La subyugación del país a los intereses coloniales británicos, los gastos de la familia real, el poder de la Iglesia, la inestabilidad política y social, el sistema de alternancia de los dos partidos en el poder (progresistas y regeneradores), la dictadura de João Franco y la aparente incapacidad de acompañar la evolución de los tiempos y adaptarse a la modernidad contribuyeron a un inexorable proceso de erosión de la monarquía portuguesa del cual los defensores de la república, especialmente el Partido Republicano, supieron sacar el máximo provecho. El Partido Republicano se presentaba como el único con un programa capaz de devolver al país el prestigio perdido y colocar a Portugal en la senda del progreso.
Tras la oposición del ejército a combatir a los cerca de dos mil soldados y marineros rebeldes entre los días 3 y 4 de octubre de 1910, la república se proclamó a las 9:00 del día siguiente en el balcón del ayuntamiento de Lisboa. Tras la revolución, un gobierno provisional liderado por Teófilo Braga dirigió el país hasta el nacimiento de la Primera República con la aprobación de la Constitución de 1911. La llegada de la república implicó, entre otras cosas, la sustitución de los símbolos nacionales: el himno nacional y la bandera.