Yo también fui niño, pero
he de decir que ahora ese no es mi caso. Ahora soy mayor, aunque
a lo mejor tenga algún niño travieso y dulce dentro de mi. No lo
sé.
Cada atardecer miro la calle desde
mi balcón. Ya no es lo mismo que antes. Recuerdo mi balcón más
nuevo y bonito y unas lindas flores amarillas en él. También recuerdo
las leyendas desconocidas que me contaba mi abuelo. Una de las
que más me gustaba trataba de unas flores amarillas. Bueno, en
realidad esa leyenda era muy conocida en mi pueblo. Me acuerdo de la leyenda como
si la hubiera escuchado ayer:

Había una vez una niña
llamada Esmeralda que vivía con sus padres, su abuela, y su hermano
pequeño. Era una niña rica. Hoy, era el día de su cumpleaños,
y por lo tanto recibió sus regalos. Sus padres le regalaron un
vestido de seda azul, su hermano un dibujo de la playa vista desde
su gran jardín y su abuela unas simples pero hermosas flores amarillas.
La niña no sabía porqué su abuela siendo tan rica la había regalado
unas sencillas flores amarillas. Pero aún así la niña pensó que
las flores eran el regalo más hermoso de los que tenía. Esmeralda
plantó las flores en el jardín, para que tuvieran luz.
Unos días después, la niña, sin
tener alguna razón especial, tenía una alegría que contagiaba
al que veía. Ese día, Esmeralda fue al jardín a ver cómo estaban
sus queridas flores. Se encontró con que las flores estaban más
bonitas de lo normal. Pero, sin embargo cuando un día de invierno
se puso enferma, las flores hicieron lo mismo. Parecía como si
fueran un pedazo de ella. Una buena tarde de primavera toda
la familia se fue a pasear por la playa. A Esmeralda le encantaba
el mar y la playa, por eso, se metió en el mar, pero una ola gigante
la cubrió. Su familia toda preocupada la empezó a buscar, pero
no la encontraron.
  
Dos días después,
encontraron su cuerpo en el agua. Sin saber porqué aparecieron
unas flores amarillas junto a ella. Esmeralda no estaba muerta
y murmuraba que las flores la habían salvado y las guardaría para
siempre. Algún tiempo después Esmeralda ya estaba bien, y guardó
las flores para siempre. La gente del pueblo decía que
aquellas flores duraron durante generaciones y generaciones, y,
lo más importante, que aquella niña era mi tatarabuela, y que
por lo tanto las flores que tenía en mi balcón eran de ella, así
que se las di a mi hijo, y, seguramente mi hijo, se las habrá
dado al suyo y así por siempre jamás.
|