El soldadito de plomo: cuento corto
Soldados: alerta al amor
Incluso en tiempos de guerra hay cabida para el amor. Ofrecemos la bonita historia, de Andersen, sobre un soldado cojo que libró su propia batalla por el amor de una bailarina.
Ocurrió hace mucho tiempo, y todo empezó cuando un niño abrió sus regalos de cumpleaños: además de un enorme castillo con una bailarina en la puerta, en una caja de cartón encontró veinticinco soldaditos que habían sido fabricados a partir de una cuchara de plomo. Estaban pintados de rojo y azul y eran todos iguales a excepción del último, que carecía de una pierna, porque no había habido suficiente metal para fundir.
Al abrirse la tapa de la caja, lo primero que vio el soldadito fue la espectacular belleza de la bailarina. Además, como ésta se encontraba haciendo un paso de baile con una pierna levantada, el soldado pensó que era coja, como él, lo que le proporcionó más encanto y se enamoró de ella perdidamente.- Sin embargo, - pensaba el soldadito – no merece la pena cortejarla mientras no pueda ofrecerle algo más. Me acercaré un poco.
El soldadito se colocó en el alfeizar de la ventana, desde donde tenía una espléndida vista del castillo y su bailarina, pero quiso la suerte que un duende de juguete, que también estaba enamorado de la bailarina, se abriese de golpe y lanzara al soldado a la calle, en medio de un charco. Habría gritado pidiendo ayuda, pero como iba vestido de uniforme, le parecía inadecuado. - Volveré, bailarina – Pensaba esperanzado.
Dos niños que paseaban por la calle se acercaron a él:
- ¡Hagamos que navegue! – Con un papel construyeron un barco y situaron sobre la proa al soldadito. Después lo colocaron en el cauce de un arroyo y lo miraron mientras se alejaba. Pero el agua no tardó mucho en reblandecer el papel, y la embarcación naufragó. El soldadito, al ser de plomo se hundió inmediatamente.
- Mi adorada bailarina, – se decía el aguerrido y enamorado soldadito mientras descendía al fondo del arroyo – ¡si al menos tuviera el consuelo de tu presencia!.
Un enorme pez interrumpió sus pensamientos al tomarle por un camarón y tragárselo, y desde su estómago, el soldadito confiaba aún en regresar algún día a su caja de cartón, cerca del castillo de la bella bailarina.
En el estómago del pez estaba a oscuras, no podía ver nada y además empezaba a sentir mareos por el movimiento que hacía el animal al nadar. Pero súbitamente todo se detuvo y vislumbró un rayo de luz que procedía de la boca del pez. Éste había sido pescado, vendido en el mercado y ahora estaba siendo abierto y preparado por una cocinera para servir de cena en una elegante casa.
Al encontrar en las entrañas del pez al soldadito de plomo, la mujer avisó al chiquillo de la familia. El traje había desteñido un poco, y el plomo tenía muescas en algunas zonas, pero el niño lo reconoció enseguida:
- ¡Es fantástico! - exclamó éste – ¡Es el mismo soldadito que cayó de la ventana! – Y corrió a colocarlo en formación junto al resto de sus compañeros.
Cuando el duende de juguete que estaba enamorado de la bailarina vio que el soldado había vuelto, enloqueció de rabia y de un empujón envió al pobre soldadito a la chimenea encendida. Y al notar una lágrima en los ojos de la bailarina, que lo había presenciado todo, cegado por los celos, dio un codazo a la bailarina, que fue a parar al fuego, justo al lado del soldado de plomo.
Ambos, bailarina y soldado, pensaron que el calor que notaban procedía del intenso amor de sus corazones. Se sintieron por fin unidos en abrazo eterno al derretirse.
Cuando a la mañana siguiente una doncella limpiaba la chimenea y quitaba las cenizas del hogar, descubrió un pequeño corazón de plomo con una estrellita dorada que había adornado la pierna levantada de la bailarina.