La Bestia de Norroway

Mi marido es una bestia

¿Te casarías con un toro? Ya ocurrió con la Bella y la Bestia, y ahora es el Duque de Norroway quien demuestra que algunas bestias son en realidad excelentes maridos, sobre todo si hay un encantamiento mágico por medio.
Vivieron una vez, en un lugar muy lejano llamado Norroway, tres bellas hermanas hijas de los reyes. Habían alcanzado la edad de casarse y, altaneras, bromeaban en el jardín acerca de sus pretendientes y futuros esposos: - Yo no me conformaría con menos que un duque – Decía la mayor. - Pues yo no aceptaré menos que un marqués – Comentó la mediana. - En lo que a mi respecta, – Decía la menor – me casaría hasta con la Bestia de Norroway. - ¡No! – exclamaron sus hermanas – Si lo dices se puede cumplir, y sería horrible que tuvieras que desposar a ese monstruo.- Pues era sabido en todo el condado que Ocurrió que al día siguiente llegó un duque desde tierras lejanas para desposar a la mayor de las hijas. Se celebraron los esponsales y los novios partieron hacia su luna de miel. Dos días más tarde, un marqués pidió la mano de la hija mediana, y después de celebrar la boda, los recién casados iniciaron su viaje nupcial. Y, como temían sus hermanas, un día más tarde la bestia de Norroway apareció para casarse con la menor. A pesar de la pena de sus padres, el matrimonio se llevó a cabo, pues era sabido que la bestia poseía una gran fortuna, poder y prestigio. La princesa, un tanto asustada al principio, montó a lomos de la bestia y ambos se alejaron de allí. La bestia le dijo: - Encontrarás comida detrás de mi oreja derecha, y bebida en abundancia tras la oreja izquierda. Sobre mi ancha espalda viajarás hasta mis dominios cómoda y sin cansarte. Al caer la noche pasaron cerca del palacio de un marqués. Los nobles cenaban en el jardín, e invitaron a la princesa a unirse con ellos: - Deja a tu peculiar cabalgadura atada fuera y siéntate a la mesa con nosotros. La muchacha aceptó encantada, pero se abstuvo de atar a la bestia, pues no veía necesidad alguna de hacerlo. La jornada siguiente también la pasaron viajando, si bien la bestia elegía siempre los senderos más agradables para caminar, evitando los baches, e incluso caminando de puntillas sobre sus pezuñas cuando notaba que la chiquilla se había dormido en su mullido pero poderoso lomo. Ya se había puesto el sol cuando alcanzaron el castillo de un duque donde se celebraba una cena de gala. Al ver a la princesita, la invitaron a asistir al evento antes de proseguir su viaje y la instaron a dejar a la bestia fuera. - Preferiría que la albergárais en un establo con abundante comida – Pidió la muchacha, que realmente estaba encariñándose con la extraña criatura. Y como fuera que los distinguidos anfitriones accedieran, ambos pasaron la noche allí. De nuevo en camino, recorrieron montes y valles, llanuras y bosques y cuando llego la noche, divisaron en el horizonte un inmenso castillo con guirnaldas en las almenas y adornos en los jardines. Había una elegante mesa servida con los más exquisitos manjares y grandes centros de flores y velas. Los criados y camareros estaban muy atareados disponiendo los últimos preparativos. El chambelán, al ver a la princesa se dirigió a ella: - Bella dama, nuestro señor no se halla en el castillo y no sabemos cuándo volverá, pero cada noche preparamos su recibimiento, pues es altamente apreciado por todos. Antes de continuar vuestro camino, ¿Desearíais honrarnos con vuestra presencia? Podéis dejar a vuestra montura en los establos, si lo deseáis. - La bestia se sentará a la mesa conmigo o no cenaré aquí – Respondió la princesa. Pues su corazón le decía que en el corazón de aquella bestia había algo que superaba a muchos corazones humanos. Y recordando un cierto vaivén al recorrer el último tramo del camino, se inclinó para examinar la pezuña delantera de su amigo. En efecto, la criatura tenía una espina clavada en la pata que ella extrajo con cuidado. Al instante, la horrible bestia se transformó en el señor del castillo, de donde había desaparecido tras ser convertido en animal por una bruja rencorosa que nunca le perdonó haberla rechazado como esposa. El corazón de la princesa, latiendo fuerte, dio el sí cuando el príncipe la pidió en matrimonio, y todos los que allí había aplaudieron alegres al ver roto el hechizo.

Vivieron una vez, en un lugar muy lejano llamado Norroway, tres bellas hermanas hijas de los reyes. Habían alcanzado la edad de casarse y, altaneras, bromeaban en el jardín acerca de sus pretendientes y futuros esposos:

– Yo no me conformaría con menos que un duque – Decía la mayor.

– Pues yo no aceptaré menos que un marqués – Comentó la mediana.

– En lo que a mi respecta, – Decía la menor – me casaría hasta con la Bestia de Norroway.

– ¡No! – exclamaron sus hermanas – Si lo dices se puede cumplir, y sería horrible que tuvieras que desposar a ese monstruo.- Pues era sabido en todo el condado que

Ocurrió que al día siguiente llegó un duque desde tierras lejanas para desposar a la mayor de las hijas. Se celebraron los esponsales y los novios partieron hacia su luna de miel. Dos días más tarde, un marqués pidió la mano de la hija mediana, y después de celebrar la boda, los recién casados iniciaron su viaje nupcial. Y, como temían sus hermanas, un día más tarde la bestia de Norroway apareció para casarse con la menor.

A pesar de la pena de sus padres, el matrimonio se llevó a cabo, pues era sabido que la bestia poseía una gran fortuna, poder y prestigio. La princesa, un tanto asustada al principio, montó a lomos de la bestia y ambos se alejaron de allí. La bestia le dijo:

– Encontrarás comida detrás de mi oreja derecha, y bebida en abundancia tras la oreja izquierda. Sobre mi ancha espalda viajarás hasta mis dominios cómoda y sin cansarte.

Al caer la noche pasaron cerca del palacio de un marqués. Los nobles cenaban en el jardín, e invitaron a la princesa a unirse con ellos:

– Deja a tu peculiar cabalgadura atada fuera y siéntate a la mesa con nosotros.

La muchacha aceptó encantada, pero se abstuvo de atar a la bestia, pues no veía necesidad alguna de hacerlo.

La jornada siguiente también la pasaron viajando, si bien la bestia elegía siempre los senderos más agradables para caminar, evitando los baches, e incluso caminando de puntillas sobre sus pezuñas cuando notaba que la chiquilla se había dormido en su mullido pero poderoso lomo. Ya se había puesto el sol cuando alcanzaron el castillo de un duque donde se celebraba una cena de gala.

Al ver a la princesita, la invitaron a asistir al evento antes de proseguir su viaje y la instaron a dejar a la bestia fuera.

– Preferiría que la albergárais en un establo con abundante comida – Pidió la muchacha, que realmente estaba encariñándose con la extraña criatura. Y como fuera que los distinguidos anfitriones accedieran, ambos pasaron la noche allí.

De nuevo en camino, recorrieron montes y valles, llanuras y bosques y cuando llego la noche, divisaron en el horizonte un inmenso castillo con guirnaldas en las almenas y adornos en los jardines. Había una elegante mesa servida con los más exquisitos manjares y grandes centros de flores y velas. Los criados y camareros estaban muy atareados disponiendo los últimos preparativos.

El chambelán, al ver a la princesa se dirigió a ella:

– Bella dama, nuestro señor no se halla en el castillo y no sabemos cuándo volverá, pero cada noche preparamos su recibimiento, pues es altamente apreciado por todos. Antes de continuar vuestro camino, ¿Desearíais honrarnos con vuestra presencia? Podéis dejar a vuestra montura en los establos, si lo deseáis.

– La bestia se sentará a la mesa conmigo o no cenaré aquí – Respondió la princesa. Pues su corazón le decía que en el corazón de aquella bestia había algo que superaba a muchos corazones humanos. Y recordando un cierto vaivén al recorrer el último tramo del camino, se inclinó para examinar la pezuña delantera de su amigo. En efecto, la criatura tenía una espina clavada en la pata que ella extrajo con cuidado.

Al instante, la horrible bestia se transformó en el señor del castillo, de donde había desaparecido tras ser convertido en animal por una bruja rencorosa que nunca le perdonó haberla rechazado como esposa. El corazón de la princesa, latiendo fuerte, dio el sí cuando el príncipe la pidió en matrimonio, y todos los que allí había aplaudieron alegres al ver roto el hechizo.