Las dos hermanas

¿Ayudarías a una vaca?

Precisamente, ayudar a una vaca fue lo que salvó a la protagonista de esta historia de acabar en las garras de la bruja que mostramos en la foto. "Ella se me ha escapado, pero su hermana caerá" - Dijo a los reporteros de PequeNet la malvada anciana.
Hace mucho, mucho tiempo, vivían en un lejano lugar dos hermanas tan parecidas entre sí que apenas se podían distinguir. Sin embargo, la menor de ellas tenía un gran corazón, mientras que la otra era mala y despiadada. Al quedar su padre sin trabajo, la pequeña resolvió marchar en busca de fortuna: - Si me va bien, volveré para que vengas conmigo – dijo a la mayor. Después de hacer un hatillo con sus cosas, salió de la aldea y no tardó en encontrar una casita donde había un horno repleto de bollitos: - ¡Por favor, niña, por favor! Llevamos cociendo en el horno siete años, si no nos sacas pronto de aquí nos quemaremos. ¡Ayúdanos! La chiquilla, usando una manopla para no quemarse, sacó los bollitos del horno, que quedaron muy agradecidos. Siguió su camino hasta que encontró un vaca en el prado: - ¡Por favor, muchacha, ayúdame! Nadie me ha ordeñado en siete años, ¡ordéñame tu! La bondadosa hermana, con gran paciencia, llenó todo el cubo de leche y siguió después su camino: - Muchas gracias por tu ayuda, me encuentro mucho mejor – dijo la vaca. Camino adelante, siempre adelante, un gran manzano le gritó: - ¡Ayuda! ¡Ayuda! Hace siete años que nadie recoge la fruta de mis ramas y ya no puedo con tanto peso. La muchacha dejó a un lado su hatillo y recogió todas las manzanas maduras: - ¡Muchas gracias! – dijo el manzano - Ahora estoy mucho mejor. Por fin llegó a una casa donde pidió trabajo como sirvienta, pero al cabo del tiempo se dio cuenta de que en realidad estaba en casa de una bruja que se comía a los niños y enterraba sus huesos en el jardín: - La única condición que pongo es que nunca, nunca, debes mirar por el hueco de la chimenea. - No obstante, la niña sirvió durante siete años sin quejas. Pero cuando decidió volver a su casa, la bruja no quiso darle el pago por su trabajo. La chiquilla se quedó un día más, y cuando la bruja abandonó la casa montada en su escoba, miró por el hueco de la chimenea y ¡Sorpresa! Una gran bolsa de oro cayó en su regazo. La niña echó a correr con la bolsa en dirección a su casa, pero la bruja la perseguía. Asustada, le pidió al manzano: - Manzano, manzano, debes esconderme, ¡la bruja me persigue y en caldo quiere cocerme! El árbol agradecido así lo hizo y cuando la bruja le preguntó: - Manzano, ¿dónde está la niña? Se llevó mi oro y la comeré frita. - Siete años estuve aquí y en el camino a nadie vi. – Dijo el manzano. También pidió ayuda a la vaca: - Vaca, vaca, debes esconderme, ¡la bruja me persigue y en caldo quiere cocerme! La vaca se acordaba de la dulce niña y estaba encantada de ayudarla, y cuando la bruja le preguntó: - Vaca, ¿dónde está la niña? Se llevó mi oro y la comeré frita. - Siete años estuve aquí y en el camino a nadie vi. – respondió la vaca. Los bollitos del horno estaban encantados de devolver el favor a la amable chiquilla: - Bollos, bollitos, debéis esconderme, ¡la bruja me persigue y en caldo quiere cocerme! Los bollitos agradecidos la escondieron, y cuando la bruja le preguntó: - Bollos, ¿dónde está la niña? Se llevó mi oro y la comeré frita. - Siete años cocimos y en el camino a nadie vimos. – respondieron los bollitos. Con la ayuda de sus amigos, la niña regresó sana y salva a su casa, portando una gran bolsa de oro. Al contárselo a su hermana, ésta quiso imitarla, esperando obtener también una fortuna, pero dejó que los bollitos se quemaran en el horno, ignoró las súplicas del manzano y pasó de largo cuando la vaca le pidió ayuda. Y al llegar a la casa de la bruja, lo primero que hizo fue mirar por el hueco de la chimenea. La bruja, que aún no había olvidado la afrenta de la hermana menor, ni el oro perdido, ató con una cadena a la mayor y la hizo trabajar durante siete años y un día. Y esta vez, ni el manzano, ni la vaca, ni los bollitos estuvieron dispuestos a ayudar a quien les había ignorado y la hermana mayor aprendió que hay que dar antes de pedir y que una bruja puede ser muy peligrosa para quien no tiene amigos.

Hace mucho, mucho tiempo, vivían en un lejano lugar dos hermanas tan parecidas entre sí que apenas se podían distinguir. Sin embargo, la menor de ellas tenía un gran corazón, mientras que la otra era mala y despiadada. Al quedar su padre sin trabajo, la pequeña resolvió marchar en busca de fortuna:

– Si me va bien, volveré para que vengas conmigo – dijo a la mayor.

Después de hacer un hatillo con sus cosas, salió de la aldea y no tardó en encontrar una casita donde había un horno repleto de bollitos:

– ¡Por favor, niña, por favor! Llevamos cociendo en el horno siete años, si no nos sacas pronto de aquí nos quemaremos. ¡Ayúdanos!

La chiquilla, usando una manopla para no quemarse, sacó los bollitos del horno, que quedaron muy agradecidos.

Siguió su camino hasta que encontró un vaca en el prado:

– ¡Por favor, muchacha, ayúdame! Nadie me ha ordeñado en siete años, ¡ordéñame tu!

La bondadosa hermana, con gran paciencia, llenó todo el cubo de leche y siguió después su camino:

– Muchas gracias por tu ayuda, me encuentro mucho mejor – dijo la vaca.

Camino adelante, siempre adelante, un gran manzano le gritó:

– ¡Ayuda! ¡Ayuda! Hace siete años que nadie recoge la fruta de mis ramas y ya no puedo con tanto peso.

La muchacha dejó a un lado su hatillo y recogió todas las manzanas maduras:

– ¡Muchas gracias! – dijo el manzano – Ahora estoy mucho mejor.

Por fin llegó a una casa donde pidió trabajo como sirvienta, pero al cabo del tiempo se dio cuenta de que en realidad estaba en casa de una bruja que se comía a los niños y enterraba sus huesos en el jardín:

– La única condición que pongo es que nunca, nunca, debes mirar por el hueco de la chimenea. – No obstante, la niña sirvió durante siete años sin quejas.

Pero cuando decidió volver a su casa, la bruja no quiso darle el pago por su trabajo. La chiquilla se quedó un día más, y cuando la bruja abandonó la casa montada en su escoba, miró por el hueco de la chimenea y ¡Sorpresa! Una gran bolsa de oro cayó en su regazo. La niña echó a correr con la bolsa en dirección a su casa, pero la bruja la perseguía.

Asustada, le pidió al manzano:

– Manzano, manzano, debes esconderme, ¡la bruja me persigue y en caldo quiere cocerme!

El árbol agradecido así lo hizo y cuando la bruja le preguntó:

– Manzano, ¿dónde está la niña? Se llevó mi oro y la comeré frita.

– Siete años estuve aquí y en el camino a nadie vi. – Dijo el manzano.

También pidió ayuda a la vaca:

– Vaca, vaca, debes esconderme, ¡la bruja me persigue y en caldo quiere cocerme!

La vaca se acordaba de la dulce niña y estaba encantada de ayudarla, y cuando la bruja le preguntó:

– Vaca, ¿dónde está la niña? Se llevó mi oro y la comeré frita.

– Siete años estuve aquí y en el camino a nadie vi. – respondió la vaca.

Los bollitos del horno estaban encantados de devolver el favor a la amable chiquilla:

– Bollos, bollitos, debéis esconderme, ¡la bruja me persigue y en caldo quiere cocerme!

Los bollitos agradecidos la escondieron, y cuando la bruja le preguntó:

– Bollos, ¿dónde está la niña? Se llevó mi oro y la comeré frita.

– Siete años cocimos y en el camino a nadie vimos. – respondieron los bollitos.

Con la ayuda de sus amigos, la niña regresó sana y salva a su casa, portando una gran bolsa de oro. Al contárselo a su hermana, ésta quiso imitarla, esperando obtener también una fortuna, pero dejó que los bollitos se quemaran en el horno, ignoró las súplicas del manzano y pasó de largo cuando la vaca le pidió ayuda. Y al llegar a la casa de la bruja, lo primero que hizo fue mirar por el hueco de la chimenea.

La bruja, que aún no había olvidado la afrenta de la hermana menor, ni el oro perdido, ató con una cadena a la mayor y la hizo trabajar durante siete años y un día. Y esta vez, ni el manzano, ni la vaca, ni los bollitos estuvieron dispuestos a ayudar a quien les había ignorado y la hermana mayor aprendió que hay que dar antes de pedir y que una bruja puede ser muy peligrosa para quien no tiene amigos.