El asno, la mesa y el palo

Quien tiene un asno, tiene un tesoro: Desde que Juan Ramón Jiménez escribiera Platero y yo, la población de burros ha descendido hasta dejar a estos animales en peligro de extinción. Por eso, aunque tu asno no sea como el de este cuento, CUÍDALO MUCHO!!!

Vivió hace mucho, mucho tiempo en un lejano país a menudo cubierto por la niebla, un joven que, habiéndose hecho mayor, decidió probar fortuna buscando trabajo en otras tierras. Andando por el camino se encontró con una mujer viuda: - Ahora que mi marido no está, hay demasiado trabajo en la granja para mí sola, además de atender a mis hijos. ¿Querrías ayudarme? Te recompensaré generosamente. Accedió el joven y se puso a trabajar inmediatamente. Tras doce meses y un día de dura labor, la mujer le llamó y le dijo: - Has sido de mucha ayuda, honrado y trabajador, y quiero recompensarte con este asno. ¡Mira lo que ocurre cuando giras sus orejas! - ¡Hiiiii-haaaaa! - Rebuznó el asno. Y en ese preciso momento, un montón de monedas de oro empezaron a caer al suelo. El muchacho, ante tal fortuna, decidió que iría al día siguiente a pedir la mano de la chica que siempre le había gustado. En la posada, el dueño, que vio las cualidades del mágico asno, lo cambió por otro mientras todos dormían. Por la mañana, el chico se presentó ante el padre de ella: - Ya puedo mantenerla, señor, con este asno no le faltará nada.- Pero, no habiéndose dado cuenta del cambio, por más que giró y retorció las orejas del asno, no cayó oro. - ¡Si se trata de un número de circo, es patético! -Dijo el padre echándole a patadas. El pobre chico salió corriendo y topó con un carpintero que le ofreció trabajo a cambio de un generoso pago. Tras doce meses y un día a su servicio, el carpintero le e - ¡Ahora podré pedir la mano de mi amada! -Y se dirigió a la posada para pasar la noche. Hizo uso de la mesa para cenar y el posadero que lo vio, cambió la mesa por otra muy parecida mientras todos dormían. Así que cuando a la mañana siguiente se presentó Caminando, caminando se encontró con un leñador que trataba de talar un árbol para construir un puente sobre el río. - Si me ayudas -dijo al muchacho- mi recompensa será generosa. Y cuando cayó el árbol, el leñador talló un bastón y se lo tendió al chico diciendo: - El bastón golpeará a todo aquel al que apuntes con él. Úsalo con sabiduría. Encantado con el regalo, el muchacho decidió ajustar cuentas con el posadero. Nada más ver al dueño de la posada, el chico azuzó el palo contra él, y no tardó en recuperar el asno y la mesa que le habían sido robadas. Después se encaminó a pedir de nuevo la mano de su amada, pues ahora sí la podría mantener sin que le faltara nada. Pero durante el tiempo que había estado fuera, el padre de la chica había muerto, de forma que decidió convocar a todas las doncellas casaderas: - Que traigan sus riquezas, pues me casaré con la más rica. Las jóvenes, llevando sus joyas más valiosas en los delantales, se colocaron en fila para que él pudiera valorarlas, pero su amada, al ser pobre, tenía el delantal vacío: - Da un paso atrás, puesto que no tienes nada de valor – Dijo a su prometida, que no entendía nada de lo que estaba pasando. Y cuando se hubo separado de las demás, ordenó al palo que pegara a todas las otras, que salieron corriendo asustadas, quedándose ella sola. Entonces, retorció las orejas del asno y colocó en el mandil de la chica todas las monedas que cayeron al suelo: - Ahora eres la mujer más rica del pueblo: ¿Quieres casarte conmigo? Por supuesto, ella accedió y tardaron muy poco en preparar la boda y la fiesta y el banquete posteriores. Y dicen que nunca se comieron manjares más exquisitos que los servidos en la mesa mágica, y gracias al asno nunca les faltó ninguna cosa.  

Vivió hace mucho, mucho tiempo en un lejano país a menudo cubierto por la niebla, un joven que, habiéndose hecho mayor, decidió probar fortuna buscando trabajo en otras tierras. Andando por el camino se encontró con una mujer viuda:

– Ahora que mi marido no está, hay demasiado trabajo en la granja para mí sola, además de atender a mis hijos. ¿Querrías ayudarme? Te recompensaré generosamente.

Accedió el joven y se puso a trabajar inmediatamente. Tras doce meses y un día de dura labor, la mujer le llamó y le dijo:

– Has sido de mucha ayuda, honrado y trabajador, y quiero recompensarte con este asno. ¡Mira lo que ocurre cuando giras sus orejas!

– ¡Hiiiii-haaaaa! – Rebuznó el asno. Y en ese preciso momento, un montón de monedas de oro empezaron a caer al suelo.

El muchacho, ante tal fortuna, decidió que iría al día siguiente a pedir la mano de la chica que siempre le había gustado. En la posada, el dueño, que vio las cualidades del mágico asno, lo cambió por otro mientras todos dormían. Por la mañana, el chico se presentó ante el padre de ella:

– Ya puedo mantenerla, señor, con este asno no le faltará nada.- Pero, no habiéndose dado cuenta del cambio, por más que giró y retorció las orejas del asno, no cayó oro.

– ¡Si se trata de un número de circo, es patético! -Dijo el padre echándole a patadas.

El pobre chico salió corriendo y topó con un carpintero que le ofreció trabajo a cambio de un generoso pago. Tras doce meses y un día a su servicio, el carpintero le e

– ¡Ahora podré pedir la mano de mi amada! -Y se dirigió a la posada para pasar la noche. Hizo uso de la mesa para cenar y el posadero que lo vio, cambió la mesa por otra muy parecida mientras todos dormían. Así que cuando a la mañana siguiente se presentó

Caminando, caminando se encontró con un leñador que trataba de talar un árbol para construir un puente sobre el río.

– Si me ayudas -dijo al muchacho- mi recompensa será generosa.

Y cuando cayó el árbol, el leñador talló un bastón y se lo tendió al chico diciendo:

– El bastón golpeará a todo aquel al que apuntes con él. Úsalo con sabiduría.

Encantado con el regalo, el muchacho decidió ajustar cuentas con el posadero.

Nada más ver al dueño de la posada, el chico azuzó el palo contra él, y no tardó en recuperar el asno y la mesa que le habían sido robadas. Después se encaminó a pedir de nuevo la mano de su amada, pues ahora sí la podría mantener sin que le faltara nada. Pero durante el tiempo que había estado fuera, el padre de la chica había muerto, de forma que decidió convocar a todas las doncellas casaderas:

– Que traigan sus riquezas, pues me casaré con la más rica.

Las jóvenes, llevando sus joyas más valiosas en los delantales, se colocaron en fila para que él pudiera valorarlas, pero su amada, al ser pobre, tenía el delantal vacío:

– Da un paso atrás, puesto que no tienes nada de valor – Dijo a su prometida, que no entendía nada de lo que estaba pasando. Y cuando se hubo separado de las demás, ordenó al palo que pegara a todas las otras, que salieron corriendo asustadas, quedándose ella sola.

Entonces, retorció las orejas del asno y colocó en el mandil de la chica todas las monedas que cayeron al suelo:

– Ahora eres la mujer más rica del pueblo: ¿Quieres casarte conmigo?

Por supuesto, ella accedió y tardaron muy poco en preparar la boda y la fiesta y el banquete posteriores. Y dicen que nunca se comieron manjares más exquisitos que los servidos en la mesa mágica, y gracias al asno nunca les faltó ninguna cosa.