Muerte silenciosa
El autor:
María
, Edad: 12
Hace tiempo que mi casa no tiene vida, no tiene color. La desaparición y supuesta muerte de mi hermano cuando yo tenía cinco años ha dejado huella; mis padres están en otro mundo, siempre pensando en John. Pero hace algunos meses empezó a rondar por mi mente un pensamiento realmente inquitante ¿Y si John no estaba muerto? ¿Y si el estaba alli, esperando? Pero ¿A qué? Nuestra casa estaba al Norte de la colina, donde el cielo siempre está azul, y los árboles son altos y grandes. Vivimos en una cabaña cerca del Lago, donde se situan varias historias de miedo por su terrorífico aspecto. Tiene algas y hace tiempo que nadie se baña en el. Pero sin embargo este era el lugar preferido por mi hermano. En la costa izquierda está su tumba, aunque sin cuerpo en el interior. John desapareció hace siete años, una noche fría de tormenta. Le pedimos que por favor fuera a apagar la luz del granero; y nunca volvió. La patrulla se pasó meses buscándolo pero no había ni rastro de John. Había desaparecido como por arte de magia. El día en el que la pesadilla empezó, el día en el que mi muerte fue sentenciada, era un día luvioso. Las nubes negras se alzaban sobre las montañas, el lago se volvió más negro y no paraban de caer rayos. Yo estaba en mi habitación, leyendo, hasta que llegara la hora de irse a dormir. Desde hacía meses dormir me daba miedo. Temía cerrar los ojos y no abrirlos jamás o que alguien o algo viniera a por mi. La voz de mi madre interrumpió mi lectura diciéndome que me tenía que ir a dormir, que ya era muy tarde. No protesté, no dije nada en su contra, simplemente dejé el libro en la mesilla de noche y apagué la luz. Me tapé hasta la cabeza con mi edredón, mis ojos tembién estaban tapados, por lo que no veía nada. Poco a poco mis ojos se me fueron cerrando hasta que caí en un profundo sueño. Un ruido a mi lado me despertó, una respiración entrecortada, había alguien ahí. Mi temor iba creciendo por minutos. -¿Mamá? No hubo respuesta, simplemente noté que lo que estuviera cerca de mi se movió lentamente acercándose a mi. Olía su aliento. -¿Papá? No tenía esperanza alguna de que quién estuviera alli fuese mi padre, pero me intenté convencer a mi misma de que esto solo era un mal sueño y para demostrarlo decidí quitarme la manta de los ojos. Lo hice lentamente. Poco a poco el edredón fue apartándose de mi vista hasta que vi con terror quién estaba a mi lado. La cara de mi hermano me miraba fijamente; aunque yo solo tenía cinco años cuando mi hermano desapareció su cara siempre ha estado en el fondo de mi mente. Tenía una cara redonda, su pelo estaba desordenado, pero con aquel color marrón oscuro que yo recordaba con tanta caridad. En mis ojos se reflejaba la muerte. -Hola hermana Su voz de ultratumba llenó de terror todas las fibras de mi ser. Aquel terror que siempre había temido estaba ahora dentro de mi, invadiéndome sin piedad alguna. -No voy a hacerte perder el tiempo, te lo voy a decir muy claro. Tu ya has vivido demasiado, ahora me toca a mi, asi que ve con cuidado, la muerte te está acechando. Después de decir estas frases se levantó, y con paso tranquilo salió de la habitación dejando todo envuelto en un silencio sepulcral. No se oía nada. Mi respiración estaba entrecortada, casi no tenía. Respiraba gemidos de verdadero pavor. Pasados unos minutos de mi boca salió un grito que resumía el temor irracional que ocupaba mi cuerpo. Grité hasta que mis padres llegaron a mi habitación. Pero cuando entraron yo ya no estaba allí. Había desaparecido; en mi lugar estaba mi hermano. Lo último que vi fue el lago y después nada más, porque la tapa del ataúd se cerró sobre mi, sumergiéndome en el más oscuro lugar, del de donde nunca podría escapar.