El Conde Rojo

Triple personalidad

El Conde Rojo ha sido internado en una clínica psiquiátrica debido a un transtorno de personalidad que no sería grave si no fuera porque el personaje de este cuento tiene tres cabezas.
Érase una vez, en un país muy lejano, una pobre mujer con dos hijos que había perdido a su marido. Cuando estos crecieron, y al mayor le llegó el momento de abandonar el hogar, la madre le pidió que trajera agua para cocinar pan: - Cuanta más agua traigas, más grande haré la hogaza. A pesar de que el cubo tenía agujeros no se molestó en arreglarlo, de forma que la torta resultó más bien pequeña. - Puedes tomar la mitad, y partir con mi bendición – dijo su madre - pero si decides llevártela entera te maldeciré. El muchacho, pensando en el largo camino que le quedaba por delante, decidió coger toda la hogaza de pan, aunque fuera con la maldición materna. Antes de partir entregó a su hermano un cuchillo: - Si ves que la hoja se oxida, sabrás que tengo problemas – le advirtió. Tras mucho caminar, el muchacho encontró a un pastor: - ¿De quién son esas ovejas? – preguntó. - Son del Conde Rojo, un monstruo malvado. Tiene secuestrada a la princesa. Su fin, a manos de un hombre honesto, fue largamente anunciado. Y siguió su camino, hasta que se hizo de noche. No encontrando un lugar donde dormir, se acercó al castillo del conde rojo para buscar alojamiento. La mujer que le recibió, la mismísima princesa, le advirtió del peligro que corría: - Mi marido no tardará en venir, y no le gustan nada los invitados humanos. – Pero ante la perspectiva de pasar la noche al raso, decidió esconderse y dormir allí. - ¡Aquí huele a carne humana! – dijo el conde nada más entrar en el castillo. Y se puso a husmear con las tres narices de las tres cabezas que tenía, buscando por todas partes al intruso. No tardó mucho en hallarle y cuando lo hizo, le propuso la salvación a cambio de resolver tres acertijos: - ¿Qué es una cosa que no tiene fin? – El chico no supo responder. - ¿Qué cosa es cuanto más pequeña más peligrosa? – De nuevo hubo silencio. - ¿Qué cosa muerta lleva a los vivos? – Ante la ausencia de respuesta, el conde tocó al zagal y lo convirtió en piedra. En la casa, el hermano menor observó cómo el cuchillo perdía su brillo, y supo que su hermano tenía problemas. Enseguida anunció a su madre su decisión de ir a buscarle, y la madre le ofreció cocer pan para el camino, y le entregó el cubo para que trajera agua. Al darse cuenta de que el balde estaba roto, el muchacho lo arregló y llevó abundante agua para preparar la hogaza. La madre preparó una hermosa barra de pan, y al igual que había hecho anteriormente, le ofreció su bendición a cambio de que sólo se llevara la mitad, o la posibilidad de llevarse toda la torta junto con su maldición. El chico prefirió partir la barra y dejar la mitad a su madre, quien le deseó lo mejor para el viaje. Al poco tiempo, ya en camino, una mujer le pidió un mendrugo: - Claro, buena mujer, compartid conmigo la cena, por favor. Antes de que pudiera partir el pan, la mujer se transformó en una bella dama, un hada de los bosques, que le indicó el camino hacia el castillo del Conde Rojo, así como la respuesta a los tres acertijos: - Tu buen corazón te ha salvado: te espera una grata sorpresa tras acabar con el Conde Rojo, un monstruo malvado que secuestró a la princesa. Al llegar el muchacho al castillo, pidió albergue a la princesa, que le advirtió, como había hecho con su hermano, del peligro que correría si le encontraba allí el Conde Rojo. - No le tengo miedo, le esperaré en la puerta – Dijo el gallardo joven, que a pesar de su valentía, se estremeció al ver llegar al monstruo de tres cabezas. - Morirás ahora mismo si no resuelves los misterios – Bramaron las tres al unísono. - ¿Qué es una cosa que no tiene fin? – Preguntó el Conde Rojo sonriendo. - Un anillo – Respondió el zagal, tal como le había indicado el hada. - ¿Qué cosa es cuanto más pequeña más peligrosa? – Bramó el Conde Rojo. - Un puente – Contestó él. Y notó cómo la cólera del Conde Rojo aumentaba por momentos. - ¿Qué cosa muerta lleva a los vivos? – Y ya abría el Conde sus tres bocas para devorar al muchacho, cuando... - ¡Un barco, que es una cosa, lleva a los pasajeros, que están vivos! – Terminó el hermano menor. Al haber sido resueltos los acertijos, el Conde Rojo perdió su poder, pues provenía de un hechizo, y no sólo su hermano mayor volvió a la vida, sino muchas otras estatuas que adornaban el castillo recuperaron su forma humana y como hombres y mujeres que eran, asistieron encantados a la feliz boda del aguerrido muchacho y la princesa.
Érase una vez, en un país muy lejano, una pobre mujer con dos hijos que había perdido a su marido. Cuando estos crecieron, y al mayor le llegó el momento de abandonar el hogar, la madre le pidió que trajera agua para cocinar pan: – Cuanta más agua traigas, más grande haré la hogaza. A pesar de que el cubo tenía agujeros no se molestó en arreglarlo, de forma que la torta resultó más bien pequeña.

– Puedes tomar la mitad, y partir con mi bendición – dijo su madre – pero si decides llevártela entera te maldeciré. El muchacho, pensando en el largo camino que le quedaba por delante, decidió coger toda la hogaza de pan, aunque fuera con la maldición materna. Antes de partir entregó a su hermano un cuchillo: – Si ves que la hoja se oxida, sabrás que tengo problemas – le advirtió.

Tras mucho caminar, el muchacho encontró a un pastor: – ¿De quién son esas ovejas? – preguntó. – Son del Conde Rojo, un monstruo malvado. Tiene secuestrada a la princesa. Su fin, a manos de un hombre honesto, fue largamente anunciado. Y siguió su camino, hasta que se hizo de noche. No encontrando un lugar donde dormir, se acercó al castillo del conde rojo para buscar alojamiento.

La mujer que le recibió, la mismísima princesa, le advirtió del peligro que corría: – Mi marido no tardará en venir, y no le gustan nada los invitados humanos. – Pero ante la perspectiva de pasar la noche al raso, decidió esconderse y dormir allí. – ¡Aquí huele a carne humana! – dijo el conde nada más entrar en el castillo. Y se puso a husmear con las tres narices de las tres cabezas que tenía, buscando por todas partes al intruso.

No tardó mucho en hallarle y cuando lo hizo, le propuso la salvación a cambio de resolver tres acertijos: – ¿Qué es una cosa que no tiene fin? – El chico no supo responder. – ¿Qué cosa es cuanto más pequeña más peligrosa? – De nuevo hubo silencio. – ¿Qué cosa muerta lleva a los vivos? – Ante la ausencia de respuesta, el conde tocó al zagal y lo convirtió en piedra.

En la casa, el hermano menor observó cómo el cuchillo perdía su brillo, y supo que su hermano tenía problemas. Enseguida anunció a su madre su decisión de ir a buscarle, y la madre le ofreció cocer pan para el camino, y le entregó el cubo para que trajera agua. Al darse cuenta de que el balde estaba roto, el muchacho lo arregló y llevó abundante agua para preparar la hogaza.

La madre preparó una hermosa barra de pan, y al igual que había hecho anteriormente, le ofreció su bendición a cambio de que sólo se llevara la mitad, o la posibilidad de llevarse toda la torta junto con su maldición. El chico prefirió partir la barra y dejar la mitad a su madre, quien le deseó lo mejor para el viaje. Al poco tiempo, ya en camino, una mujer le pidió un mendrugo: – Claro, buena mujer, compartid conmigo la cena, por favor.

Antes de que pudiera partir el pan, la mujer se transformó en una bella dama, un hada de los bosques, que le indicó el camino hacia el castillo del Conde Rojo, así como la respuesta a los tres acertijos: – Tu buen corazón te ha salvado: te espera una grata sorpresa tras acabar con el Conde Rojo, un monstruo malvado que secuestró a la princesa.

Al llegar el muchacho al castillo, pidió albergue a la princesa, que le advirtió, como había hecho con su hermano, del peligro que correría si le encontraba allí el Conde Rojo. – No le tengo miedo, le esperaré en la puerta – Dijo el gallardo joven, que a pesar de su valentía, se estremeció al ver llegar al monstruo de tres cabezas. – Morirás ahora mismo si no resuelves los misterios – Bramaron las tres al unísono.

– ¿Qué es una cosa que no tiene fin? – Preguntó el Conde Rojo sonriendo. – Un anillo – Respondió el zagal, tal como le había indicado el hada. – ¿Qué cosa es cuanto más pequeña más peligrosa? – Bramó el Conde Rojo. – Un puente – Contestó él. Y notó cómo la cólera del Conde Rojo aumentaba por momentos. – ¿Qué cosa muerta lleva a los vivos? – Y ya abría el Conde sus tres bocas para devorar al muchacho, cuando…

– ¡Un barco, que es una cosa, lleva a los pasajeros, que están vivos! – Terminó el hermano menor. Al haber sido resueltos los acertijos, el Conde Rojo perdió su poder, pues provenía de un hechizo, y no sólo su hermano mayor volvió a la vida, sino muchas otras estatuas que adornaban el castillo recuperaron su forma humana y como hombres y mujeres que eran, asistieron encantados a la feliz boda del aguerrido muchacho y la princesa.