se encontraba. Había mucho barro en el suelo y muy poca luz. Intentó encontrar el camino a su casa, pero en aquella época aún no había sido construída. Tan perdido se hallaba que creía que la locura había hecho huella en él:

– ¿Se deberá este desconcierto al vaso de ponche que tomé con la cena? ¡Cómo deseo estar en mi cama!

Dicho y hecho, los chanclos hicieron que al instante se hallara confortablemente instalado en su alcoba:

– ¿Qué está ocurriendo? ¿Me habré dormido y ha sido todo un sueño? – Y, con los chanclos a su lado, descansó hasta la mañana siguiente. Al levantarse calzó de nuevo los mágicos zapatos y salió a la calle en dirección a su trabajo.

– Es una mañana realmente bella, si pudiera volar como esos pajarillos y disfrutar así del viento…

Dicho y hecho, estaba volando por los aires, recorriendo la ciudad a gran altura, por encima de los tejados y las chimeneas:

– Es preocupante lo que me está pasando, ¿será que me vuelto a quedar dormido?

Es natural que, no conociendo los poderes del calzado que llevaba, el escribiente no pudiera dar crédito a sus sentidos, pues la situación era increíble.

– Espero poder recordar esto cuando despierte, pues lo cierto es que es un fantástico sueño, aunque me está entrando hambre. Ahora me gustaría estar en casa, enfrente de un buen plato caliente de sopa.

Dicho y hecho, en un instante se encontró sentado a la mesa de su casa. Mientras saboreaba el reconfortante caldo, se puso a pensar en los extraños sucesos que le estaban ocurriendo:

– No entiendo nada, tan pronto me parece haber retrocedido en el tiempo, como me encuentro sobrevolando la ciudad como un pajarillo. Por más vueltas que le doy, no consigo encontrar explicación alguna.

– Aunque no es extraño que no pueda dar con la clave del enigma – continuó, – pues hay muchas cosas que escapan a mi entendimiento. Por ejemplo, las estrellas. Sabemos tan poco sobre ellas…¡sería fantástico poder visitarlas!

Dicho y hecho, los chanclos de la suerte actuaron de nuevo y el escribiente se encontró recorriendo el espacio exterior a la velocidad de la luz.

En la tierra, su cuerpo yacía inerme, pues los viajes siderales no pueden realizarse con los cuerpos humanos. Las dos hadas flanqueaban el cuerpo y la Preocupación decía a la Fortuna:

– ¿Compruebas ahora que tus chanclos no dan la felicidad?

– No opino como tu, – contestó ésta, – pues al menos este hombre, descansa en paz eterna.