El Rey de la Montaña de Oro

El rey de la montaña de oro: cuentos de los Hermnso Grimm

¿Tu novia es una serpiente?

Últimas noticias llegadas a PequeNet advierten que no sólo en ranas se convierten las princesas, sino también en serpientes. Este tipo de encantamientos es el preferido de los duendes negros, como se puede comprobar en el reportaje de Los Hermanos Grimm.
Cuentan que hubo una vez, en lugar muy lejano, un comerciante rico que perdió toda su fortuna al hundirse los dos barcos que transportaban su mercancía. Desde aquel día, el hombre comenzó a lamentarse y ni siquiera su mujer y su pequeño hijito, que estaba aprendiendo a andar, conseguían calmar su tristeza. Mas cierto día, caminando por el bosque, encontró un extraño enano negro que se dirigió a él: - Te daré una fortuna mayor que la que poseías antes si me prometes volver aquí al cabo de doce años y entregarme lo primero que te toque la pierna al volver a tu casa. Accedió el hombre pensando que seguramente sería su perro quien saliera a recibirle, y dudaba mucho que sobreviviera tanto tiempo. Pero quiso la fortuna que fuera su propio hijo, dando los primeros pasos quien tocara su pierna en primer lugar. Apenado pasó el pobre hombre los doce años siguientes pensando que tendría que entregar su hijo al gnomo del bosque. Ni todo el oro que encontró en el pajar de su casa consiguió aplacar su pena, y cuando llegó el día señalado, él mismo lo acompañó al bosque, donde esperaba el enano. Mas, tras andar un largo trecho, el chiquillo comenzó a correr y desapareció de la vista del gnomo, que no lo pudo alcanzar. Corriendo, sin volver la vista atrás, topó con tres gigantes de pocas luces que se peleaban por tres objetos. El primero era una capa que volvía invisible a quien la llevara puesta. El segundo era una espada que decapitaba a todos los presentes, menos al que la portara, al decir: “todas las cabezas al suelo”. Y también había unas chinelas que transportaban a quien se las pusiera a cualquier lugar con sólo nombrarlo. - Tu harás de árbitro, -le dijeron- y nos dirás cómo repartimos esta herencia. - De acuerdo –Asintió él. Y cuando le hubieron entregado los objetos, se puso la capa y salió corriendo con la espada y las chinelas mágicas dejándoles pasmados, pues tan tontos eran que no se lo esperaban. Trepando montaña arriba llegó a las puertas de un enorme castillo de piedra negra. Entró en él y halló una serpiente gigantesca. - ¿Has venido a rescatarme? – Dijo la serpiente – Pues has de saber que soy en realidad una princesa encantada. El hechizo sólo se romperá cuando un joven valiente sobreviva tres noches en la cámara negra, donde se reúnen los vasallos negros del Rey de la Montaña. Son feroces y crueles, y todo el que lo ha intentado ha muerto. - Lo haré – replicó el muchacho. La primera noche llegaron doce caballeros negros a la cámara, todos armados hasta los dientes. Pero nuestro héroe se puso la capa que le volvía invisible y consiguió pasar desapercibido sin peligro ninguno. La segunda noche el número de caballeros se había doblado, y cuando estuvieron todos en la cámara se deshizo de ellos gritando: - Todas las cabezas al suelo – Y la espada mágica hizo el resto. Sólo quedaba una noche para pasar la prueba y romper el maleficio. Tres docenas de caballeros negros entraron en la cámara dispuestos a acabar con el hijo del comerciante, pero éste llevaba puestas las chinelas mágicas, y cada vez que se veía acorralado por los vasallos del señor negro, les ordenaba que le situaran en el otro extremo de la habitación. Al romper el alba, se escuchó un tremendo crujido, parecía que el castillo se fuera a desmoronar. Tan grande era el estrépito, que parecía que toda la montaña sobre la que se asentaba el castillo se estaba desmoronando. Mas lo que estaba ocurriendo era que al romperse el encantamiento, la capa de piedra negra que cubría la montaña y el castillo se desprendía para dejar ver el oro del que estaban compuestos. La serpiente, ahora convertida en bellísima princesa, aclaró las dudas de su salvador: - Mi padre era el Rey de la Montaña de Oro, y aquí edificó su castillo, pero un duende negro nos lanzó el maleficio y él murió intentando deshacerlo. Te doy las gracias y estoy segura de que todos los habitantes del castillo, que habían sido convertidos en vasallos negros, compartirán mi agradecimiento. Ciertamente, compartieron su gratitud, y también el banquete de bodas y muchos años de felicidad, pues el hijo del comerciante desposó a la princesa y resultó ser un monarca ecuánime y justo cuando se convirtió en el Rey de la Montaña de Oro. En cuanto al duende negro, cuentan los viajeros que se le ve por el bosque después de anochecer, pero no guardéis cuidado, pues aún busca al hijo de un comerciante...
Cuentan que hubo una vez, en lugar muy lejano, un comerciante rico que perdió toda su fortuna al hundirse los dos barcos que transportaban su mercancía. Desde aquel día, el hombre comenzó a lamentarse y ni siquiera su mujer y su pequeño hijito, que estaba aprendiendo a andar, conseguían calmar su tristeza. Mas cierto día, caminando por el bosque, encontró un extraño enano negro que se dirigió a él:

– Te daré una fortuna mayor que la que poseías antes si me prometes volver aquí al cabo de doce años y entregarme lo primero que te toque la pierna al volver a tu casa. Accedió el hombre pensando que seguramente sería su perro quien saliera a recibirle, y dudaba mucho que sobreviviera tanto tiempo. Pero quiso la fortuna que fuera su propio hijo, dando los primeros pasos quien tocara su pierna en primer lugar.

Apenado pasó el pobre hombre los doce años siguientes pensando que tendría que entregar su hijo al gnomo del bosque. Ni todo el oro que encontró en el pajar de su casa consiguió aplacar su pena, y cuando llegó el día señalado, él mismo lo acompañó al bosque, donde esperaba el enano. Mas, tras andar un largo trecho, el chiquillo comenzó a correr y desapareció de la vista del gnomo, que no lo pudo alcanzar.

Corriendo, sin volver la vista atrás, topó con tres gigantes de pocas luces que se peleaban por tres objetos. El primero era una capa que volvía invisible a quien la llevara puesta. El segundo era una espada que decapitaba a todos los presentes, menos al que la portara, al decir: “todas las cabezas al suelo”. Y también había unas chinelas que transportaban a quien se las pusiera a cualquier lugar con sólo nombrarlo.

– Tu harás de árbitro, -le dijeron- y nos dirás cómo repartimos esta herencia. – De acuerdo –Asintió él. Y cuando le hubieron entregado los objetos, se puso la capa y salió corriendo con la espada y las chinelas mágicas dejándoles pasmados, pues tan tontos eran que no se lo esperaban. Trepando montaña arriba llegó a las puertas de un enorme castillo de piedra negra. Entró en él y halló una serpiente gigantesca.

– ¿Has venido a rescatarme? – Dijo la serpiente – Pues has de saber que soy en realidad una princesa encantada. El hechizo sólo se romperá cuando un joven valiente sobreviva tres noches en la cámara negra, donde se reúnen los vasallos negros del Rey de la Montaña. Son feroces y crueles, y todo el que lo ha intentado ha muerto. – Lo haré – replicó el muchacho.

La primera noche llegaron doce caballeros negros a la cámara, todos armados hasta los dientes. Pero nuestro héroe se puso la capa que le volvía invisible y consiguió pasar desapercibido sin peligro ninguno. La segunda noche el número de caballeros se había doblado, y cuando estuvieron todos en la cámara se deshizo de ellos gritando: – Todas las cabezas al suelo – Y la espada mágica hizo el resto.

Sólo quedaba una noche para pasar la prueba y romper el maleficio. Tres docenas de caballeros negros entraron en la cámara dispuestos a acabar con el hijo del comerciante, pero éste llevaba puestas las chinelas mágicas, y cada vez que se veía acorralado por los vasallos del señor negro, les ordenaba que le situaran en el otro extremo de la habitación.

Al romper el alba, se escuchó un tremendo crujido, parecía que el castillo se fuera a desmoronar. Tan grande era el estrépito, que parecía que toda la montaña sobre la que se asentaba el castillo se estaba desmoronando. Mas lo que estaba ocurriendo era que al romperse el encantamiento, la capa de piedra negra que cubría la montaña y el castillo se desprendía para dejar ver el oro del que estaban compuestos.

La serpiente, ahora convertida en bellísima princesa, aclaró las dudas de su salvador: – Mi padre era el Rey de la Montaña de Oro, y aquí edificó su castillo, pero un duende negro nos lanzó el maleficio y él murió intentando deshacerlo. Te doy las gracias y estoy segura de que todos los habitantes del castillo, que habían sido convertidos en vasallos negros, compartirán mi agradecimiento.

Ciertamente, compartieron su gratitud, y también el banquete de bodas y muchos años de felicidad, pues el hijo del comerciante desposó a la princesa y resultó ser un monarca ecuánime y justo cuando se convirtió en el Rey de la Montaña de Oro. En cuanto al duende negro, cuentan los viajeros que se le ve por el bosque después de anochecer, pero no guardéis cuidado, pues aún busca al hijo de un comerciante…