El Patito Feo

¿Verdad que no hay nada más lindo que un bebé? Sobre todo para su mamá. ¿Pero qué pasa cuando el bebé ha nacido en un nido de patos, siendo un cisne?

La alegría inundaba el nido de Mamá Pata mientras ella, y los cinco lindos patitos que ya habían nacido, miraban cómo se abría el último huevo, el más grande de todos. Por fin ocurrió el acontecimiento, pero... este pato no se parecía en nada a los demás: era espantoso, muy grande, tenía el pico muy feo y las patas enormes. - Cua, cua - Dijeron los patitos, - es un pato muy raro. - Mec, mec - Dijo el Patito Feo - ¡Hola mamá, hola hermanitos! Pero ellos se asustaron ante tal graznido y se escondieron bajo las alas de Mamá Pato, que no podía creer que un hijo tan feo fuera suyo. - Vayamos a nadar al estanque - Dijo Mamá Pato. Desde la orilla, el Patito Feo se inclinó para verse reflejado, y el río le devolvió la imagen distorsionada por las ondas del agua. - Cielos, es verdad que no soy como ellos. - ¡No queremos que vengas con nosotros, eres muy grande y nos das miedo! - decían desde el agua los cinco patitos y Mamá Pata. Llorando desconsolado se encaminó hacia el bosque, donde unos trinos le hicieron mirar hacia arriba: en una de las ramas había un nido. Se encaramó por el árbol y se colocó junto a los pajaritos. - Pio, pio - dijeron los polluelos hambrientos. - Mec, mec - dijo el Patito Feo. La Señora Grulla traía comida para sus hijitos: - ¿Qué haces tu aquí? - dijo - Tu no eres mi hijo, debes irte ahora mismo. De nuevo solo y triste, caminando, llegó hasta una granja donde había pavos y gallinas: - Aquí son todos diferentes, a lo mejor es aquí donde pertenezco. Y entró con paso dubitativo para picar un poco de comida. - ¿Quién eres tú? No eres como nosotros, vete, vete de aquí - dijeron los animales. El pobre patito o sabía qué hacer ni a dónde ir, tenía frío y hambre, estaba cansado y deseaba compañía. Pero la noche se acercaba y resultaba peligroso seguir caminando. Se acurrucó entre unos juncos a la orilla de la laguna, y allí, derrotado por el sueño, se durmió suspirando: - ¿Qué voy a hacer? ¿Adónde iré? Soy tan feo, que nadie me quiere. El sol asomó por el horizonte, iluminando la bruma sobre el agua. Sus rayos despertaron al patito, que abrió los ojos para ver el espectáculo más impresionante: Dos magníficas aves, con plumas blancas como la nieve, nadando majestuosamente, se acercaban hacia él. Abrumado por tanta belleza, se escondió un poco más, para que no le vieran. - ¡Espera! ¿Dónde vas? ¿Te has perdido? - Le increpó uno de ellos. - ¡No te asustes, lindo cisne! - Dijo el otro. Todavía no podía creerse que esas palabras amables fueran dedicadas a él, y mucho menos que nadie pudiera considerarle bonito, pero de repente comprendió todo al ver, detrás de los padres, a un grupo de pequeños cisnes que eran iguales a él. - Mamá, deja que se quede con nosotros - decían los pequeños. Mamá Cisne y Papá Cisne le invitaron a nadar, protegiéndole con sus majestuosas alas, y el Patito Feo no podía contener lágrimas de alegría. Una oleada de amor invadió su cuerpo al unirse a su nueva familia. Al fin había encontrado el lugar al que pertenecía. En primavera, el Patito Feo ya crecido y convertido en fantástico cisne, pasó nadando al lado de sus "hermanos patos", que le habían rechazado, y orgulloso de lo que era, irguió el cuello y batió las espléndidas alas. Contento pensó: - ¡Qué importa nacer en un nido de patos cuando se sale de un huevo de cisne!
La alegría inundaba el nido de Mamá Pata mientras ella, y los cinco lindos patitos que ya habían nacido, miraban cómo se abría el último huevo, el más grande de todos. Por fin ocurrió el acontecimiento, pero… este pato no se parecía en nada a los demás: era espantoso, muy grande, tenía el pico muy feo y las patas enormes.

– Cua, cua – Dijeron los patitos, – es un pato muy raro. – Mec, mec – Dijo el Patito Feo – ¡Hola mamá, hola hermanitos! Pero ellos se asustaron ante tal graznido y se escondieron bajo las alas de Mamá Pato, que no podía creer que un hijo tan feo fuera suyo. – Vayamos a nadar al estanque – Dijo Mamá Pato.

Desde la orilla, el Patito Feo se inclinó para verse reflejado, y el río le devolvió la imagen distorsionada por las ondas del agua. – Cielos, es verdad que no soy como ellos. – ¡No queremos que vengas con nosotros, eres muy grande y nos das miedo! – decían desde el agua los cinco patitos y Mamá Pata.

Llorando desconsolado se encaminó hacia el bosque, donde unos trinos le hicieron mirar hacia arriba: en una de las ramas había un nido. Se encaramó por el árbol y se colocó junto a los pajaritos. – Pio, pio – dijeron los polluelos hambrientos. – Mec, mec – dijo el Patito Feo. La Señora Grulla traía comida para sus hijitos: – ¿Qué haces tu aquí? – dijo – Tu no eres mi hijo, debes irte ahora mismo.

De nuevo solo y triste, caminando, llegó hasta una granja donde había pavos y gallinas: – Aquí son todos diferentes, a lo mejor es aquí donde pertenezco. Y entró con paso dubitativo para picar un poco de comida. – ¿Quién eres tú? No eres como nosotros, vete, vete de aquí – dijeron los animales.

El pobre patito o sabía qué hacer ni a dónde ir, tenía frío y hambre, estaba cansado y deseaba compañía. Pero la noche se acercaba y resultaba peligroso seguir caminando. Se acurrucó entre unos juncos a la orilla de la laguna, y allí, derrotado por el sueño, se durmió suspirando: – ¿Qué voy a hacer? ¿Adónde iré? Soy tan feo, que nadie me quiere.

El sol asomó por el horizonte, iluminando la bruma sobre el agua. Sus rayos despertaron al patito, que abrió los ojos para ver el espectáculo más impresionante: Dos magníficas aves, con plumas blancas como la nieve, nadando majestuosamente, se acercaban hacia él. Abrumado por tanta belleza, se escondió un poco más, para que no le vieran.

– ¡Espera! ¿Dónde vas? ¿Te has perdido? – Le increpó uno de ellos. – ¡No te asustes, lindo cisne! – Dijo el otro. Todavía no podía creerse que esas palabras amables fueran dedicadas a él, y mucho menos que nadie pudiera considerarle bonito, pero de repente comprendió todo al ver, detrás de los padres, a un grupo de pequeños cisnes que eran iguales a él.

– Mamá, deja que se quede con nosotros – decían los pequeños. Mamá Cisne y Papá Cisne le invitaron a nadar, protegiéndole con sus majestuosas alas, y el Patito Feo no podía contener lágrimas de alegría. Una oleada de amor invadió su cuerpo al unirse a su nueva familia. Al fin había encontrado el lugar al que pertenecía.

En primavera, el Patito Feo ya crecido y convertido en fantástico cisne, pasó nadando al lado de sus “hermanos patos”, que le habían rechazado, y orgulloso de lo que era, irguió el cuello y batió las espléndidas alas. Contento pensó: – ¡Qué importa nacer en un nido de patos cuando se sale de un huevo de cisne!