El ratoncito, el pajarillo y la salchicha

Pisos compartidos

Con los precios que tiene la vivienda hoy en día, ciertamente sale más barato compartir la casa con amigos. Pero elíjelos bien, porque pueden surgir desavenencias, como en el relato de los Hermanos Grimm.
Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, vivían en la misma casita una salchicha, un ratón y un pajarito. No se sabe a ciencia cierta cómo llegaron a tal situación, pero el caso es que los tres vivían felices compartiendo la morada y las tareas domésticas: el pajarito recogía leña para el hogar, la salchicha preparaba la comida y el ratón se encargaba de traer agua y poner la mesa. Todo transcurría de forma placentera en la casita compartida hasta que el pajarito se encontró con otro de su especie y le habló de lo feliz que se encontraba. Pero el otro pájaro le tachó de tonto: - Lo que no entiendo es que puedas estar contento cuando eres el que hace la parte más dura del trabajo - Dijo con gran desprecio. - Después de todo, - añadió el pájaro - el ratón sólo debe acercarse al pozo y colocar después la vajilla sobre el mantel, y la salchicha ni siquiera tiene que salir de casa, sólo con bañarse en las patatas o las verduras, las deja saladas y sazonadas, pero tú, amigo mío...te llevas la peor parte! Y con este pensamiento llegó el pajarito a su casa después de haber estado recogiendo ramitas. Como todos los días, una suculenta comida esperaba en la mesa puesta. Pero a la mañana siguiente, el pajarillo se negó a ir a recoger la madera: - Distribuiremos las tareas al azar, pues no estoy dispuesto a ser siempre el haga de criado de los demás. El ratón y la salchicha intentaron razonar con él, haciéndole ver que cada uno hacía aquello que resultaba más útil para todos, pero no lograron convencerle. Así pues echaron a suertes los deberes de cada uno. A la salchicha le tocó ir a buscar leña, el ratón se encargaría de la cocina y el pájaro quedaba obligado a traer agua del pozo. Pero las cosas no salieron como deberían: El pájaro volvió del pozo con el agua, y el ratón encendió el puchero y ambos se sentaron a esperar a la salchicha. Pero al cabo de un largo rato, pensando que quizá le hubiera pasado algo, el pájaro alzó el vuelo en su busca. A un par de aleteos de allí, el pajarito vio a un perro que había capturado y asesinado a la salchicha bajo la acusación de portar documentos comprometedores. Apenado y cabizbajo, el pajarito cargó la leña hasta la casita y una vez allí contó todo lo que había visto y oído a su compañero de piso. Ambos estaban abatidos y tristes, pero acordaron que no había más remedio que seguir adelante con sus vidas. Repartieron de nuevo las tareas y de esta forma, al día siguiente, el pajarito puso la mesa y salió a buscar agua al pozo mientras el ratón preparaba la comida. En el último hervor, el ratón quiso dar sabor a la comida como solía hacer la salchicha, pero al sumergirse en el caldero, se ahogó y no pudo volver a salir. Poco después volvió el pájaro con el cántaro lleno y se sorprendió al no ver a nadie cuidando el puchero. Enfadado porque el ratón hubiera abandonado sus responsabilidades, tiró la leña al suelo sin ningún cuidado y se dispuso a buscar al ratón dando grandes voces. Buscó detrás de la puerta y debajo de la cama. Buscó dentro del armario y detrás de las cortinas a la vez que gritaba. Tanto revolvió y tan alto gritaba que no se dió cuenta de que una de las ramitas había prendido en la hoguera y le estaba chamuscando las plumas. Y sólo cuando veía cómo la vida escapaba de su cuerpo, decidió que nadie condimentaba las comidas como la salchicha con la que había vivido largos años. Y también se dió cuenta de que nadie había traído agua y colocado los platos y los cubiertos sobre el mantel con tanta premura y cuidado como lo había hecho el ratón con el que había compartido su hogar durante aquel tiempo. Pero ahora... las ramitas que se negó a traer quemaban sus plumas.
Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, vivían en la misma casita una salchicha, un ratón y un pajarito. No se sabe a ciencia cierta cómo llegaron a tal situación, pero el caso es que los tres vivían felices compartiendo la morada y las tareas domésticas: el pajarito recogía leña para el hogar, la salchicha preparaba la comida y el ratón se encargaba de traer agua y poner la mesa.

Todo transcurría de forma placentera en la casita compartida hasta que el pajarito se encontró con otro de su especie y le habló de lo feliz que se encontraba. Pero el otro pájaro le tachó de tonto:

– Lo que no entiendo es que puedas estar contento cuando eres el que hace la parte más dura del trabajo – Dijo con gran desprecio.

– Después de todo, – añadió el pájaro – el ratón sólo debe acercarse al pozo y colocar después la vajilla sobre el mantel, y la salchicha ni siquiera tiene que salir de casa, sólo con bañarse en las patatas o las verduras, las deja saladas y sazonadas, pero tú, amigo mío…te llevas la peor parte! Y con este pensamiento llegó el pajarito a su casa después de haber estado recogiendo ramitas. Como todos los días, una suculenta comida esperaba en la mesa puesta.

Pero a la mañana siguiente, el pajarillo se negó a ir a recoger la madera:

– Distribuiremos las tareas al azar, pues no estoy dispuesto a ser siempre el haga de criado de los demás.

El ratón y la salchicha intentaron razonar con él, haciéndole ver que cada uno hacía aquello que resultaba más útil para todos, pero no lograron convencerle.

Así pues echaron a suertes los deberes de cada uno. A la salchicha le tocó ir a buscar leña, el ratón se encargaría de la cocina y el pájaro quedaba obligado a traer agua del pozo. Pero las cosas no salieron como deberían: El pájaro volvió del pozo con el agua, y el ratón encendió el puchero y ambos se sentaron a esperar a la salchicha. Pero al cabo de un largo rato, pensando que quizá le hubiera pasado algo, el pájaro alzó el vuelo en su busca.

A un par de aleteos de allí, el pajarito vio a un perro que había capturado y asesinado a la salchicha bajo la acusación de portar documentos comprometedores.

Apenado y cabizbajo, el pajarito cargó la leña hasta la casita y una vez allí contó todo lo que había visto y oído a su compañero de piso. Ambos estaban abatidos y tristes, pero acordaron que no había más remedio que seguir adelante con sus vidas.

Repartieron de nuevo las tareas y de esta forma, al día siguiente, el pajarito puso la mesa y salió a buscar agua al pozo mientras el ratón preparaba la comida. En el último hervor, el ratón quiso dar sabor a la comida como solía hacer la salchicha, pero al sumergirse en el caldero, se ahogó y no pudo volver a salir.

Poco después volvió el pájaro con el cántaro lleno y se sorprendió al no ver a nadie cuidando el puchero.

Enfadado porque el ratón hubiera abandonado sus responsabilidades, tiró la leña al suelo sin ningún cuidado y se dispuso a buscar al ratón dando grandes voces.

Buscó detrás de la puerta y debajo de la cama. Buscó dentro del armario y detrás de las cortinas a la vez que gritaba. Tanto revolvió y tan alto gritaba que no se dió cuenta de que una de las ramitas había prendido en la hoguera y le estaba chamuscando las plumas.

Y sólo cuando veía cómo la vida escapaba de su cuerpo, decidió que nadie condimentaba las comidas como la salchicha con la que había vivido largos años. Y también se dió cuenta de que nadie había traído agua y colocado los platos y los cubiertos sobre el mantel con tanta premura y cuidado como lo había hecho el ratón con el que había compartido su hogar durante aquel tiempo. Pero ahora… las ramitas que se negó a traer quemaban sus plumas.