La Mujer del Pescador

Peces con extraños comportamientos

Aún no se sabe si es por la radiación, por los vertidos al mar, o por la campaña "pezqueñines no, gracias", pero tenemos noticias de peces que recompensan a los pescadores que los liberan después de hacerles probar el anzuelo. Más información en el cuento "La mujer del pescador" de los Hermanos Grimm.
Cerca del mar vivía un pescador con su mujer en una pequeña casita. Sus vidas transcurrían tranquilas y felices. El pescador salía a pescar todas las mañanas el pescado que su mujer preparaba y vendía en el mercado después. Tenían todo cuanto necesitaban. Cierto día el pescador encontró entre las redes el pez más extraño que había visto jamás. Sus escamas eran joyas que refulgían con el sol y, lo más asombroso de todo es que el pez podía hablar. Habló y dijo: - Amable pescador, no soy un pez cualquiera. Déjame vivir y te recompensaré - No es necesario, pez, mi mujer me espera amorosa y en mi casa tengo todo lo que necesito - respondió el humilde pescador - Además, la pesca ha sido abundante hoy, y dejarte marchar no supondrá gran pérdida. - Muchas gracias, sabio pescador. -y tomando una de sus escamas se la tendió al hombre: - Déjame regalarte, en agradecimiento, esta joya que te permitirá encontrarme si alguna vez me necesitas. De regreso a su casa, comentó a su mujer lo que le había pasado en el mar con el mágico ser que había encontrado. - ¡No puedo creer que seas tan necio! - Exclamó ella airada - ¡Cómo se te ocurrió dejarle escapar sin pedirle un deseo! Encuéntralo ahora mismo y dile que quiero una granja con animales y un huerto, que tenga caballos y un columpio en un árbol. El pescador partió triste hacia la mar dejándose guiar por los destellos que desprendía la joya. No tardó mucho en aparecer el pez, que parecía saber de antemano la petición que le iba a transmitir el pescador. - Vuelve con tu mujer, - le dijo el pez - y encontrarás su deseo cumplido. Efectivamente, al llegar al lugar que antes ocupaba su pequeña casita, halló una preciosa granja. Pasó algún tiempo, durante el cual todo parecía ir bien de nuevo, cuando la esposa del pescador volvió a hablar con éste para decirle: - Estoy harta de trabajar en esta granja, harta de limpiar y cuidar de los animales. Quiero que vuelvas a ver al pez mágico y le pidas un palacio con bellos jardines, quiero armarios repletos de vestidos de las más preciosas telas. El pescador, de nuevo en la mar y apesadumbrado por la avaricia de su mujer, se dejaba guiar por la joya que le conduciría al pez. Éste no tardó en asomar la cabeza al lado del bote. - No haces falta que expreses tus pensamientos,- dijo la extraordinaria criatura - Regresa a tu casa y verás el deseo cumplido. La mujer del pescador pareció satisfecha durante algún tiempo, pero después su humor comenzó a cambiar. - ¿Qué tienes, esposa mía, qué te apena? - Le preguntó el pescador un día. - ¿Es que no lo ves? Incluso un pez es más listo que tú: ¿Porqué tendría que conformarme con un palacio cuando podría tener un castillo y ser la reina del Sol y la Luna? - Vuelve a buscar a ese pez y pídele mi deseo.- Ordenó al marido. Y de nuevo se embarcó el pescador guiado por la escama mágica del pez, hasta que lo encontró. Sin embargo esta vez el animal le reprendió y habló duramente: - ¿Es que nunca se saciará su ambición? Di a tu mujer que nunca será dueña de un castillo y que nunca permitiré que alguien como ella reine sobre el Sol y la Luna. - Además os niego todo aquello que os concedí, y volveréis a vivir en la casita que teníais antes de conocerme. La mujer lloró cuando vio desvanecerse sus deseos, pero con el tiempo, aprendió la lección que le había enseñado el pez, quien les bendijo con tres hijos que llevaron la alegría durante mucho tiempo a la humilde morada del pescador.

Cerca del mar vivía un pescador con su mujer en una pequeña casita. Sus vidas transcurrían tranquilas y felices. El pescador salía a pescar todas las mañanas el pescado que su mujer preparaba y vendía en el mercado después. Tenían todo cuanto necesitaban.

Cierto día el pescador encontró entre las redes el pez más extraño que había visto jamás. Sus escamas eran joyas que refulgían con el sol y, lo más asombroso de todo es que el pez podía hablar. Habló y dijo:

– Amable pescador, no soy un pez cualquiera. Déjame vivir y te recompensaré

– No es necesario, pez, mi mujer me espera amorosa y en mi casa tengo todo lo que necesito – respondió el humilde pescador – Además, la pesca ha sido abundante hoy, y dejarte marchar no supondrá gran pérdida.

– Muchas gracias, sabio pescador. -y tomando una de sus escamas se la tendió al hombre: – Déjame regalarte, en agradecimiento, esta joya que te permitirá encontrarme si alguna vez me necesitas.

De regreso a su casa, comentó a su mujer lo que le había pasado en el mar con el mágico ser que había encontrado.

– ¡No puedo creer que seas tan necio! – Exclamó ella airada – ¡Cómo se te ocurrió dejarle escapar sin pedirle un deseo! Encuéntralo ahora mismo y dile que quiero una granja con animales y un huerto, que tenga caballos y un columpio en un árbol.

El pescador partió triste hacia la mar dejándose guiar por los destellos que desprendía la joya. No tardó mucho en aparecer el pez, que parecía saber de antemano la petición que le iba a transmitir el pescador.

– Vuelve con tu mujer, – le dijo el pez – y encontrarás su deseo cumplido.

Efectivamente, al llegar al lugar que antes ocupaba su pequeña casita, halló una preciosa granja.

Pasó algún tiempo, durante el cual todo parecía ir bien de nuevo, cuando la esposa del pescador volvió a hablar con éste para decirle:

– Estoy harta de trabajar en esta granja, harta de limpiar y cuidar de los animales. Quiero que vuelvas a ver al pez mágico y le pidas un palacio con bellos jardines, quiero armarios repletos de vestidos de las más preciosas telas.

El pescador, de nuevo en la mar y apesadumbrado por la avaricia de su mujer, se dejaba guiar por la joya que le conduciría al pez. Éste no tardó en asomar la cabeza al lado del bote.

– No haces falta que expreses tus pensamientos,- dijo la extraordinaria criatura – Regresa a tu casa y verás el deseo cumplido.

La mujer del pescador pareció satisfecha durante algún tiempo, pero después su humor comenzó a cambiar.

– ¿Qué tienes, esposa mía, qué te apena? – Le preguntó el pescador un día.

– ¿Es que no lo ves? Incluso un pez es más listo que tú: ¿Porqué tendría que conformarme con un palacio cuando podría tener un castillo y ser la reina del Sol y la Luna?

– Vuelve a buscar a ese pez y pídele mi deseo.- Ordenó al marido.

Y de nuevo se embarcó el pescador guiado por la escama mágica del pez, hasta que lo encontró. Sin embargo esta vez el animal le reprendió y habló duramente:

– ¿Es que nunca se saciará su ambición? Di a tu mujer que nunca será dueña de un castillo y que nunca permitiré que alguien como ella reine sobre el Sol y la Luna.

– Además os niego todo aquello que os concedí, y volveréis a vivir en la casita que teníais antes de conocerme.

La mujer lloró cuando vio desvanecerse sus deseos, pero con el tiempo, aprendió la lección que le había enseñado el pez, quien les bendijo con tres hijos que llevaron la alegría durante mucho tiempo a la humilde morada del pescador.