Juan de Hierro

Cuentos de Los Hermanos Grimm: Juan de Hierro

Un hechizo duro como el Hierro

Falsas estadísticas derivadas del informe de los Hnos. Grimm advierten sobre la posibilidad de revertir hechizos de Hombre de Hierro utilizando a niños desinteresados. La policía aconseja a la población no acercarse a charcas encantadas.
Hubo una vez en un reino muy lejano un bosque en el que todo el que entraba desaparecía. El rey había hecho llamar a los más valientes montadores para que descubrieran el misterio que lo hacía inexpugnable, pero ninguno había vuelto de allí, y nadie se atrevía a aproximarse a él de noche. Cierto día, un cazador con su perro se presentó ante el rey: Con la ayuda de siete de tus hombres y mi perro, averiguaré qué es lo que hace impenetrable al bosque. Partió el grupo hacia lo más profundo del bosque cuando el perro echó a correr tras una pieza. La persecución lo llevó al borde de una charca de donde salió un brazo que lo hizo desaparecer. El cazador dió orden a los que le acompañaban de vaciar el agua con ayuda de unos cubos, y cuando lo hicieron, descubrieron en el fondo a un extraño ser con el cuerpo cubierto por una piel que parecía ser de hierro. Sin tardanza lo apresaron y lo condujeron a palacio, donde fue encerrado en una jaula con gruesos barrotes. Quiso la casualidad que el joven príncipe que jugaba cerca de la jaula, perdiera su pelota, que fue a parar, rodando, al interior de la misma. - Te devolveré el juguete si abres esta jaula - Exigió la bestia encerrada. - No puedo hacerlo - contestó el chiquillo -, mi padre ha mandado matar a quien lo haga. Pero pudo más el ansia por jugar y el joven príncipe liberó de su encierro al extraño personaje.Aún no había salido el prisionero por la puerta cuando el hijo del rey gritó: - Espera, bestia, no me dejes aquí solo, ¡mi padre me castigará por haberte dejado en libertad! Además, me has pillado el dedo con la cancela al abrirla y me duele. - No serás más que un estorbo para mí, pero te has portado bien conmigo y Juan de Hierro siempre fue agradecido. Veré la manera de mantenerte a mi lado sin que me molestes demasiado. Tengo más poder del que supones, además de oro y joyas en abundancia. Tomando en brazos al pequeño lo llevó al bosque y le encomendó la tarea de vigilar un estanque mágico. Debía guardar que ninguna cosa cayera en sus aguas. El joven se sentó en la orilla para cumplir su cometido, pero de repente le entró un terrible escozor en el dedo y lo sumergió en el agua para aliviarlo. Al instante, el dedo quedó cubierto de oro. Por más que intentó limpiarlo, no lo consiguió, y cuando regresó Juan de Hierro no pudo ocultarlo de su vista: "No me vuelvas a fallar o no podrás seguir mi lado", dijo éste. Al día siguiente, cuando el pequeño vigilaba la fuente dorada, sintió ganas de ver su imagen reflejada en el agua, mas cuando se inclinó para hacerlo, sus largos cabellos se mojaron en el agua quedando al instante dorados. Cuando Juan de Hierro volvió, le despidió diciendo: - No puedes seguir conmigo, sin embargo ya que tienes buen corazón, llámame si me necesitas y acudiré en tu ayuda. Partió pues, el joven príncipe, habiendo escondido su dorada cabellera bajo un gorro y no había recorrido mucho camino cuando encontró un castillo. La hija del rey de aquellas tierras asomaba a una de las ventanas que daba a los jardines, tan bella, que el joven quedó pronto prendado de ella y pidió trabajo como jardinero para tener la oportunidad de contemplarla a menudo. Hizo la mala fortuna que el país entrara en guerra, y ante el temor de que a la bella dama le ocurriera algo, el joven decidió pedir ayuda a Juan de Hierro e ir a luchar junto a las tropas del rey. Pidió un caballo en las cuadras, pero sólo le dieron una vieja mula. Con ella, se acercó a las lindes del bosque, y allí llamó a Juan de Hierro, a quien explicó su problema: - Deseo la mano de la bella princesa que ahora corre peligro, pues su país está en guerra. Ayúdame a vencer en la batalla, Juan de Hierro. - Pondré a tu servicio mis tropas y mis mejores corceles - Así lo hizo, y gracias a esto el joven príncipe, oculto por el gorro, logró vencer a los ejércitos enemigos. El príncipe devolvió las tropas a Juan de Hierro y recuperó la mula que le habían prestado en el castillo. El rey hizo llamar al general de su ejército para felicitarle por la victoria, pero cuando éste estuvo delante rechazó los honores: - No fueron mis hombres los que consiguieron la gloria, sino unas tropas desconocidas dirigidas por un valiente guerrero. - Buscad por todas partes al merecedor de la recompensa, pues su acción merece la mano de mi hija.Uno de los soldados apuntó que el hombre al mando de la misteriosa tropa tenía los cabellos dorados como el sol, y fue entonces la princesa quien reconoció: - Se trata, sin duda, del nuevo jardinero, pues atisbé a ver sus cabellos cuando descansaba. - Y el joven príncipe fue reclamado a su presencia y habló así: - Lamento decir, bella dama, que no es cierto que el honor de la victoria sea mío, pues nada habría sido posible sin la intervención de Juan de Hierro.Todos los presentes sintieron un estremecimiento al escuchar este nombre, y aún fue mayor la impresión cuando vieron al propio Juan de Hierro aparecer por la puerta de la sala: - Soy yo - dijo Juan de Hierro a los presentes - aquel que fue hechizado por su codicia y que ahora, gracias al desinterés de este joven, ha sido liberado. Tuya es la victoria y tuya la recompensa, joven príncipe, ¡Celébrense los esponsales y comience la fiesta!

Hubo una vez en un reino muy lejano un bosque en el que todo el que entraba desaparecía. El rey había hecho llamar a los más valientes montadores para que descubrieran el misterio que lo hacía inexpugnable, pero ninguno había vuelto de allí, y nadie se atrevía a aproximarse a él de noche. Cierto día, un cazador con su perro se presentó ante el rey:

Con la ayuda de siete de tus hombres y mi perro, averiguaré qué es lo que hace impenetrable al bosque.

Partió el grupo hacia lo más profundo del bosque cuando el perro echó a correr tras una pieza. La persecución lo llevó al borde de una charca de donde salió un brazo que lo hizo desaparecer. El cazador dió orden a los que le acompañaban de vaciar el agua con ayuda de unos cubos, y cuando lo hicieron, descubrieron en el fondo a un extraño ser con el cuerpo cubierto por una piel que parecía ser de hierro. Sin tardanza lo apresaron y lo condujeron a palacio, donde fue encerrado en una jaula con gruesos barrotes.


Quiso la casualidad que el joven príncipe que jugaba cerca de la jaula, perdiera su pelota, que fue a parar, rodando, al interior de la misma.

– Te devolveré el juguete si abres esta jaula – Exigió la bestia encerrada.

– No puedo hacerlo – contestó el chiquillo -, mi padre ha mandado matar a quien lo haga.

Pero pudo más el ansia por jugar y el joven príncipe liberó de su encierro al extraño personaje.

Aún no había salido el prisionero por la puerta cuando el hijo del rey gritó:

– Espera, bestia, no me dejes aquí solo, ¡mi padre me castigará por haberte dejado en libertad! Además, me has pillado el dedo con la cancela al abrirla y me duele.

– No serás más que un estorbo para mí, pero te has portado bien conmigo y Juan de Hierro siempre fue agradecido. Veré la manera de mantenerte a mi lado sin que me molestes demasiado. Tengo más poder del que supones, además de oro y joyas en abundancia.

Tomando en brazos al pequeño lo llevó al bosque y le encomendó la tarea de vigilar un estanque mágico. Debía guardar que ninguna cosa cayera en sus aguas.

El joven se sentó en la orilla para cumplir su cometido, pero de repente le entró un terrible escozor en el dedo y lo sumergió en el agua para aliviarlo. Al instante, el dedo quedó cubierto de oro. Por más que intentó limpiarlo, no lo consiguió, y cuando regresó Juan de Hierro no pudo ocultarlo de su vista: “No me vuelvas a fallar o no podrás seguir mi lado”, dijo éste.

Al día siguiente, cuando el pequeño vigilaba la fuente dorada, sintió ganas de ver su imagen reflejada en el agua, mas cuando se inclinó para hacerlo, sus largos cabellos se mojaron en el agua quedando al instante dorados. Cuando Juan de Hierro volvió, le despidió diciendo:

– No puedes seguir conmigo, sin embargo ya que tienes buen corazón, llámame si me necesitas y acudiré en tu ayuda.

Partió pues, el joven príncipe, habiendo escondido su dorada cabellera bajo un gorro y no había recorrido mucho camino cuando encontró un castillo. La hija del rey de aquellas tierras asomaba a una de las ventanas que daba a los jardines, tan bella, que el joven quedó pronto prendado de ella y pidió trabajo como jardinero para tener la oportunidad de contemplarla a menudo. Hizo la mala fortuna que el país entrara en guerra, y ante el temor de que a la bella dama le ocurriera algo, el joven decidió pedir ayuda a Juan de Hierro e ir a luchar junto a las tropas del rey.

Pidió un caballo en las cuadras, pero sólo le dieron una vieja mula. Con ella, se acercó a las lindes del bosque, y allí llamó a Juan de Hierro, a quien explicó su problema:

– Deseo la mano de la bella princesa que ahora corre peligro, pues su país está en guerra. Ayúdame a vencer en la batalla, Juan de Hierro.

– Pondré a tu servicio mis tropas y mis mejores corceles – Así lo hizo, y gracias a esto el joven príncipe, oculto por el gorro, logró vencer a los ejércitos enemigos.

El príncipe devolvió las tropas a Juan de Hierro y recuperó la mula que le habían prestado en el castillo. El rey hizo llamar al general de su ejército para felicitarle por la victoria, pero cuando éste estuvo delante rechazó los honores:

– No fueron mis hombres los que consiguieron la gloria, sino unas tropas desconocidas dirigidas por un valiente guerrero.

– Buscad por todas partes al merecedor de la recompensa, pues su acción merece la mano de mi hija.

Uno de los soldados apuntó que el hombre al mando de la misteriosa tropa tenía los cabellos dorados como el sol, y fue entonces la princesa quien reconoció:

– Se trata, sin duda, del nuevo jardinero, pues atisbé a ver sus cabellos cuando descansaba. – Y el joven príncipe fue reclamado a su presencia y habló así:

– Lamento decir, bella dama, que no es cierto que el honor de la victoria sea mío, pues nada habría sido posible sin la intervención de Juan de Hierro.

Todos los presentes sintieron un estremecimiento al escuchar este nombre, y aún fue mayor la impresión cuando vieron al propio Juan de Hierro aparecer por la puerta de la sala:

– Soy yo – dijo Juan de Hierro a los presentes – aquel que fue hechizado por su codicia y que ahora, gracias al desinterés de este joven, ha sido liberado. Tuya es la victoria y tuya la recompensa, joven príncipe, ¡Celébrense los esponsales y comience la fiesta!