El Flautista de Hamelin

Plaga de ratones:

Una ciudad no muy distante de PequeNet ha sufrido durante estos días una terrible invasión de ratones. Afortunadamente, se encontraba por los andurriales El Flautista de Hamelín, conocido por otras hazañas anteriores. (Si quieres aprender canciones para amansar a las fieras, te invitamos a hacerlo).
Cuentan que hace mucho tiempo, una ciudad muy lejana se llenó de ratones. Había ratones por todas partes: en las calles, en las casas, dentro de los armarios... Había tantos, que hasta los gatos huyeron aterrorizados. Por más que los habitantes pusieron trampas y medios para librarse de los roedores, parecía haber cada vez más animalillos corriendo por todas partes. La situación llegó a ser tan dramática, que los hombres más importantes de la ciudad se reunieron y decidieron premiar a aquel que les librara de la plaga: - Daremos una bolsa con cien monedas de oro a quien termine con esta invasión de ratones. Un caminante que había llegado a la ciudad el día anterior se presentó ante ellos: - Señores, yo me encargaré de llevarme lejos de este lugar a todos estos ratones. El caminante sacó de su bolsa una flauta, pues tocarla era su oficio, y comenzó a pasear por las calles entonando una extraña melodía. Sucedió que todos los ratones que le escuchaban, apenas oían las notas, dejaban sus escondrijos y le seguían en una procesión cada vez más numerosa. Así, uno tras otro, y todos al final, fueron conducidos por el flautista hasta la playa, donde se subieron a una barca que el flautista dejó a la deriva, perdiéndose en el mar. Volvió entonces el flautista a la ciudad para exigir su recompensa, pero se encontró con la negativa de aquellos hombres tan importantes: - Por supuesto - le dijeron -, no esperarás que te paguemos cien monedas de oro, ¡sólo por pasearte por nuestras calles tocando la flauta! El flautista no estaba en absoluto de acuerdo con ellos, así que tomó de nuevo la flauta y empezó a tocar una de sus extrañas melodías. Pero esta vez, en lugar de ser ratones quienes le seguían, fueron los niños de la ciudad los que se sentían tan embriagados por su dulce música, y se amontonaban tras sus pasos. De nada sirvió que los padres intentaran impedírselo llamándoles para que volvieran o bloqueando su camino: ellos continuaban adelante por el camino marcado por la música del flautista. Caminando hasta más allá del bosque, el flautista condujo a los niños hacia una montaña mágica, dentro de la cual los encerró sin que puerta ni abertura alguna indicara que estaban allí ocultos. Al volver a la ciudad se encontró con todos los padres y madres que le pedían desesperados que les devolviera a sus retoños. - Sólo quiero lo que es justo, sólo así obtendréis justicia. Los hombres importantes, dándose cuenta del error cometido al ver el desastre que suponía perder a todos los chiquillos de la ciudad, aumentaron su recompensa al doble, y se la entregaron al flautista: - Volved todos a vuestras casas y preparad cena para toda la familia - dijo el músico -, pues esta noche los niños dormirán de nuevo allí. Y tal y como había anunciado, ocurrió. Todos aplaudieron de alegría y prepararon un postre especial para celebrarlo. Del Flautista de Hamelin nunca más se supo, y tampoco de los ratones de aquella ciudad, pero desde aquel día, los gobernantes de ese lugar consultaron a sus ciudadanos sobre las medidas a tomar, y más de uno se empeñó en aprender a tocar la flauta.

Cuentan que hace mucho tiempo, una ciudad muy lejana se llenó de ratones. Había ratones por todas partes: en las calles, en las casas, dentro de los armarios… Había tantos, que hasta los gatos huyeron aterrorizados. Por más que los habitantes pusieron trampas y medios para librarse de los roedores, parecía haber cada vez más animalillos corriendo por todas partes.

La situación llegó a ser tan dramática, que los hombres más importantes de la ciudad se reunieron y decidieron premiar a aquel que les librara de la plaga:

– Daremos una bolsa con cien monedas de oro a quien termine con esta invasión de ratones.

Un caminante que había llegado a la ciudad el día anterior se presentó ante ellos:

– Señores, yo me encargaré de llevarme lejos de este lugar a todos estos ratones.

El caminante sacó de su bolsa una flauta, pues tocarla era su oficio, y comenzó a pasear por las calles entonando una extraña melodía. Sucedió que todos los ratones que le escuchaban, apenas oían las notas, dejaban sus escondrijos y le seguían en una procesión cada vez más numerosa.

Así, uno tras otro, y todos al final, fueron conducidos por el flautista hasta la playa, donde se subieron a una barca que el flautista dejó a la deriva, perdiéndose en el mar.

Volvió entonces el flautista a la ciudad para exigir su recompensa, pero se encontró con la negativa de aquellos hombres tan importantes:

– Por supuesto – le dijeron -, no esperarás que te paguemos cien monedas de oro, ¡sólo por pasearte por nuestras calles tocando la flauta!

El flautista no estaba en absoluto de acuerdo con ellos, así que tomó de nuevo la flauta y empezó a tocar una de sus extrañas melodías.

Pero esta vez, en lugar de ser ratones quienes le seguían, fueron los niños de la ciudad los que se sentían tan embriagados por su dulce música, y se amontonaban tras sus pasos.

De nada sirvió que los padres intentaran impedírselo llamándoles para que volvieran o bloqueando su camino: ellos continuaban adelante por el camino marcado por la música del flautista.

Caminando hasta más allá del bosque, el flautista condujo a los niños hacia una montaña mágica, dentro de la cual los encerró sin que puerta ni abertura alguna indicara que estaban allí ocultos.

Al volver a la ciudad se encontró con todos los padres y madres que le pedían desesperados que les devolviera a sus retoños.

– Sólo quiero lo que es justo, sólo así obtendréis justicia.

Los hombres importantes, dándose cuenta del error cometido al ver el desastre que suponía perder a todos los chiquillos de la ciudad, aumentaron su recompensa al doble, y se la entregaron al flautista:

– Volved todos a vuestras casas y preparad cena para toda la familia – dijo el músico -, pues esta noche los niños dormirán de nuevo allí.

Y tal y como había anunciado, ocurrió.

Todos aplaudieron de alegría y prepararon un postre especial para celebrarlo.

Del Flautista de Hamelin nunca más se supo, y tampoco de los ratones de aquella ciudad, pero desde aquel día, los gobernantes de ese lugar consultaron a sus ciudadanos sobre las medidas a tomar, y más de uno se empeñó en aprender a tocar la flauta.