Las Gachas Dulces

Las Gachas Dulces

Fuertes inundaciones

El cambio climático, ya sea producido por el hombre o no, está provocando inundaciones que, en el caso de una aldea sobre la que escribieron los Hermanos Grimm, se cubrió de gachas dulces!!
Cuentan que hace mucho tiempo, en un lejano país de nombre olvidado, vivían una piadosa mujer con su joven hija. Eran tan pobres, tan pobres que muchas eran las veces que se iban a acostar sin haber conseguido probar bocado en todo el día. El hambre les acuciaba de tal forma que la pequeña decidió internarse en el bosque por ver si encontraba alguna baya o raíz que pudiera alimentarles. No llevaba caminando mucho tiempo cuando alcanzó a ver un pozo, y al lado del pozo una extraña mujer vestida de negro que, con manos temblorosas intentaba izar el cubo con agua y con voz trémula le pidió: - Bella niña, ¿podrías ayudarme a recoger el agua? Necesito beberla y mis articulaciones duelen por la edad. - Por supuesto, buena mujer.- Replicó la pequeña, y a continuación la roldana chirrió y el cubo apareció por el borde del pozo rebosante del líquido. La anciana sació su sed y cuando hubo acabado preguntó: - Estás muy delgada, niña. ¿Padeces alguna enfe - Has sido buena y amable conmigo, y es injusto que pases calamidades. Recompensaré tu acción con este puchero mágico y no volverás a preocuparte por la falta de comida. Y a la voz de: - ¡Cuece, pucherito! - De la olla comenzó a emanar un agradable arom Comió y comió la pequeña hasta saciarse, y entonces la anciana gritó: - ¡Deténte, pucherito! - Y el puchero quedó limpio de gachas, como estaba antes. - Siempre que pronuncies estas palabras, - advirtió la mujer,- tendrás gachas dulces para satisfaceros a tí a tu madre. Contenta por su gran fortuna partió la niña hacia su casa, no sin antes dar las gracias por el obsequio. Al comentar a su madre lo que le había ocurrido en el bosque y la historia del caldero mágico, ésta no cabía en sí de gozo: - Ya verás cómo a partir de ahora cambia nuestra suerte, - le decía a su hija sonriendo - pues nunca se rinde más trabajando que cuando se tiene el estómago lleno. Pediré empleo en una de las mejores casas del pueblo. Así pasó el tiempo, y la fortuna y la prosperidad visitaron por fin el hogar de las dos mujeres, que a fuerza de trabajar con la energía que les proporcionaban las gachas habían conseguido pagar las deudas pendientes, e incluso habían ahorrado para comprar nuevos vestidos en invierno. - Nunca habrá gratitud suficiente para aquella anciana - Decían a menudo al acordarse de quien les regaló el puchero. Pasó la primavera y llegaron las fiestas a la pequeña aldea donde vivían la madre y la hija. Todos se preparaban para recibir a los visitantes que vendrían desde los pueblos cercanos, encalando las paredes, barriendo las aceras y colocando flores en las ventanas. También la alcaldesa realizaba preparativos, pero sus preocupaciones eran bien distintas, pues presentía que no habría viandas suficientes para todos los asistentes. Paseábase la alcaldesa cavilando sobre estas y otras cuestiones por el engalanado pueblo, cuando acertó a pasar cerca de la ventana donde vivían la madre y su hija. Atisbando entre los visillos contempló cómo la mujer daba la orden de: - ¡Cuece, pucherito! - Y cómo las gachas comenzaban a cocinarse como por arte de magia. - Es la solución a mis problemas, es preciso que ese puchero sea mío antes de los festejos.- Dijo en voz queda la alcaldesa. Tal y como lo había pensado, la gobernanta hizo robar el puchero y tras darle la orden: - ¡Cuece, pucherito! - Comenzó a llenar los cuencos de todos los comensales. Mas nunca escuchó la alcaldesa la fórmula para detener al caldero, y cuando éstos hubieron terminado, el puchero seguía cociendo gachas, que ahora rezumaban por los bordes y caían al suelo inundándolo. Las gachas dulces que salían del caldero anegaron el ayuntamiento, cubrieron las calles y por poco hacen desaparecer el pueblo entero. La madre y la hija, que traían a un familiar suyo desde la aldea vecina, olieron a gran distancia el aroma a gachas dulces, pero no llegaron a tiempo de dar la orden al caldero: - ¡Deténte, pucherito! Y durante mucho, mucho tiempo, todo aquel que quiso entrar en la aldea tuvo que hacerlo a base de tragar gachas dulces.

Cuentan que hace mucho tiempo, en un lejano país de nombre olvidado, vivían una piadosa mujer con su joven hija. Eran tan pobres, tan pobres que muchas eran las veces que se iban a acostar sin haber conseguido probar bocado en todo el día. El hambre les acuciaba de tal forma que la pequeña decidió internarse en el bosque por ver si encontraba alguna baya o raíz que pudiera alimentarles.

No llevaba caminando mucho tiempo cuando alcanzó a ver un pozo, y al lado del pozo una extraña mujer vestida de negro que, con manos temblorosas intentaba izar el cubo con agua y con voz trémula le pidió:

– Bella niña, ¿podrías ayudarme a recoger el agua? Necesito beberla y mis articulaciones duelen por la edad.

– Por supuesto, buena mujer.- Replicó la pequeña, y a continuación la roldana chirrió y el cubo apareció por el borde del pozo rebosante del líquido.

La anciana sació su sed y cuando hubo acabado preguntó:

– Estás muy delgada, niña. ¿Padeces alguna enfe

– Has sido buena y amable conmigo, y es injusto que pases calamidades. Recompensaré tu acción con este puchero mágico y no volverás a preocuparte por la falta de comida.

Y a la voz de:

– ¡Cuece, pucherito! – De la olla comenzó a emanar un agradable arom

Comió y comió la pequeña hasta saciarse, y entonces la anciana gritó:

– ¡Deténte, pucherito! – Y el puchero quedó limpio de gachas, como estaba antes. – Siempre que pronuncies estas palabras, – advirtió la mujer,- tendrás gachas dulces para satisfaceros a tí a tu madre.

Contenta por su gran fortuna partió la niña hacia su casa, no sin antes dar las gracias por el obsequio.

Al comentar a su madre lo que le había ocurrido en el bosque y la historia del caldero mágico, ésta no cabía en sí de gozo:

– Ya verás cómo a partir de ahora cambia nuestra suerte, – le decía a su hija sonriendo – pues nunca se rinde más trabajando que cuando se tiene el estómago lleno. Pediré empleo en una de las mejores casas del pueblo.

Así pasó el tiempo, y la fortuna y la prosperidad visitaron por fin el hogar de las dos mujeres, que a fuerza de trabajar con la energía que les proporcionaban las gachas habían conseguido pagar las deudas pendientes, e incluso habían ahorrado para comprar nuevos vestidos en invierno.

– Nunca habrá gratitud suficiente para aquella anciana – Decían a menudo al acordarse de quien les regaló el puchero.

Pasó la primavera y llegaron las fiestas a la pequeña aldea donde vivían la madre y la hija. Todos se preparaban para recibir a los visitantes que vendrían desde los pueblos cercanos, encalando las paredes, barriendo las aceras y colocando flores en las ventanas.

También la alcaldesa realizaba preparativos, pero sus preocupaciones eran bien distintas, pues presentía que no habría viandas suficientes para todos los asistentes.

Paseábase la alcaldesa cavilando sobre estas y otras cuestiones por el engalanado pueblo, cuando acertó a pasar cerca de la ventana donde vivían la madre y su hija. Atisbando entre los visillos contempló cómo la mujer daba la orden de:

– ¡Cuece, pucherito! – Y cómo las gachas comenzaban a cocinarse como por arte de magia.

– Es la solución a mis problemas, es preciso que ese puchero sea mío antes de los festejos.- Dijo en voz queda la alcaldesa.

Tal y como lo había pensado, la gobernanta hizo robar el puchero y tras darle la orden:

– ¡Cuece, pucherito! – Comenzó a llenar los cuencos de todos los comensales. Mas nunca escuchó la alcaldesa la fórmula para detener al caldero, y cuando éstos hubieron terminado, el puchero seguía cociendo gachas, que ahora rezumaban por los bordes y caían al suelo inundándolo. Las gachas dulces que salían del caldero anegaron el ayuntamiento, cubrieron las calles y por poco hacen desaparecer el pueblo entero.

La madre y la hija, que traían a un familiar suyo desde la aldea vecina, olieron a gran distancia el aroma a gachas dulces, pero no llegaron a tiempo de dar la orden al caldero:

– ¡Deténte, pucherito!

Y durante mucho, mucho tiempo, todo aquel que quiso entrar en la aldea tuvo que hacerlo a base de tragar gachas dulces.