Barba Azul

Un hombre realmente malo, una barba realmente azul...

Charles Perrault escribió este cuento sobre mujeres desaparecidas y secretas cámaras que esconden atroces misterios: ¿Quieres casarte con Barba Azul?.
Vivía en un lejano país un hombre muy rico. Poseía grandes extensiones de tierra, cantidades ingentes de oro y plata...y tenía la barba azul. Esto, unido al misterioso hecho de que ya se había casado varias veces con varias mujeres de las que nunca se había vuelto a saber nada, hacía que nadie le quisiera como marido. Todos le llamaban Barba Azul Vivía también en aquel país una mujer con una hija tan fea que pensaba que nunca contraería matrimonio, pues no había hombre sobre la faz de la tierra que quisiera compartir su vida con ella y ver todos los días su cara. La muchacha se llamaba Ana. Y a pesar de su falta de hermosura, era encantadora y poseía una larga y abundante melena. Un día, Barba Azul conoció a la joven y la pidió en matrimonio. Para convencerla organizó una gran fiesta en su lujosa mansión y le dijo a la chica que invitara a todas sus amigas y amigos y por supuesto a su familia. La joven disfrutó tanto del banquete y se sintió tan feliz viendo lo contentos que estaban los asistentes a la fiesta que accedió a casarse. Cuando Barba Azul se hubo ido, Ana invitó a sus amigas y hermanos a su morada, y mantuvo la palabra dada a su marido. Pero una tarde, pensando en lo que se escondería tras la puerta del sótano, no pudo resistir la tentación, bajó las escaleras y utilizó la llave prohibida. Al principio no podía ver nada, pues reinaba la oscuridad, encendió una vela y... ...allí, colgadas de ganchos en la pared encontró las cabelleras pertenecientes a las anteriores mujeres de Barba Azul: - ¡Oh, cielos!, - exclamó Ana - ahora lo entiendo todo: las pobrecillas debieron huir avergonzadas para que nadie las viera calvas - Dejó caer la vela, cerró de nuevo con llave y salió despavorida, temiendo por su bonita melena. Cuando Barba Azul volvió, una de las primeras cosas que hizo fue bajar a su misteriosa cámara. Allí encontró la vela que había llevado Ana y llamó a ésta a su presencia: - ¿No te bastaba con disfrutar todo lo que había a tu disposición? ¿Por qué tuviste que infringir la única limitación que te he puesto?. ¡¡Ana, vas a correr la misma suerte!! - Por favor, Barba Azul, antes de despojarme de mi melena, déjame retirarme a rezar en mis aposentos. - Seré benévolo, - contestó Barba Azul - te concederé unos instantes para hacerlo. Al encaminarse hacia allí, Ana dijo a sus amigas: - Subid a la almena más alta y avisadme cuando vengan mis hermanos, que deben estar ya cerca. Al cabo de un rato, Barba Azul la llamó. - Un momento - dijo Ana - aún no he terminado. Se asomó a la ventana y llamó a sus amigas: - ¿Veis ya a mis hermanos? - Aún no, sólo se ven ovejas - contestaron ellas. - Ana, ya ha pasado tu tiempo - Gritó Barba Azul de nuevo. - Todavía no he acabado, dame un instante más. - Amigas, amigas, ¿vienen mis hermanos? - Se impacientaba Ana. - Parece que si, parece que son aquellos - dijeron sus amigas desde la torre. - Ana, ¡te estoy esperando! - dijo el hombre - ¡Si no bajas, subiré a buscarte! - Ya bajo, Barba Azul, ya bajo. Y justo cuando Barba Azul empuñaba las tijeras, los hermanos se abalanzaron sobre el malvado hombre y le llevaron más allá de la frontera dándole puntapiés por el camino. Y así Ana vivió feliz para siempre en la mansión junto a su madre y sus hermanos
Vivía en un lejano país un hombre muy rico. Poseía grandes extensiones de tierra, cantidades ingentes de oro y plata…y tenía la barba azul. Esto, unido al misterioso hecho de que ya se había casado varias veces con varias mujeres de las que nunca se había vuelto a saber nada, hacía que nadie le quisiera como marido. Todos le llamaban Barba Azul

Vivía también en aquel país una mujer con una hija tan fea que pensaba que nunca contraería matrimonio, pues no había hombre sobre la faz de la tierra que quisiera compartir su vida con ella y ver todos los días su cara. La muchacha se llamaba Ana. Y a pesar de su falta de hermosura, era encantadora y poseía una larga y abundante melena.

Un día, Barba Azul conoció a la joven y la pidió en matrimonio. Para convencerla organizó una gran fiesta en su lujosa mansión y le dijo a la chica que invitara a todas sus amigas y amigos y por supuesto a su familia. La joven disfrutó tanto del banquete y se sintió tan feliz viendo lo contentos que estaban los asistentes a la fiesta que accedió a casarse.

Cuando Barba Azul se hubo ido, Ana invitó a sus amigas y hermanos a su morada, y mantuvo la palabra dada a su marido. Pero una tarde, pensando en lo que se escondería tras la puerta del sótano, no pudo resistir la tentación, bajó las escaleras y utilizó la llave prohibida. Al principio no podía ver nada, pues reinaba la oscuridad, encendió una vela y…

…allí, colgadas de ganchos en la pared encontró las cabelleras pertenecientes a las anteriores mujeres de Barba Azul: – ¡Oh, cielos!, – exclamó Ana – ahora lo entiendo todo: las pobrecillas debieron huir avergonzadas para que nadie las viera calvas – Dejó caer la vela, cerró de nuevo con llave y salió despavorida, temiendo por su bonita melena.

Cuando Barba Azul volvió, una de las primeras cosas que hizo fue bajar a su misteriosa cámara. Allí encontró la vela que había llevado Ana y llamó a ésta a su presencia: – ¿No te bastaba con disfrutar todo lo que había a tu disposición? ¿Por qué tuviste que infringir la única limitación que te he puesto?. ¡¡Ana, vas a correr la misma suerte!! – Por favor, Barba Azul, antes de despojarme de mi melena, déjame retirarme a rezar en mis aposentos.

– Seré benévolo, – contestó Barba Azul – te concederé unos instantes para hacerlo. Al encaminarse hacia allí, Ana dijo a sus amigas: – Subid a la almena más alta y avisadme cuando vengan mis hermanos, que deben estar ya cerca. Al cabo de un rato, Barba Azul la llamó. – Un momento – dijo Ana – aún no he terminado.

Se asomó a la ventana y llamó a sus amigas: – ¿Veis ya a mis hermanos? – Aún no, sólo se ven ovejas – contestaron ellas. – Ana, ya ha pasado tu tiempo – Gritó Barba Azul de nuevo. – Todavía no he acabado, dame un instante más. – Amigas, amigas, ¿vienen mis hermanos? – Se impacientaba Ana.

– Parece que si, parece que son aquellos – dijeron sus amigas desde la torre. – Ana, ¡te estoy esperando! – dijo el hombre – ¡Si no bajas, subiré a buscarte! – Ya bajo, Barba Azul, ya bajo. Y justo cuando Barba Azul empuñaba las tijeras, los hermanos se abalanzaron sobre el malvado hombre y le llevaron más allá de la frontera dándole puntapiés por el camino. Y así Ana vivió feliz para siempre en la mansión junto a su madre y sus hermanos