Los dos príncipes

Cuentos de los Hermanos Grimm: Los dos príncipes

Predestinación cerval

Ten cuidado con los ciervos, especialmente si un hada presagia cambios en tu vida cuando veas a uno de ellos. Vigila también a tu hermano si en estas circunstancias te enamoras. Más información en el cuento de los Hnos. Grimm.
Hubo hace mucho tiempo un rey que tenía dos hijos. Al nacer el más pequeño, un hada presagió que su suerte cambiaría cuando viera al gran ciervo del bosque durante una cacería. Sin embargo, nadie tuvo en cuenta la profecía y el príncipe se convirtió en un hábil y diestro cazador. Al cumplir los dieciséis años, se organizó una gran batida a la que asistieron todos los monteros reales, para celebrar su cumpleaños. Era casi la hora del almuerzo y el joven aún no había cobrado ninguna pieza cuando vislumbró a lo lejos la elegante silueta de un ciervo que lo miraba desafiante. El primer disparo erró el objetivo, y el príncipe emprendió la persecución del animal hasta que ambos salieron de las lindes del bosque. Corriendo, corriendo, víctima y cazador, llegaron hasta un castillo. El imponente animal, lejos de desviarse, siguió corriendo hasta entrar en el castillo, y lo mismo hizo el príncipe. Una vez dentro, perdió a su presa, pero se encontró frente a frente con el señor de aquellas tierras: - Eres de sangre noble, pero has afrentado contra mi propiedad. En honor a lo primero te ofrezco la mano de mi hija, pero debido a lo segundo, te pondré a prueba. - Pasarás toda la noche velando a la puerta de la alcoba de la princesa: yo vendré cada hora para comprobar que estás alerta, pero si durmieras, pagarás con tu vida. Aceptó el joven, pues ciertamente la hija del rey era hermosa, pero ignoraba que la prueba sería difícil, pues en los jardines que rodeaban el castillo crecía la hiedra de sueños, cuyo aroma brinda el descanso más profundo. Cuando el rey se hubo marchado, la princesa inquirió: - ¿Cómo llegasteis a este castillo? Un encantamiento nos protege de las visitas. - Perseguí al gran ciervo hasta aquí durante la cacería. - Entonces, sois el elegido. – Y antes de acostarse, tomó un pañuelo y frotando tres veces el reloj de pared le ordenó: - Marca las horas y despierta a mi prometido en cada una de ellas, pues es un joven apuesto y deseo su amor. Mientras tanto, el hermano mayor del príncipe, que siempre había sentido celos de él, extrañándose de que se alejara tanto del grupo, le siguió cuando éste encontró al ciervo y escondiéndose, asistió a todo lo que pasó a continuación. Cuando su hermano dormía junto a la puerta de la princesa, le hizo beber la pócima del olvido y ocupó su puesto con la esperanza de desposar a la bella princesa en su lugar. El reloj de pared, obediente, despertaba a cada hora al impostor, y el rey, satisfecho por la mañana, anunció a sus súbditos que a los tres días se celebraría la ceremonia nupcial. Los dos príncipes eran tan parecidos que nadie notó el cambio, pero el corazón de la princesa la alertaba de que algo no iba bien. En el bosque, el hijo menor despertó sin recordar nada de lo sucedido. Al tercer día los preparativos de la boda tocaban a su fin, los invitados al evento habían llegado desde lugares lejanos y en la iglesia todo estaba dispuesto para celebrar la unión. Antes de recorrer el camino que les separaba del altar, el príncipe heredero dijo a su futura esposa: - Esta boda será la prueba de cómo cambió el destino de mi hermano. La princesa, al notar el engaño que escondían estas palabras, pero dándose cuenta de que no podía demostrar la verdad, calló y lloró de rabia mientras avanzaba por el pasillo central del templo. Comenzó la ceremonia, pero antes de que el cura pudiera completarla, la silueta de un enorme ciervo tapó la luz que entraba por la puerta: y todos los asistentes se volvieron para mirar. Al lado del animal se encontraba el hermano menor, el príncipe a quien la princesa había declarado su amor, y todos los invitados pudieron ver cómo, a la vez que se cumplía la profecía y la luz de la verdad se extendía por la estancia, se sellaba el amor eterno entre aquellos jóvenes que, incapaces de empañar su dicha, perdonaron al hermano mayor y vivieron felices para siempre.

Hubo hace mucho tiempo un rey que tenía dos hijos. Al nacer el más pequeño, un hada presagió que su suerte cambiaría cuando viera al gran ciervo del bosque durante una cacería. Sin embargo, nadie tuvo en cuenta la profecía y el príncipe se convirtió en un hábil y diestro cazador. Al cumplir los dieciséis años, se organizó una gran batida a la que asistieron todos los monteros reales, para celebrar su cumpleaños.

Era casi la hora del almuerzo y el joven aún no había cobrado ninguna pieza cuando vislumbró a lo lejos la elegante silueta de un ciervo que lo miraba desafiante. El primer disparo erró el objetivo, y el príncipe emprendió la persecución del animal hasta que ambos salieron de las lindes del bosque. Corriendo, corriendo, víctima y cazador, llegaron hasta un castillo.


El imponente animal, lejos de desviarse, siguió corriendo hasta entrar en el castillo, y lo mismo hizo el príncipe. Una vez dentro, perdió a su presa, pero se encontró frente a frente con el señor de aquellas tierras:

– Eres de sangre noble, pero has afrentado contra mi propiedad. En honor a lo primero te ofrezco la mano de mi hija, pero debido a lo segundo, te pondré a prueba.

– Pasarás toda la noche velando a la puerta de la alcoba de la princesa: yo vendré cada hora para comprobar que estás alerta, pero si durmieras, pagarás con tu vida.

Aceptó el joven, pues ciertamente la hija del rey era hermosa, pero ignoraba que la prueba sería difícil, pues en los jardines que rodeaban el castillo crecía la hiedra de sueños, cuyo aroma brinda el descanso más profundo.


Cuando el rey se hubo marchado, la princesa inquirió:

– ¿Cómo llegasteis a este castillo? Un encantamiento nos protege de las visitas.

– Perseguí al gran ciervo hasta aquí durante la cacería.

– Entonces, sois el elegido. – Y antes de acostarse, tomó un pañuelo y frotando tres veces el reloj de pared le ordenó:

– Marca las horas y despierta a mi prometido en cada una de ellas, pues es un joven apuesto y deseo su amor.

Mientras tanto, el hermano mayor del príncipe, que siempre había sentido celos de él, extrañándose de que se alejara tanto del grupo, le siguió cuando éste encontró al ciervo y escondiéndose, asistió a todo lo que pasó a continuación. Cuando su hermano dormía junto a la puerta de la princesa, le hizo beber la pócima del olvido y ocupó su puesto con la esperanza de desposar a la bella princesa en su lugar.

El reloj de pared, obediente, despertaba a cada hora al impostor, y el rey, satisfecho por la mañana, anunció a sus súbditos que a los tres días se celebraría la ceremonia nupcial. Los dos príncipes eran tan parecidos que nadie notó el cambio, pero el corazón de la princesa la alertaba de que algo no iba bien.

En el bosque, el hijo menor despertó sin recordar nada de lo sucedido.

Al tercer día los preparativos de la boda tocaban a su fin, los invitados al evento habían llegado desde lugares lejanos y en la iglesia todo estaba dispuesto para celebrar la unión. Antes de recorrer el camino que les separaba del altar, el príncipe heredero dijo a su futura esposa:

– Esta boda será la prueba de cómo cambió el destino de mi hermano.

La princesa, al notar el engaño que escondían estas palabras, pero dándose cuenta de que no podía demostrar la verdad, calló y lloró de rabia mientras avanzaba por el pasillo central del templo. Comenzó la ceremonia, pero antes de que el cura pudiera completarla, la silueta de un enorme ciervo tapó la luz que entraba por la puerta: y todos los asistentes se volvieron para mirar.

Al lado del animal se encontraba el hermano menor, el príncipe a quien la princesa había declarado su amor, y todos los invitados pudieron ver cómo, a la vez que se cumplía la profecía y la luz de la verdad se extendía por la estancia, se sellaba el amor eterno entre aquellos jóvenes que, incapaces de empañar su dicha, perdonaron al hermano mayor y vivieron felices para siempre.