Bestia Peluda
Pieles de abrigo
¿Llevas un abrigo de piel o eres una bestia peluda? Una simple pregunta cuya respuesta habría evitado grandes malentendidos que, sin embargo, terminan bien. Una historia real de los Hermanos Grimm.
Érase una vez, en un país lejano, un rey cuya esposa poseía una belleza incomparable enmarcada en una envidiable cabellera de oro.
Desgraciadamente, también era víctima de una enfermedad incurable y, viendo que llegaba el momento de su muerte, pidió a su marido:
- Prométeme que no te casarás con una mujer menos bella que yo o que no posea el cabello de oro. - Asintió el rey y poco después ella cerró los ojos para siempre.
Tras varios días de gran pena, los consejeros de la corte instaron al rey a buscar una nueva mujer:
- No queda otro remedio, - anunciaron - es preciso asegurar la descendencia. - Y dieron orden a los emisarios de anunciar, por los confines del reino,las características de la mujer deseada. Mas pasó el tiempo, mucho tiempo, y la bella mujer no aparecía.
Ante la imposibilidad de encontrar a la dama adecuada, el rey se fijó en la sobrina de la reina, que compartía su belleza, y anunció que se casaría con ella. La joven, aterrada ante la perspectiva, pues estaba enamorada de un doncel extranjero, anunció:
- Antes de casarme con vos, deseo que me regales un vestido dorado como el sol, otro plateado como la luna y otro brillante como las estrellas. También deseo un abrigo hecho con trozos de mil animales distintos. Con estas peticiones imposibles esperaba la chiquilla aplazar los esponsales hasta encontrar una solución definitiva a su problema, pero el rey hizo que sus tejedoras y curtidores trabajaran a toda prisa y tuvo los vestidos listos a los tres días.
La sobrina, ni corta ni perezosa, escondió los vestidos en una cáscara de nuez, se tiznó la cara y las manos de hollín y colocándose el abrigo de mil pieles sobre los hombros para que nadie la reconociera, huyó y se dirigió al bosque del reino vecino.
Tras mucho correr, desfallecida, se escondió en el tronco hueco de un árbol donde por la mañana la encontraron los cazadores. Cubierta como estaba por las pieles y con la cara tiznada, parecía una bestia peluda, y como tal la llevaron al castillo del rey.
Allí fue destinada a trabajar en la cocina y a dormir en las cuadras, pues nunca quiso la chiquilla revelar su auténtica identidad, ante el temor de que la obligaran a casarse con su tío. Pasó el tiempo y en el castillo se celebró una fastuosa fiesta.
La muchacha pidió al cocinero que la dejara ausentarse un momento para subir al salón, y cuando pudo hacerlo, vestida con el traje dorado como el sol y con la cara lavada y la resplandeciente cabellera peinada, se dirigió al baile hermosa como una princesa.
El mismo rey, convencido de que era una de sus invitadas, bailó con ella y quedó prendado de su belleza y dulzura.
Pero en cuanto acabó el baile, la joven se escabulló entre los invitados y volvió a camuflarse bajo el abrigo de mil pieles y el tizón. El rey mandó buscarla, pero nadie relacionó a la bella invitada al baile con la bestia peluda que trabajaba en la cocina.
Unas semanas más tarde, el rey anunció otra recepción, y como en la anterior, la muchacha encontró un momento para ataviarse con el vestido plateado como la luna y bailar con el rey, que quedó encantado al volver a verla.
Mas, como en la ocasión anterior, al finalizar la música la chiquilla volvió a esconderse bajo el manto de mil pieles en la cocina. El rey ordenó que buscaran a la bella invitada de la que estaba perdidamente enamorado, pero a nadie se le ocurrió buscar en las estancias reservadas a los sirvientes.
Desesperado, el rey decidió convocar una nueva fiesta para ver a su enigmática dama una vez más.
Esta vez, al igual que las anteriores, la joven decidió asistir al baile, y ataviada con el vestido tan brillante como las estrellas, se presentó en el salón real. Pero el rey estaba decidido a revelar su identidad y mientras bailaban acertó a colocar inadvertidamente en su dedo un precioso anillo. Cuando terminó el baile, en la cocina, la joven recuperó su disfraz de bestia peluda y prosiguió con sus tareas.
Al día siguiente, desde muy temprano, el rey dio orden a sus vasallos de buscar el anillo, pues el dedo que lo portara correspondería a su prometida. Sin embargo, fue él mismo, durante el desayuno, el descubridor del anillo en manos de quien le servía la mesa. Tirando de la manga del abrigo de mil pieles, apareció la bella sobrina del rey del pais vecino, a la que desposó felizmente y con la que compartió el resto de su vida.