Piel de Oso

Piel de oso: Cuentos cortos para niños

Abrigos de oso

Si además de llevar abrigos de piel, no te lavas, ten cuidado porque te pueden confundir con el animal cuya piel llevas puesta. Es lo que le ocurrió al protagonista de la historia que presentamos ahora: Piel de Oso, de los Hermanos Grimm.
Hace mucho, mucho tiempo, vivió un joven que se alistó como soldado. Su valentía y coraje no tenían parangón, realizó grandes proezas durante las batallas y siempre se adelantaba hasta la línea de fuego para luchar. Pero al fín llegaron tiempos de paz y el soldado fue licenciado. - Ahora podrás dedicarte a lo que prefieras - Le dijo su capitán. Mas un soldado que sólo conoce la guerra, difícilmente conoce un oficio para desempeñar con su fusil. Acudió a sus hermanos para pedirles ayuda, pues sus padres habían muerto hacía algún tiempo, pero éstos no tuvieron nada que ofrecerle. Después de recorrer sin éxito varias aldeas en busca de trabajo, se internó en lo más profundo del bosque y allí clamó sus penas en voz alta. - No conozco la forja ni el curtido. No entiendo de animales ni sé preparar platos exquisitos. Sin poder trabajar, estoy destinado a morir de hambre. De pronto, un ruido a su espalda le hizo girarse para contemplar a un extraño hombre vestido de verde y uno de cuyos pies era una pezuña de caballo. - Ahora que conozco tus penas, las aliviaré con abundante oro sólo con que demuestres tu gallardía, pues no soy amigo de alentar a los cobardes. - Eso es lo único que me sobra - dijo el combatiente - ¡Pruébame, pues me hace falta el oro! Y antes de que pudiera verlo, un enorme oso se abalanzó contra él, levantado sobre sus patas traseras. El joven, reaccionando con rapidez pasmosa, retrocedió a tiempo de disparar una bala mortífera al animal, que se desplomó sobre el suelo cuan largo era. Asintiendo con la cabeza, el diablo tendió un traje verde al joven y continuó: - Ahora que conozco tu valor, llevarás estas ropas durante siete años y no te asearás durante ese tiempo. El bolsillo derecho estará siempre rebosante de oro. - Añadió. Y arrancándo la piel al oso, hizo con ella una capa que entregó al joven. - Vestirás esta capa, por la que serás llamado Piel de Oso. Dentro de siete años volveremos a vernos - agregó el diablo -, si sigues vivo, morirás rico. En caso contrario tu alma será mía. ¿Accedes? - Preguntó sonriendo ladinamente.Después de un rato pensando, el joven se colocó el vestido verde y la capa. A continuación introdujo la mano en el bolsillo del traje para comprobar que el demonio no mentía, y se dirigió a la ciudad más cercana. Allí disfrutó de los placeres que puede brindar el dinero, compartiendo siempre su suerte con aquellos a quienes creía más desfavorecidos, pues acostumbrado a las crueldades de la guerra, no le gustaba pasarlas por alto si podía remediarlas. A menudo, las gentes quedaban tan agradecidas por su generosidad que deseaban colmarle de favores, pero acordándose de la promesa hecha al demonio y de su alma cautiva, él siempre les pedía: - ¡Desead mejor que no muera antes de que se cumplan los siete años!Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, cada vez era menos la gente que deseaba su compañía, pues con motivo de la promesa realizada al demonio, su barba había crecido hasta las rodillas, sus uñas parecían garras, y desde luego, su aspecto cubierto con aquella burda capa de oso, era horrible. Tan desagradable era, que cierta noche encontró serias dificultades para que un posadero accediera a darle alojamiento. Pero como en ocasiones anteriores, un puñado de monedas de oro del bolsillo del traje verde fueron buenas razones para hacerle cambiar de opinión. Mientras descansaba en la habitación, meditando acerca del tiempo que le faltaba para librarse de la promesa hecha al demonio, escuchó lamentos desconsolados en la alcoba contigua. Allí, mesándose los cabellos, un viejo leñador sollozaba como un niño. Piel de Oso no pudo evitar interesarse por él: - El fuego acabó con el bosque y este año no he podido reunir leña suficiente para pagar al posadero, que nos ha denunciado. - Le explicó el leñador. - Mañana daré con mis huesos en la cárcel, pero lo que me preocupa son mis tres bellas hijas, ¿Qué será de ellas? - Se lamentaba el anciano.- Entonces - dijo Piel de Oso colocando puñados de oro en el regazo del pobre hombre -, no debéis penar más. Tan agradecido estaba el hombre, que le prometió la mano de una de sus tres hijas. Al ver el aspecto de Piel de Oso, las dos mayores se negaron a desposarle, pero la menor de las hermanas accedió. - Alguien capaz de salvar a nuestro padre y a nosotras de esta manera, ha de tener buen corazón. Yo me casaré con él, padre. - Dijo la chiquilla. Sus hermanas comenzaron a burlarse de ella, pero Piel de Oso las interrumpió partiendo un anillo y dejando una mitad con su nombre grabado a su futura esposa: - Mi bella doncella, debo alejarme de ti hasta que cumpla una promesa, si vuelvo al finalizar el plazo, nos casaremos. A pesar de mi aspecto, por favor, rogad que no muera antes.La muchacha, conmovida, vistió de luto e ignoró las crueles burlas de sus hermanas mientras pasaban los siete años fijados por el demonio. Cierto día llegó a casa del leñador un joven apuesto y bien vestido. Las hermanas mayores intentaron halagarle y agasajarle buscando que éste las pidiera en matrimonio. La prometida de Piel de Oso permanecía en un rincón, guardando luto. Al terminar la cena, el invitado deslizó la mitad de un anillo en la copa de ella, que quedó desconcertada al descubrirlo. - Créelo, mi bella doncella, soy tu Piel de Oso. Volví vivo y sano al encuentro del demonio pasados los siete años de la promesa y éste cumplió su parte liberando mi alma, que ahora te pertenece, y colmándome de riquezas que ahora son tuyas también. Las dos hermanas mayores murieron de rabia y frustración al comprobar que aquel apuesto joven era Piel de Oso. A medianoche llamaron a la puerta, y cuando Piel de Oso abrió encontró al hombrecillo vestido de verde: - ¿Lo ves? Perdí tu alma pero ¡me llevé dos a cambio!

Hace mucho, mucho tiempo, vivió un joven que se alistó como soldado. Su valentía y coraje no tenían parangón, realizó grandes proezas durante las batallas y siempre se adelantaba hasta la línea de fuego para luchar. Pero al fín llegaron tiempos de paz y el soldado fue licenciado.

– Ahora podrás dedicarte a lo que prefieras – Le dijo su capitán. Mas un soldado que sólo conoce la guerra, difícilmente conoce un oficio para desempeñar con su fusil.

Acudió a sus hermanos para pedirles ayuda, pues sus padres habían muerto hacía algún tiempo, pero éstos no tuvieron nada que ofrecerle. Después de recorrer sin éxito varias aldeas en busca de trabajo, se internó en lo más profundo del bosque y allí clamó sus penas en voz alta.

– No conozco la forja ni el curtido. No entiendo de animales ni sé preparar platos exquisitos. Sin poder trabajar, estoy destinado a morir de hambre.

De pronto, un ruido a su espalda le hizo girarse para contemplar a un extraño hombre vestido de verde y uno de cuyos pies era una pezuña de caballo.

– Ahora que conozco tus penas, las aliviaré con abundante oro sólo con que demuestres tu gallardía, pues no soy amigo de alentar a los cobardes.

– Eso es lo único que me sobra – dijo el combatiente – ¡Pruébame, pues me hace falta el oro!

Y antes de que pudiera verlo, un enorme oso se abalanzó contra él, levantado sobre sus patas traseras. El joven, reaccionando con rapidez pasmosa, retrocedió a tiempo de disparar una bala mortífera al animal, que se desplomó sobre el suelo cuan largo era.

Asintiendo con la cabeza, el diablo tendió un traje verde al joven y continuó:

– Ahora que conozco tu valor, llevarás estas ropas durante siete años y no te asearás durante ese tiempo. El bolsillo derecho estará siempre rebosante de oro. – Añadió.

Y arrancándo la piel al oso, hizo con ella una capa que entregó al joven.

– Vestirás esta capa, por la que serás llamado Piel de Oso. Dentro de siete años volveremos a vernos – agregó el diablo -, si sigues vivo, morirás rico. En caso contrario tu alma será mía. ¿Accedes? – Preguntó sonriendo ladinamente.

Después de un rato pensando, el joven se colocó el vestido verde y la capa. A continuación introdujo la mano en el bolsillo del traje para comprobar que el demonio no mentía, y se dirigió a la ciudad más cercana.

Allí disfrutó de los placeres que puede brindar el dinero, compartiendo siempre su suerte con aquellos a quienes creía más desfavorecidos, pues acostumbrado a las crueldades de la guerra, no le gustaba pasarlas por alto si podía remediarlas. A menudo, las gentes quedaban tan agradecidas por su generosidad que deseaban colmarle de favores, pero acordándose de la promesa hecha al demonio y de su alma cautiva, él siempre les pedía:

– ¡Desead mejor que no muera antes de que se cumplan los siete años!

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, cada vez era menos la gente que deseaba su compañía, pues con motivo de la promesa realizada al demonio, su barba había crecido hasta las rodillas, sus uñas parecían garras, y desde luego, su aspecto cubierto con aquella burda capa de oso, era horrible. Tan desagradable era, que cierta noche encontró serias dificultades para que un posadero accediera a darle alojamiento. Pero como en ocasiones anteriores, un puñado de monedas de oro del bolsillo del traje verde fueron buenas razones para hacerle cambiar de opinión.

Mientras descansaba en la habitación, meditando acerca del tiempo que le faltaba para librarse de la promesa hecha al demonio, escuchó lamentos desconsolados en la alcoba contigua. Allí, mesándose los cabellos, un viejo leñador sollozaba como un niño. Piel de Oso no pudo evitar interesarse por él:

– El fuego acabó con el bosque y este año no he podido reunir leña suficiente para pagar al posadero, que nos ha denunciado. – Le explicó el leñador.

– Mañana daré con mis huesos en la cárcel, pero lo que me preocupa son mis tres bellas hijas, ¿Qué será de ellas? – Se lamentaba el anciano.

– Entonces – dijo Piel de Oso colocando puñados de oro en el regazo del pobre hombre -, no debéis penar más.

Tan agradecido estaba el hombre, que le prometió la mano de una de sus tres hijas. Al ver el aspecto de Piel de Oso, las dos mayores se negaron a desposarle, pero la menor de las hermanas accedió.

– Alguien capaz de salvar a nuestro padre y a nosotras de esta manera, ha de tener buen corazón. Yo me casaré con él, padre. – Dijo la chiquilla.

Sus hermanas comenzaron a burlarse de ella, pero Piel de Oso las interrumpió partiendo un anillo y dejando una mitad con su nombre grabado a su futura esposa:

– Mi bella doncella, debo alejarme de ti hasta que cumpla una promesa, si vuelvo al finalizar el plazo, nos casaremos. A pesar de mi aspecto, por favor, rogad que no muera antes.

La muchacha, conmovida, vistió de luto e ignoró las crueles burlas de sus hermanas mientras pasaban los siete años fijados por el demonio. Cierto día llegó a casa del leñador un joven apuesto y bien vestido. Las hermanas mayores intentaron halagarle y agasajarle buscando que éste las pidiera en matrimonio. La prometida de Piel de Oso permanecía en un rincón, guardando luto.

Al terminar la cena, el invitado deslizó la mitad de un anillo en la copa de ella, que quedó desconcertada al descubrirlo.

– Créelo, mi bella doncella, soy tu Piel de Oso. Volví vivo y sano al encuentro del demonio pasados los siete años de la promesa y éste cumplió su parte liberando mi alma, que ahora te pertenece, y colmándome de riquezas que ahora son tuyas también.

Las dos hermanas mayores murieron de rabia y frustración al comprobar que aquel apuesto joven era Piel de Oso. A medianoche llamaron a la puerta, y cuando Piel de Oso abrió encontró al hombrecillo vestido de verde: – ¿Lo ves? Perdí tu alma pero ¡me llevé dos a cambio!